El domingo 19 de febrero a la noche, a eso de las ocho, veníamos en mi auto con mi pareja, Hamir, y mi amiga, Lara, por la ruta 210 cuando a la altura del supermercado Carrefour de Glew nos topamos con un corte de vecinos que se manifestaban porque no tenían luz y nos desviamos buscando por dónde salir de ese tumulto. Y en una de esas calles perpendiculares a la ruta fue que nos vieron desde una camioneta nueva, rural, de color rojo, sin techo, y con unos 15 pasajeros en la parte de atrás, en la caja, que venían cantando y gritando alcoholizados). Nos siguieron y cuando nos distinguieron a mi amiga y a mí nos empezaron a gritar “putos de mierda”. No había a dónde escapar debido al embotellamiento. Aprovecharon el clima de desorden. Y de repente lo inesperado: sentimos que a través de las ventanillas del auto nos empezaron a golpear y a sacar hacia el exterior. Eran 19. Y empezaron a decir que eran policías. Lara, mi amiga, tenía en el bolsillo su tratamiento hormonal. En medio de la golpiza y toqueteo le encuentran el blíster de pastillas y empiezan a gritar “Miralo al puto con pastillas”. Nos tiran a los tres con la boca sobre el pasto y nos empiezan a pegar patadas y piñas. Había mucha gente, de los autos que estaban allí varados. Y la gente se empezó a acercar pero no para defendernos… sino para filmarnos. A mi novio, que es un varón trans, le gritaban “¿Así que te gusta andar con putos?” y hacían fila para patearle la cara. Nos rompieron la ropa y manosearon. Por suerte no se dieron cuenta de que él era trans porque no sé en qué podría haber derivado eso. Yo le gritaba a la gente que miraba, cada vez que lograba levantar la cabeza del pasto, que por favor llamaran a la policía, la policía de verdad. Pero nadie me creía. A nadie le hacía ruido que un grupo de 19 tipos de civil en un coche particular golpeara a tres personas trans, por más que digan ser policías. Incluso había gente que pasaba por ahí, motoqueros por ejemplo, que sin entender exactamente qué había pasado, se sumaron a pegarnos. Por las dudas. Después de esto, cuando los tipos se fueron, fue muy difícil  que alguno de estos “espectadores” me prestara su celular para mandar un mensaje pidiendo ayuda. A esto le siguió un trajín burocrático (ambulancias que no nos quería llevar, hospitales que se negaban a atendernos por “falta de insumos”) que terminó a las siete de la mañana del día siguiente. Las denuncias ya están hechas en la fiscalía correspondiente y estamos esperando que la causa arranque. Lo primero que van a revisar, dijeron, es si quedó algo registrado en las cámaras de la ruta. Más allá del dolor, del miedo y la bronca que este episodio de extrema brutalidad me genera no puedo dejar de pensar en todo lo que a nivel social nos está sucediendo para que, no sólo estos tipos se sientan impunes para hacer algo así, sino que además la gente que se paró a mirar cómo nos masacraban a golpes en ningún momento se le haya ocurrido poner en duda la palabra de los agresores. Seguramente habrá sido porque la contraparte éramos nosotros, “los putos”.

Alessandra Luna 
Activista de Conurbanos x la Diversidad. [email protected]