Un título antipático, si los hay. Por eso, aclaremos muy rápidamente: sí, el gobierno de Mauricio Macri ya fue. La gobernación de María Eugenia Vidal ya fue. Y pronto sabremos si ya fue, también, el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo, todo eso que “ya fue” nos dejará mucho. No sólo una situación social catastrófica, una crisis económica galopante, una herencia (esta vez sí, una pesada herencia) que condicionará gran parte de nuestro futuro. También nos dejará a esa sociedad que hizo posible a Macri, a Vidal y a Rodríguez Larreta, y a ese sentido común que consagró su sociedad desigual.

La experiencia de los últimos 3 años nos mostró que Cambiemos libró una exitosa batalla cultural sobre nuestro sentido común. Y ¿qué es el sentido común? Nada menos que aquello que consideramos razonable para vivir nuestra vida en sociedad, sin necesidad de detenernos a pensarlo. Cambiemos logró que vastos sectores de nuestra sociedad creyeran que era posible, y hasta deseable, vivir en una sociedad profundamente desigual.

Durante los años de Cambiemos, un sentido común que fue compartido por una amplia proporción de sectores altos, medios y bajos de nuestra sociedad, creyó que cada uno de nosotros podía salvarse solo. Vio a los demás no como pares o semejantes, sino como obstáculos en una solitaria carrera de aspiración individual. Creyó que las víctimas del ajuste del gobierno eran responsables de su condición de víctimas, y que quien se quedaba sin trabajo o caía en la pobreza era porque no se había esforzado lo suficiente. Ese sentido común consideró legítimo que un gobierno de herederos nos exigiera más y más sacrificios a cambio de más y más desigualdad. Aceptó que la Argentina era un fracaso, y que lo era por culpa de los argentinos, adictos a “vivir del Estado” y a preferir “salidas fáciles”. Toleró que el gobierno nos sometiera a una ortopedia moral diciéndonos qué debíamos consumir, o cómo debíamos votar. Alimentó la demonización del adversario político, y lo acusó de todos los males, pasados, presentes y por qué no, futuros. Creyó que los responsables del saqueo del Estado eran los empleados públicos o los beneficiarios de planes sociales, y no los socios del gobierno con su timba financiera. Un sentido común que consideró razonable creer que los inmigrantes eran todos delincuentes, que las mujeres pobres se embarazaban para cobrar más planes y que era posible sentirse más seguro con el “gatillo fácil” y la doctrina Chocobar.

La forma en que Cambiemos se apropió de ese sentido común permitió que amplios sectores sociales toleraran, apoyaran, y hasta defendieran el deterioro de las condiciones de vida de las mayorías en beneficio de una minoría de privilegiados. Y posibilitó también el cuestionamiento de varios de los consensos democráticos fundamentales que muchos creíamos indiscutidos: por ejemplo, la veracidad de las memorias sociales sobre nuestro pasado reciente, la legitimidad de las demandas de los organismos de derechos humanos o el rol que deben cumplir las fuerzas armadas y de seguridad en democracia.

Los sociólogos observamos con mucho interés las “sorpresas” electorales, porque en muchos casos nos hablan de cambios importantes en nuestra sociedad. Así, por ejemplo, en 1983, otros sociólogos vieron que tras el triunfo de Raúl Alfonsín y la primera derrota del peronismo en elecciones libres se escondían los efectos profundos de las políticas de la dictadura cívico-militar.

O en 2017, cuando el éxito de Cambiemos en las elecciones legislativas dio por tierra con las hipótesis tranquilizadoras del “golpe de suerte” de 2015 y fue necesario comenzar a aceptar que esa victoria mostraba transformaciones de corto y largo plazo en nuestra sociedad: entre otras, dijimos, la hiperindividualización, la derechización, la preferencia por la desigualdad.

¿Y las PASO? ¿Qué puede explicar ese inesperado vuelco del humor social, que pasó en tan poco tiempo de encandilarse frente una derecha exitosa a rechazarla por fracasada e inútil? Aunque sea muy pronto aún para saber qué pasó en las PASO, ya se aventuraron las hipótesis más variadas: el cisne negro, la invencibilidad del peronismo unido, la potencia de una heladera vacía, entre otras. Aventuremos una hipótesis más: gran parte de la derrota de Cambiemos se explica porque fracasó como garante de esa sociedad aspiracional que él mismo promovió hasta el hartazgo. Porque su impericia económica y su pérdida de autoridad política fueron vistas por vastos sectores de nuestra sociedad como una prueba de que ya no era un facilitador de la aspiración, un eficaz erradicador de obstáculos, sino un obstáculo más. Y si es así, es que gran parte del sentido común de la sociedad aspiracional sigue en pie.

Aunque no es posible saber todavía qué pasó en las PASO, sí es posible estar seguros de que algunas cosas no pasaron. Y evitar así algunos errores políticos. Por ejemplo, el de creer que si Macri ya fue, la sociedad que hizo posible al macrismo también. Que estos años fueron sólo una anomalía pasajera, o una pesadilla que quedará sepultada bajo el montón de papeles inservibles que dejarán los CEO tras su veloz huida de los despachos gubernamentales. O el de confiar en que la victoria electoral del Frente de Todos es consecuencia de un triunfo cultural sobre ese sentido común conservador que construyó la sociedad desigual de Cambiemos, que de individualista se habría tornado, sin más, en solidario, que de excluyente se habría tornado, de golpe, en integrador.

Todas las luchas políticas son luchas por el sentido común, por definir aquello que es considerado razonable para vivir en sociedad. Y la batalla cultural sobre el sentido común que hizo posible a Cambiemos está pendiente. Transformarlo, permearlo, darle nuevo contenido, será una de las tareas más importantes del próximo gobierno, porque sólo de esa forma será posible, por ejemplo, legitimar y darle estabilidad a las políticas que busquen reparar el lazo social quebrantado durante estos años.

Resignificar ese sentido común será fundamental para lograr algunos objetivos urgentes. Entre otros, el de revalorizar lo colectivo y la solidaridad como pilares fundamentales de la vida en sociedad, el de recomponer la legitimidad y la autoridad del Estado como herramienta de intervención social, o el de reivindicar la tolerancia y la capacidad de generar acuerdos como formas deseables de hacer política.

¿Y cómo hacerlo? Primero, reconociendo que nuestra sociedad ya no es la que creíamos que era, y que luego de los años de Cambiemos se nos mostrará mucho más individualista y heterogénea. Segundo, preguntándonos (y respondiéndonos) por qué Cambiemos fue, durante varios años, tanto más eficiente que la oposición para reconocer y manejar el sentido común. Tercero, incorporando las demandas y creencias de ese sentido común conservador en una nueva narrativa, un nuevo relato sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Que sea alternativo pero no antagónico, que les hable (también) a esos sectores que se sienten huérfanos de la política popular y progresista.

Es cierto que Macri ya fue. Macri se va, y Vidal también. Pero la sociedad que hizo posible a Cambiemos llegó para quedarse. 

La autora es socióloga. Autora de “¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos”, Siglo XXI, 2019.