Pullover rojo furioso, a tono con su largo y ondulado pelo. De temperamento fuerte y ojos chiquitos, húmedos, transparentes. Delia Cancela es una de las artistas visuales argentinas más reconocidas. Hace unos días, una universidad privada la premió como mujer creativa, un reconocimiento que le llamó mucho la atención. Y algo de gracia. Cuenta que recibió la invitación con mucha sorpresa y que ser reconocida la pone muy feliz. Esa felicidad tiene que ver con “sentir en la piel que 'es nuestro momento', y que entonces hay que aprovecharlo”. ¿Y la gracia, por qué? “Porque nunca hay que tomarse muy en serio, hay que ser serio, sí, pero no creérsela. Es una manera de seguir”, confiesa. Expresiva, pausada al hablar, recorre sus comienzos en el mundo del arte, el lugar de la mujer en su obra, su paso por el Instituto Di Tella y su vínculo con Pablo Mesejean, el precio de la libertad, sus emociones y su imposibilidad de llorar. Su hija y el desarraigo, entre otras cuestiones. Su modo es cercano e íntimo, y entonces la distancia del usted incomoda.
--¿A qué se refiere con “este es nuestro momento”?
--Por un lado, me siento una feminista de la primera hora, pero tal vez entendido de otro modo. Fui a la primera reunión de Nosotras Proponemos. Apoyo a las chicas y apoyo las marchas. En Argentina y en América Latina está pasando algo fundamental, algo que históricamente tenía que suceder. Todas estas mujeres son muy valientes para hacer lo que están haciendo, porque la violencia contra la mujer no es solamente física sino también psicológica y económica. A veces me da mucho miedo por ser de una generación que atravesó la violencia. A mí no me persiguieron especialmente, pero sí recuerdo lo que pasaba en la calle, los que nos pasaba a nosotros en las calles por ser artistas, por ser diferentes. Nos fuimos becados a París en el '67. En el '68 volvimos y en el '69 nos volvimos a ir. En Francia sabíamos lo que estaba pasando en Argentina; creo que sabíamos mucho más de lo que la gente acá sabía. En el '76 vine al país por veinte días a visitar a mis padres. Un momento difícil, peligroso, sentí que no podía vivir acá. Después vino el sida y con él la idea de pérdida. De tantos amigos que se fueron; de tantas personas hermosas y con gran energía. La libertad, el goce... Se frustraron de pronto. Los movimientos artísticos habían creado cambios y apertura. Eso también se cortó. Es muy fuerte, muy doloroso, y atraviesa toda mi obra.
--La mujer tuvo un rol central en toda tu obra. ¿Por qué?
--La mujer es protagonista ya desde mis primeras obras; sin saberlo. Siempre cito a Alicia en el país de las maravillas, un texto que se convirtió en mi libro de cabecera en mi infancia. Esa chica que cuestiona todo el tiempo, que pregunta por qué constantemente, que pregunta por qué ese rol para la mujer. Alicia habla de la mujer y de los mandatos sociales. El movimiento feminista lo descubrí en los '70 en Nueva York, y más tarde en Londres y París. Digamos que fue en Europa que empecé a ver y entender de qué se trataba el feminismo. A esa altura ya estaba casada y trabajando de manera colectiva con Pablo y así creamos el primer dúo de artistas de Argentina. Me sigue sorprendiendo que haya mujeres que digan “mi marido me deja hacer”. Por eso digo que es muy valiente que las mujeres estemos luchando como lo estamos haciendo. Hay divisiones muy fuertemente arraigadas. No me gustan las divisiones, nos hacen mal. Hay una lucha que tiene que ver con el pensamiento; es una lucha que tiene que ver con las ideas.
--Como parte de la llamada “Generación Di Tella”, ¿qué recuerdos tenes de aquellos años?
