Dos casas totalmente separadas. Esa fue la definición de Jim Henson al momento del estreno de El Cristal Encantado, marcando diferencias entre aquel largometraje con The Muppets Show. Fuera en su programa de tevé o películas, la troupe de René siempre se destacó con su combo de risas, gags, Music Hall, inocencia y unas buenas patadas contraculturales. Para sorpresa de muchos, en aquella película de 1982 no había un ápice de pop multicolor ni anarquía amable. El Master of Muppets de Henson había creado junto a Frank Oz un universo fantástico y ciertamente sombrío donde lo que se mantenía era su arts & crafts audiovisual. Obra de culto, con grandes reminiscencias de Tolkien, que a más de tres décadas de su estreno volvió en formato de serie. La semana pasada, Netflix dispuso los diez episodios de El Cristal Encantado: La Era de la Resistencia. Producto incomparable que amplía la casa, o mejor dicho, se ven sus cimientos ya que la entrega es una precuela.

La serie remonta a “otro mundo, otro momento, otra época”. El planeta Thra está dominada por los Skeksis, un clan maléfico que tiene en su poder el cristal del título que le da vida y sentido a las cosas. Maquiavélicos, horripilantes, codiciosos, estos alienígenas con forma de buitre viven para extraer todo a su alcance. Los Gelflings, otros habitantes de ese ecosistema que se viene en picada, no pueden ver la maldad de quienes detentan el poder. Excepto tres de estos seres (un guardia del castillo, una princesa y una amante de la naturaleza) que iniciarán el camino hacia la rebelión para tratar de salvar su planeta que gira en torno a tres soles.

El Cristal Encantado es -antes que una ficción- una pieza de ingeniería fantástica que detenta un profundo amor por su confección anacrónica. No hay dudas de que Geflings y Skeksis están más cerca de Los Thunderbirds que de Pixar, sin embargo, se resiste a la nostalgia fácil, lo retromaníaco o adultescente. Es más, el proyecto no se empecina en el homenaje al pasado pues uno de sus mayores logros una puesta espacial y cinemática más moderna. “Todos pueden se pueden dar cuenta de que están viendo títeres. No lo ocultamos. Pero probablemente nunca hayan visto a los títeres hacer las cosas que hacen en esta serie. Son atléticos, pueden correr, moverse y hacer todo tipo de cosas que no pudieron hacer en la película original y eso tiene que ver con una técnica muy simple que es la eliminación del titiritero. Hay técnicas nuevas que le dan un grado más actual pero sigue siendo titiritería”, planteó Lisa Henson, productora del envío e hija del gran Jim. El director de los diez episodios, Louis Leterrier (Nada es lo que parece), por su parte apuntó al sentido “orgánico y natural” de esta técnica. “Nuestros Gelflings se ven muy humanos pero no lucen totalmente humanos o demasiado cercanos a los humanos reales”, dijo lanzando un palito por elevación al live action computarizado. Lo más humano de la serie, sin lugar a dudas, son las voces de Sigourney Weaver, Simon Pegg, Mark Hamill, Andy Samberg y Helena Bonham Carter.

Otro de los logros de la entrega es que se puede comprender sin haber visto la pieza original. Y más allá de la simpleza del planteo (una lucha entre el mal y el bien) su resonancia política es innegable: los gobernantes que maquillan su destrato con habilidad; el cuidado del medioambiente y hasta la inclusión de parejas gays proporcionan un mensaje vigoroso para el presente. Ese es otro sello de la factoría Henson. Como alguna vez le dijera a este diario Bonnie Erickson, una de las discípulas del titiritero. “En todas estas producciones hay un mensaje subliminal de que las cosas podrían ser mejor”. Incluso para el lejano y sufrido planeta Thar.