Greta debió sortear una infancia y una adolescencia difícil. Era hija de unos prósperos terratenientes de la zona de Zaballa y como tal su educación transcurrió en un colegio y luego, en una Universidad privada de Rosario, generalmente confesionales. Supuestamente era el lugar más seguro y eficiente para su clase social, pero debió soportar una situación de abuso, que le sugirieron callar. Su madre le dijo: las mujeres tenemos que aguantar cierto oprobio y es por eso que no somos exhaustivas, Al hombre le sacaron una costilla pero somos nosotras las incompletas, nos hacemos desear sin saber para qué…tal vez para completarlos o para respetar la ley sagrada de la prolongación de la vida en nuestro vientre… Greta no sentía ni podía pensar así, sintió que algo del orden familiar obedecía a una imposición fraudulenta que llamamos destino y en su caso, el del abuso, debía desocultarlo por el bien de todos. Asombrosamente la autoridad del establecimiento reiteró la recomendación de que no divulgase el hecho "por el buen nombre de la Institución" y le prometieron que se ocuparían del asunto. La consecuencia fue un traslado y Greta decidió comentarlo con uno de los abogados socio de su padre, que era un Juez constitucionalista severo y que severamente la castigó por esa infidencia no autorizada. Recluida en su habitación se pertrechó o trató de pertrecharse en su inclinación hacia la filología y la retórica, que por intuición o simplemente porque le gustaba, vinculaba a los orígenes de los conceptos, que, en principio, dieron lugar a un giro inesperado. Al volver a la Universidad, bajo promesa solemne de silencio, perdió el interés por continuar, pero no por la filología, por el latín y el griego que eran su pasión. Podría suponerse que una decisión así entraña una forma derivada de rectitud que consiste en la verdad y por consiguiente un acto fundamental de libertad, pero lo cierto es que fue signando su vida de una complejidad tal que Greta no halló otra salida que un progresivo apartamiento. Ante los primeros síntomas de un trastorno, de lo que parecía un trastorno, la madre concertó una alianza con una prima que vivía en Rosario y que tenía dos hijos. Fernando, el más chico, era "algo extravagante" como Greta y tal vez un acercamiento podría solucionar el problema que padecían ambas mujeres. Como en los antiguos días de la religión de la piedra, se reunían alternativamente en Rosario o Zaballa para un almuerzo o una cena que se tornó una forma de pacto ritual. Se hablaba de la vida en familia, del bien y el mal, de la Ley de un Dios padre todopoderoso, que "juzgará a los vivos y a los muertos…", de las obligaciones de los hijos. Greta y Fernando coincidieron rápidamente en que no se hablaba de las personas. Una sola vez, Greta se atrevió a considerar "la apuesta de Pascal" que había surgido en la sobremesa. No es el caso, dijo, de la existencia de Dios, sino el modo de existencia del creyente, una elección tan enorme como el pensamiento, cuya identidad con la elección implica la determinación de lo indeterminable… elegir o no todas las variantes, una relación absoluta con el afuera, más allá de la conciencia y del mundo exterior relativo. La miraron con perplejidad y por supuesto, sin comprender, lo cual fue suficiente para denostar sin más, su estado enajenante. Su padre dijo: Esta chica está chiflada. Su madre acató con un gesto; sólo Fernando y su madre la miraron tratando de comprender lo que había dicho.

Los hechos ulteriores fueron bastante inexplicables, lo cierto es que Greta y Fernando terminaron casados. Como era de esperarse el matrimonio duró muy poco… Fernando, una tarde de otoño, salió de la casa que les habían regalado y no retornó. Greta sintió un dolor muy íntimo y muy suave porque no condescendía al rencor; trataba de comprender las razones de los otros como las suyas propias. Algo indiscernible los había vinculado y algo indiscernible los separaba.

Al principio, su trato con la soledad fue tolerable y la prefería a la visita de su madre que se empecinaba en consolarla colmándola de consejos que Greta no podía asumir. Por fortuna esa visita fue menguante y Greta que había retomado la pasión por la lectura, se distraía a intervalos sucesivos con el cuidado de la casa: enceraba los pisos, limpiaba los cristales de las ventanas y sobre todo esmeraba el cuidado del jardín, que lindaba con la barranca. Le fascinaba el silencio multicolor de las plantas tan afín al de ella, que le permitían continuar la lectura por las tardes. Se sentaba hacia el naciente, con la mirada descendiendo hacia el río y leía un fragmento de Heráclito, unos versos de Calveira o de Juan L.

A veces, la lectura suele mostrarnos una sorprendente vinculación con la realidad, a través de una idea surgida por una abducción que encuentra su pleonasmo en un hecho o en un acontecimiento, con lo cual no sabemos si responden al azar o a lo aleatorio, lo cierto es que Greta ahondaba su relación con el mundo a través del Diario de Eleusis o los versos finales de El aura del sauce.

La tarde del 20 de septiembre se hallaba enfrascada en el fragmento de Heráclito que inscribe la palabra logos. Conocía la acepción de "palabra", "razonamiento <https://es.wikipedia.org/wiki/Razonamiento >", "discurso", "sentido <https://es.wikipedia.org/wiki/Interpretaci%C3%B3n >"… la significación de "Verbo" con que se tradujo a lenguas romances, pero hacia la madrugada, desentrañando un texto sobre Aquiles, rey de los mirmidones, encontró una acepción que desconocía: reunión. Pensó en una reunión de palabras, en la reunión de un verbo con un sustantivo, en la construcción gramatical de una frase como una reunión… que nos permite expresarnos y expresar el mundo. Agotada, acometió el más extraño de nuestros actos, soñó con la anémona blanca de su jardín que se abrió tanto durante el día, que a la noche no pudo cerrarse. Las hormigas la asediaban como si fueran letras sobre los pétalos blancos, que insinuaban un texto y hasta notas musicales… Absurdamente Greta quería ayudarla pero estaba prisionera en su habitación; por suerte despertó. Al preparar el desayuno en la cocina, la sorprendió la coincidencia con su sueño. Una hilera de hormigas que abordaban el tarro con azúcar, iban y venían hacia el jardín, hacia el túmulo que habían elevado al costado de su amada anémona y que hacían deslizar la tierra en la que se hallaba, descubriendo la raíz. Al observar con cierta perplejidad la reunión de esos seres solidarios que indiferentes a su presencia colaboraban en una tarea en común, desocultando en la naturaleza, lo que estando presente se halla oculto, sintió una analogía al tratar de desocultar el sentido original de las palabras antiguas,,, sólo que ahora, sentía que si se quedaba en la casa perdería la riqueza del día, el sendero de luz que traza el sol hacia el poniente, y recordando, "la poesía es… la intemperie sin fin… tendida humildemente… por el devenir para el invento del amor", salió hacia el afuera para reunirse con el mundo.