--El Di Tella es parte de nuestra historia, de nuestro arte. Ese momento fue difícil, personalmente difícil, pero no puedo negar el Di Tella, al contrario. Las generaciones jóvenes cada vez lo estudian más y las comunicaciones permiten que se conozca tanto lo que fue el Instituto como lo que fueron y son nuestros trabajos. En el Di Tella teníamos libertad para hacer; estábamos seguros que íbamos a cambiar el mundo; algo que pasaba en esa época. Me pregunto si esta no es una época más triste, porque no sé si hay mucha gente que cree que puede cambiar el mundo. Hay tanta confusión...
--¿En qué confusión piensa, puntualmente?
--Por ejemplo, para mí, es muy importante todo lo que está pasando con el cambio climático y la ecología; cuestiones importantes que no se toman en serio. También me preocupa mucho que la Argentina no tenga ningún control en lo que hace al uso de pesticidas. Es el tercer país, después de Estados Unidos y Brasil, en estar violando derechos humanos. De alguna manera perdimos la espiritualidad, pero no me refiero a espiritualidad en relación a la religión. Por eso no advertimos que tanto el cambio climático como el modo en que nos alimentamos son un problema. Como dice el filósofo y ecologista español Jorge Riechmann, “El cambio climático es el síntoma pero la enfermedad es el capitalismo”.
--Hace poco leí que no llora, que no puede llorar. ¿Cómo es eso?
--No sé exactamente a partir de cuándo, pero es así. Lloré mucho hasta que en un momento... Ahora estoy más consciente de todo esto, pero el no poder llorar es una cosa muy fuerte.
--¿Es literal?
--Sí, es muy fuerte. Tiene que ver con el amor, con la pérdida, la frustración, yo qué sé con qué... El incendio de mis obras. Un montón de cosas.
--¿Cómo fue el episodio del incendio?
--La obra venía de Rosario, la pusieron en un depósito, previo a ser exhibida en Recoleta. Pagaron el mínimo del seguro; el lugar se incendió y con él la obra. Había dibujos, documentos, prendas, accesorios, mucho. La mayoría de esas cosas fueron imposibles de rehacer. Tuve que rehacerme yo y comenzar a recuperar obra que estaba guardada y que no había sido mostrada. No quiero ni recordarlo. Muy duro. El artista es su obra...
--¿Cómo supo que quería dedicar su vida al arte?
--De chica estudiaba danza y pintaba, siempre pintaba. Tenía padres muy permisivos para la época. Me encantaba bailar, era un poco payasa, pero muy tímida. Recuerdo haberme preguntado si lo que quería hacer era bailar o pintar. Cuando llegué a la adolescencia y tuve que decidir, elegí pintar. Tenía doce años cuando empecé bellas artes. Ese fue mi comienzo en el mundo del arte.
--¿Volvería a hacer lo mismo?
--No, haría las dos. Creo que ahora soy menos tímida. Uno siempre encuentra excusas. En ese momento era el arco del pie, que me dolía muchísimo cuando hacía punta. Ridículo, pero fue una decisión.
--¿Tiene algo que ver el vínculo con su madre y la reivindicación de la mujer que propone su obra?
--Puede ser, no lo había pensado. Mi mamá era una mujer que parecía muy frágil, chiquita, así como yo. Pero era una mujer fuerte. No era una persona que te prohibiera, al menos no era así conmigo. Mi hermana, que falleció hace muy poco, cinco años más grande que yo, contaría otra historia. La mía, es que mis padres eran permisivos para la época. Y que mi madre nunca decía que no, más bien decía “vos sabés lo que hacés”. Eso es mortal cuando sos chica. Pero aprendí de eso, aprendí de esa mujer y ya de grande hablé de estas cuestiones con ella. Hablé sobre su falta de demostración de cariño. Sus brazos estaban siempre para abajo, no te abrazaba, no te protegía. Era buenísima, pero no te protegía, era una niña. Luego de tener a Celeste (Leeuwenburg) dije que no iba a repetir esa historia. Y lo hice con mi mamá también, que ya era grande. La empecé a abrazar, a besar, a decirle cuánto la quería, a pedirle a ella que me lo dijera. Me decía “gracias”, solo eso.
