Amanda y Jim fueron novios en el secundario –esos “highschool sweethearts” tan mitificados en la cultura norteamericana– y veinte años después, se reencuentran en un supermercado cuando Jim vuelve al pueblito de California del que Amanda nunca se fue. En una especie de Antes del atardecer pequeña, excéntrica y en blanco y negro, Blue Jay, una película escrita y protagonizada por Mark Duplass, los reúne en medio de un paisaje idílico, de montañas y un lago que parece quedar en suspenso todo ese día y noche que los ex novios van a pasar juntos recordando el pasado. Esta es la primera de cuatro películas que Duplass va a producir para Netflix, después del éxito relativo de su serie Togetherness en HBO (que fue cancelada después de solo dos temporadas a pesar de recibir buenas críticas), como parte del impulso de la señal de incorporar al mundo del cine independiente y de bajo presupuesto dentro de su oferta de series y películas.

Esta vez, el director, guionista y actor se dio el gusto de aparecer con un guión de solo unas diez páginas y elegir a un director debutante, Alex Lehmann, para esta ficción que coprotagoniza con Sarah Paulson y en la que las escenas se fueron armando al ritmo de la improvisación. Eso se nota muchísimo y contrasta con la fotografía cuidadísima, un blanco y negro que le da a la película una belleza instantánea. La sonrisa luminosa de Sarah Paulson y la intimidad que se establece enseguida entre los personajes de una manera natural trabajan en la misma dirección, y a Blue Jay le lleva pocos minutos hacer que ellos dos, y también lxs espectadorxs, se sientan cómodxs en el pequeño espacio que Amanda y Jim, más que crear, parecen recuperar como si los veinte años transcurridos desde la última vez que se vieron no fueran más que un suspiro.

Es tanta la naturalidad y el placer con que Duplass y Paulson hablan del pasado, se ríen, se fascinan de nuevo el uno con el otro y sobre todo con los que fueron juntos, que la primera mitad de Blue Jay es una joya, una rareza: una no puede dejar de percibir que se trata básicamente de una película con dos actores en una cabaña y en la que no está pasando mucho, pero ellxs se las arreglan para llenar la pantalla de gestos, miradas, silencios, del esplendor de ese cine que narra con las caras de los actores y que últimamente es tan difícil de encontrar. Y de juego, porque Amanda y Jim pronto se ponen a jugar como si hubieran estado esperando veinte largos años para retomar esa parte de ellxs mismxs que quedó en suspenso. Solo que Blue Jay no podía quedarse en esa pequeña anécdota de reencuentro, y quizás habría sido más interesante si lo hubiera hecho: en un momento, el drama aparece casi como una traición, a raíz de una carta que Jim escribió pero nunca le mandó y ahora Amanda se metió en el bosillo sin pedir permiso.

A partir de ahí la película saca a la luz el verdadero motivo de la separación de los dos adolescentes, y se recarga de importancia. Duplass, como si fuera poco, llora como un chico, como si no le bastara con interpretar al nene crecido que lo caracteriza y además tuviera que agarrarse muy literalmente de las polleras de su partenaire. Porque lo que Blue Jay quiere poner en escena, como tantas películas sobre todo independientes donde el tema es el o la adultx que se replantea toda su vida o adquiere de pronto la certeza de que ha vivido equivocadx, es el “¿Qué hubiera pasado si…?”, esa especie de chicana de los adultos que no pueden asumir lo vivido como una serie de decisiones propias. Como sea, lo más interesante de Blue Jay no es lo que Amanda y Jim piensan sobre su relación pasada sino lo que el reencuentro dice sobre ellxs mismxs como adultxs, y sobre todo la decepción profunda con algo que parece ser mucho más hondo que un simple amor que se termina.