Anunció recientemente Hasbro la salida de una versión de su clásico inoxidable, el Monopoly, que llega con nueva mascota y nuevas reglas. Al magnate Tío Rico Pennybags, ícono de galera y monóculo, lo reemplaza aquí la Señorita Monopolio, su sobrina empresaria, estrella de Ms Monopoly, como han bautizado a esta última encarnación del perenne juego. Alternativa que, dicho está, viene con varios giritos: las jugadoras reciben más dinero que sus rivales varones a lo largo de la partida, algo que -atinan en criticar voces feministas- no da precisamente en el clavo si lo que busca es promover la equidad salarial. Por lo demás, ya no invita a comprar propiedades sino a invertir en invenciones de mujeres creadoras (desde el WiFi hasta las fajas modernas), amén de “reconocer y celebrar las muchas contribuciones que han hecho y continúan haciendo a nuestra sociedad entrepreneuses”, en palabras de la compañía. Pero, claro, en esta evidente intentona de marketing por canalizar el creciente entusiasmo feminista, olvidó hacer bien la tarea la firma, y han sido muchísimas las personas que les señalaron espinosa ironía: “Si Hasbro realmente se toma en serio el empoderamiento de las mujeres, podría empezar admitiendo que fue una mujer la que inventó el Monopoly hace más de un siglo”.

Contundente declaración de la autora Mary Pilon, que en una nota del New Yorker escribe sobre la inventora del susodicho: “La historia de Lizzie Magie ha sido ampliamente acreditada por historiadores de juegos, respaldada por patentes, recortes de diario, cantidad de registros. Sin embargo, desde que publiqué el libro que da cuenta de su trabajo, The Monopolists, de 2015, Hasbro se ha negado a reconocer su papel en el origen del Monopoly”.

En efecto, durante décadas, se plantó una inspiradora parábola del selfmade man que logra éxito y billetes gracias a su ingenio. Según el cristalizado relato, durante la Gran Depresión, un vendedor desempleado llamado Charles Darrow creó el juego, vendió la patente a la marca juguetera Parker Brothers (hoy parte de la multinacional Hasbro), se aseguró regalías, se hizo millonario. Lo que omite desde entonces es que la única lamparita que se le prendió a Charles fue la de “tomar prestada” una idea ajena, la de Lizzie Magie, verdadera madre del juego.

Porque el Monopoly es una adaptación de The Landlord’s Game, creado en 1902 por Magie con fines completamente opuestos: llenar el tablero con casas y ver cómo los oponentes orillan la bancarrota mientras uno acumula más y más propiedades, servicios y efectivo, sí, pero no para elogiar la codicia capitalista. Su intención era demostrar lúdicamente la desigualdad desenfrenada y las trágicas consecuencias que generaba. En su diseño, de hecho, había dos maneras de jugar: con reglas anti monopolio, donde todos salen ganando cuando se genera riqueza; y con reglas pro monopolio, donde la meta es acumular y hacer añicos al resto. Un enfoque dualista con objetivo didáctico y social, como ella misma dejó claro: “Dejen que los niños vean claramente la grave injusticia de nuestro presente sistema y, cuando crezcan, si se les permite desarrollarse naturalmente, el mal pronto será remediado”.

A modo de petite bio, Lizzie Magie nació en 1866, hija de un periodista abolicionista, antimonopolio, pro-derechos de la mujer, que le obsequió Progreso y pobreza (1879) siendo ella jovencita. El influyente ensayo reformista del economista Henry Jones que abogaba porque las tierras fueran propiedad común inspiraría luego el juego de Lizzie. Secretaria y estenógrafa, soltera hasta los 44 (algo atípico para la época, igual que su decisión de no tener hijos), se bancaba sola, y había logrado comprar una casa en Washington DC con sus ahorros. En los ratos libres, escribía cuentos y poesía; también actuaba. Vehemente en sus convicciones, organizaba además encuentros para contagiar sus postulados políticos (sobre la inequidad salarial, los monopolios, la discriminación contra las mujeres). Y diseñaba The Landlord’s Game por las noches, cuando salía del laburo. En 1903, tras patentarlo, intentó venderlo a Parker Brothers, sin suerte. Entonces se limitó a producirlo artesanalmente y tuvo cierto predicamento entre jóvenes universitarios e intelectuales de izquierda, pero de lluvia de billetes y fama, nada de nada.

Fue décadas más tarde, en 1932, cuando Charles Darrow conoció The Landlord’s Game cenando en casa de amigos. Les pidió una copia de las reglas, con las que ideó su propia versión, muy, muy parecida a la de Lizzie. Al poco tiempo, el Monopoly salió al mercado y fue un hit de ventas. Lógicamente, una Magie de 70 y pico estaba que trinaba. “En entrevistas realizadas por el Washington Post y el Evening Star en 1936, ella manifestó su enojo por la apropiación de Darrow. Presentó incluso sus tableros para demostrar que era la creadora”, ofrece el NY Times. Pero de poco valió su denuncia: el asunto quedó zanjado durante décadas, empezando a ganar algo de reconocimiento solo en los últimos años. No el de Hasbro, evidentemente.