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Desde Río de Janeiro

Una vez más, ninguna sorpresa: al final de la tarde de ayer, Michel Temer nombró a su hasta hace poco ministro de Justicia, Alexandre de Moraes, para el Supremo Tribunal Federal. Si en la Comisión de Constitución y Justicia del Senado el nombre de Moraes había recibido 19 de los 26 votos, en el pleno la victoria ha sido aplastante: de los 68 senadores presentes, 55 votaron a su favor y solamente 13 en contra.

Quedó ampliamente confirmado que, gracias al hábito de canjear puestos por votos de parlamentares, al menos hasta ahora el gobierno de Michel Temer controla con mano dura el Congreso brasileño. Se trata de un trato de mercaderes que viene funcionando, aunque ese control quizá pierda parte de su eficacia cuando llegue el momento de votar proyectos resisitidos, como la reforma del sistema de jubilaciones o las leyes laborales.

La implacable victoria de Temer  –y el nombramiento de Alexandre de Moraes – despertaron duras críticas de la oposición y profundo malestar en medios académicos y jurídicos. 

Ya integrantes del gobierno, bien como diputados, senadores e inclusive algunos jueces del Supremo Tribunal Federal, optaron por saludar al vencedor, elogiando, de paso, sus ‘méritos académicos’ y su ‘currículo ejemplar’. Entre elogios entusiasmados oídos en el pleno del Senado, hubo loas a las supuestas  glorias acumuladas a lo largo de una carrera que, a decir verdad, era totalmente desconocida no solo por la opinión pública sino también por respetados juristas hasta que Moraes fuera conducido al puesto de secretario provincial de Seguridad Pública de San Pablo. 

En ese cargo sí, se hizo conocido, pero gracias a la desmedida truculencia de las fuerzas de seguridad, cuya acción mereció altos elogios del secretario a cada avanzada brutal contra estudiantes de secundaria o manifestaciones públicas de movimientos sociales.

Alexandre de Moraes tiene 49 años. Dependerá de su voluntad el tiempo de su permanencia en la corte suprema brasileña. El retiro obligatorio se da a los 75 años, o sea, podrá integrarla hasta 2043.

De pronto, tendrá a su cargo alrededor de 7.500 causas pendientes, entre las cuáles se encuentran algunas de relieve. Deberá votar, por ejemplo, sobre la liberación o no de porte de drogas para consumo personal, legalización del aborto y otros puntos candentes.

Sin embargo, lo que más polémica –y críticas– mereció es otro punto: Alexandre de Moraes deberá votar sobre los involucrados en actos de corrupción, denunciados en la ‘Operación Lavado Rápido’. 

Hay, como recuerdan sus críticos, cuestiones relacionadas a su trayectoria personal. Alexandre de Moraes tuvo una carrera académica más bien opaca, al contrario de lo que dicen, entusiastas, sus apoyadores. 

Por si fuera poca la escasa consistencia teórica de su obra supuestamente vastísima –dice haber publicado más de 60 libros, y que uno de ellos habría alcanzado la impactante marca de 700 mil ejemplares vendidos–, pairan acusaciones delicadas sobre esa producción. De los muchos libros que lucen en su currículum, la inmensa mayoría es formada por lo que en realidad son reediciones, con ligerísimos cambios, de una misma obra. Es como - por ejemplo - un autor como Julio Cortázar hiciese constar en su currículo cada nueva edición de su vasta (y, por favor, en este caso absolutamente sólida) obra como un libro aislado. El truco es poco lisonjero para quien lo practica, pero peores son las acusaciones - comprobadas - de que el nuevo integrante del Supremo Tribunal Federal no dudó un solo instante en apoderarse de largos trechos de obras de otros juristas consagrados. A eso se llama plagio, y es considerado crimen. 

Las peculiaridades de su trayectoria, en todo caso, van más allá. En su tesis de maestría, Alexandre de Moraes condenó enfáticamente que un miembro de determinado gobierno fuese nombrado, por ese mismo gobierno, para el Supremo Tribunal Federal. Sería atentar contra a ética, aseguró en aquella ocasión. 

Al aceptar exactamente lo mismo, dejó evidente que también él, como prácticamente todos los integrantes del gobierno encabezado por Temer, parecen tener un concepto muy elástico de la ética.

También se condena, en su nombramiento, el hecho de que hasta el mismo día en que fue indicado militase en el PSDB, cuyo presidente, el senador Aécio Neves, uno de los mentores del golpe institucional (además de otras estrellas de primera grandeza del partido), es uno de los más nombrados, por denunciantes, en casos de corrupción. 

Su peregrinación por el Senado a la búsqueda de votos para aprobar su nombramiento incluyó el paso por una ‘casa flotante’ conocida en Brasilia por las orgias promovidas en noches de euforia por las lagunas de la capital. De los 13 titulares de la Comisión de Constitución y Justicia que lo interrogaron, diez están denunciados o mencionados en la ‘Operación Lavado Rápido’, a empezar por su presidente. De los 68 que votaron en el pleno del Senado, al menos otros 28, a empezar por el presidente de la Casa.

Dentro de treinta días él se juntará a otros compañeros de la corte suprema para juzgar no solo a los que lo nombraron, como a muchos de sus compañeros por los partidos por donde anduvo: además del PSDB de Aécio Neves, también el PMDB de Michel Temer.

Tanto para el presidente en ejercicio como para el futuro miembro de la corte suprema, todo eso es normal, absolutamente normal.