--¿Y con su papá, cómo era la relación?
--Mi papá era una persona muy conflictuada y compleja, con un pasado muy duro. A pesar de eso siempre me apoyo en mi vocación.
--¿Qué idea tiene sobre la familia?
--Mi familia es Celeste. Nunca creí en la familia como institución. Acá es muy fuerte la idea de familia. Con mi prima, una vez hablando, coincidimos en que somos una familia de solitarios. Si bien algunos mandatos me hicieron mal, formé una familia y me casé; acepté ese mandato. Después formé otra familia, que se rompió, como muchas familias ahora. En el fondo es una pena. Me encantaría tener una pareja, eso de tener a alguien al lado para compartir. Pero tengo amigos acá, en París, hay amigos. Aunque no soy una persona muy social; me cuesta. De hecho, puedo pasar dos días sola, entretenida, y estoy bien.
--Se lleva bien con usted misma...
--Sí, me llevo bien. La idea de familia es una construcción cultural. Como dice Silvia Federici (escritora y activista feminista italoestadounidense), no hay nada natural en la familia, el trabajo y en la definición de los roles sexuales. Yo amo a mi hija, amo a mis padres, amo a mis amigos, amo a mis primas, amo ser artista, amo a las mujeres, amo a los hombres, amo a los seres humanos, amo a los animales, amo la naturaleza, amo la música, amo la literatura, amo la idea de estar frente al mar bajo una sombrilla tomando un buen té.
--¿Le angustia la vejez?
--Por supuesto. Para mí es importante vivir el momento. Cuando pienso en la vejez me río. Soy punk; el punk es transgresor y romántico. Y cuando pienso en la vejez pienso en la idea de no future, el goce del momento, el aquí y ahora. Yo acepto el paso del tiempo. Tengo conciencia de que somos un todo. Creo que es muy importante el hacer y yo estoy accionando constantemente.
--¿Cómo se definiría?
--Como artista no me gusta definirme... Como dice Oscar Wilde, definirse es limitarse. Soy artista y como artista no me interesan las categorías. Siempre quise tener la libertad de trabajar como artista con todos los medios, la moda ha sido uno de ellos... Como persona, si me miro soy crema rosa, roja, gris, blanca, azul. Si me escucho soy interna, lenta, cautelosa. Si me toco soy ósea, suave, vulnerable. Soy consciente de lo que pasa en el mundo, de lo difícil que es, pero soy una persona que trata de ser optimista, y en mi obra eso se ve. Soy desesperadamente optimista, esa soy yo. A seguir...
--¿Se puede explicar el arte? ¿Tiene una función social?
--No, el arte no se puede explicar, y sí, tiene una función social importantísima. El arte es político, aunque el artista no pretenda hacer política. El arte abre cabezas, enseña, el arte se disfruta, el arte da placer. El arte hace tomar conciencia al espectador. Hay algo que sucede cuando la persona está frente a la obra, cuando entra en la obra, cuando se la lleva puesta.
--¿Una obra que diga “esta es una Delia Cancela por excelencia”?
--Creo que este es un trabajo para los investigadores. Mi mejor obra es la próxima.
--¿Qué le inspira?
--Muchas cosas me inspiran. La música, una imagen, a veces una parte de una película o algo en movimiento; a veces la naturaleza, me inspiran las mujeres, los hombres, una frase, un libro; hay muchas cosas que me inspiran en diferentes momentos. En ocasiones me despierto a las seis de la mañana pensando, seguramente por alguna película que vi la noche anterior. Entonces armo a esas horas, temprano, toda una serie de obras, y después cuando las voy a hacer no son eso, pero también eso es inspiración.