Uno de los mitos fundadores de la docencia. La vocación casi sacerdotal. Una construcción de sujetos ejemplares. Fundamentalmente las maestras. Obligaciones femeninas. El deber ser de la vida. Y, a la vez, el tabique sobre los derechos laborales. Hace casi medio siglo. Recién ahí, se empieza a visibilizar a la trabajadora y el trabajador de la educación. Mujeres y hombres trabajadorxs.

Hablar de la docencia es englobar muchas ocupaciones. En todos los niveles de la educación. Una tarea trascendental para la vida de millones de personas. Y de la sociedad. Y también saberse humano y humana con necesidades básicas. Y derechos. La lucha por lo mínimo y por todo. Un salario que sirve para poco. Que no reconoce la tarea. La escuela que no tiene calefacción. Las condiciones de habitabilidad imposibles de aceptar. Los libros que no hay en la biblioteca. La comida que manda el gobierno y no alcanza. El compañero asesinado. Lxs compañerxs apaleados. Lxs que murieron en tragedias evitables. Enseñar y luchar. La esencia de la tarea docente en Argentina.

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En la escuela transcurre la vida. Y también la sociedad que la habita. Con todas sus miserias. Y sus humanas limitaciones. Con bellos actos de solidaridad y acciones épicas. Así, contradictoria y hermosa. La vida toda habita en esos edificios tan diversos que ocupan los rincones de la patria. Allí anidan las pasiones dispuestas a entregarse en forma de saberes. Conocimientos que sentimos imprescindibles. Por eso ponemos energías desmesuradas a la lectura, la historia o la matemática. También a las Ciencias Naturales o el deporte. O a la necesidad de vivir el arte, conocer medios de comunicación o escribir. Y así con tantos otros saberes que merecen compartirse. ¿Qué también hay docentes que no cumplen bien con su tarea? Sí claro, como en todas las ramas de la vida. Como en otras dependencias públicas. Como en las fábricas o cooperativas. Como en un negocio grande o pequeño. Como en la familia. Como en el Congreso de la Nación. O en la Justicia. O en la Casa Rosada.

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Los últimos años han sido duros. Hostigamientos. Denuncias por hablar de Santiago Maldonado. Por incorporar la Educación Sexual Integral. Represiones. Amenazas a dirigentes. A sus familias. Intentos de prohibir que hablemos de la realidad. Impedimentos a la palabra pública. Persecución ideológica. Impugnaciones a nuestras organizaciones. Llamados a un voluntariado para reemplazarnos. Ofensivos cambios en la formación permanente. Sacaron cursos de Historia o Derechos Humanos para imponer “habilidades blandas”. Por citar un ejemplo.

Somos muy comunes las y los docentes. Con acuerdos y desacuerdos. Personas que te las cruzas en cualquier momento de la vida. Gente maravillosamente común. Distinta a todxs. Igual, a todxs. Comunes con tareas heroicas. Todos y todas lo sabemos bien. Comunes a los que la sociedad mira con detenimiento. También lo sabemos. Y tratamos de asumirlo. Aún, en nuestras humanas debilidades. Y tomamos un día de excusa. Una fecha que recuerda a un personaje complejo y contradictorio. Como muchos de nosotrxs. Aunque no lo digamos. Un personaje para debatir en otro momento. Porque este día, es un día. Y nos obliga a parar un instante. Y a pensar nuestra tarea.

Este 11 de septiembre es diferente. Dan ganas de abrazarse. Con tantas y tantos compañerxs de diversos rincones del país. La mayoría desconocidxs. Pero que nos sabemos en el mismo camino. Que venimos de lejos. Que tenemos una historia. Que nos prometimos no dejar entrar la barbarie neoliberal a la escuela. Ni la muerte. Ni el maltrato. Ni la difamación. Porque no vamos a aceptar todo dado. Y porque creemos en el derecho al conocimiento para todas y todos. Y en la obligación estatal. Es decir, creemos que es una responsabilidad colectiva. La escuela pública no es una empresa.

Y, entonces, recordamos los días oscuros en los que insistentemente nos juramentamos no aflojar. Incluso, a pesar de los dolores propios. Y los ajenos. Que son muchos. Y se sufren. Porque la escuela somos todxs. Entonces, este día, dan ganas de volver a cruzar miradas. Sonreír un instante. Compartir un gesto. Reconocerse en esa complicidad. Lo sabemos. Al macrismo no le aflojamos ni un instante. Ni una sonrisa falsa le regalamos. Porque siempre enseñamos que la historia está en movimiento. Y que los pueblos pueden modificarla. Y por eso, vale decirlo, una parte de la esperanza que hoy nos habita, renació en las aulas y pasillos de la educación pública.

* Docente y periodista.