* Es rubio, cuarentón, hijo lejano de wichis mezclados con polacos. Es duro, supo carnear, fundir metales y hombrear bolsas. Hoy consiguió empleo como vigilador. Siente algo extraño e ignora la palabra paradoja, pero en los dos últimos lugares a los que fue enviado a custodiar ha sido echado, con una indemnización de fideos y pan para tres meses. Hoy cuida esos establecimientos cada vez más parecidos a huesos de ladrillos fantasmales, cada vez con menos gente. A veces algún ex compañero lo reconoce, pero él apenas saluda; le avergüenza el uniforme azul como de melico.

* Mesón de fierro se llama el lugar y queda en el Chaco. Estaba inundado, aunque las aguas bajan turbias pero bajan. Juan es de allá pero vino a Rosario para vivir mejor. "Antes teníamos un campito y animales, pero no se podía vivir". Ahora sobrevive con trabajitos de portland y pintura, tapando agujeros, changueando. Ha conseguido una heladera, un televisor y una cama para su esposa y su hijita. El patrón ocasional se los ha dado. Este lo llama y descubre en el teléfono de Juan el fondo de pantalla que le hace sentir un rencor delirante: la esposa del chaqueño es luminosa y una verdadera preciosura. Entonces se contempla al espejo y descubre a un gordo calvo, panzón, infiel, infeliz, con ahorros y que sabe va a poder vivir muchos años con lo que tiene encanutado. Por eso cuando llega Juan a la obra lo envidia profundamente y con superstición del que descubre a una luz en la mugre, le ofrece café. Por la noche, toma un Lorazepán para amenguar la angustia de no tener una esposa bella, ni la simplicidad alegre de Juan, ni su esposa, ni su salud, ni su eternidad de semidios en esta tierra de lágrimas decimales macristas y cuentas del corazón pendientes para siempre.

* Eleine es un chico que se siente chica. Azul era una chica que ahora se llama Edu y se siente hombre. Any es gay. Tino es bisexual. Curi es asexuado. Las denominaciones y las siglas se le pierden. "¿Por qué diablos no habrá algo más claro?", se reclama frente al espejito del auto porque su hijo le ha pedido explicaciones de tanta maraña. "Mirá -explica e intuye que meterá los pies en el barro-, antes estaban las lesbianas y los putos y sanseacabó. Era más simple", murmura con un hilo de voz minúsculo y torpe. Su hijo, decepcionado por un padre tan elemental, opta por encender un cigarrillo. "¡Te dije que en el auto no se pude fumar!", empieza a gritar, pero ambos entienden que el enojo es contra su hombre de las cavernas que ha salido del bosque en penumbras. El hijo desciende del coche sin saludar y entra al colegio. "¿Y yo desde cuándo lo dejo fumar a este?", se sorprende preguntándose en voz alta. Hace mucho, mucho tiempo que las cosas se le escapan y él odia eso, odia profundamente no poder ser lo que siempre imaginó: un tipo libre, un beatnick copado, un argentino floreciente, un rolling stone. Un hombre nuevo. Este que va camino a su trabajito y que desprecia con un gesto de su mano al morocho que le hace señas de limpiarle el parabrisas.

* El edificio de al lado -un palomar presuntuoso de culos rotos con sus Audis- creció al lado del suyo despiadadamente, sin respetar las normas de convivencia elementales. Los bichos inmundos y alados, símbolos de la paz y otras pavadas, hacen nido en sus ochavas aéreas y le cagan todo el patio, y caen plumas o algún pichón macilento o herido. No tienen enemigos naturales que las bajen. El se ha informado de las enfermedades que nos hacen contraer. Tiene una beba chiquita. Como no se precisa permiso para portar y adquirir armas de aire comprimido, compró uno del 5 y medio. Trabaja en la compu y cuida de su hija. Su esposa en un lejano banco llega a la tarde y nada quiere saber de sus matanzas. El toma unos mates y luego desde el dormitorio, dispara hasta que logra bajar algunas. Su nena mira Discovery Kids. Cuando caen en su patio, las remata o las coloca con asco en una bolsa de nylon que saca discretamente como su fuesen cadáveres humanos. Luego se lava las manos fervorosamente con alcohol, juega con su hija y la levanta abrazándola. La ha salvado de una infección, de una ceguera o de la muerte misma. Entendió lo fácil que resulta asesinar.

*Ella juega con la joya que tiene sobre la mesita de luz. Todas las noches lo hace: le gusta el tallado frío que le otorga unas sensación de piedra lunar exótica y levemente helada y la acompaña hace décadas. Mientras lee lo hace: Arguedas, Scorza, Onetti. Es de las buenas lecturas, de las que ya no vienen. Su abuela le dejó dos cosas: el gusto por la lectura y esa joya con la que se conecta con ella a través de las oraciones y el suave terciopelo de piedra. Eso fue hace una semana. Hoy está en la misma pieza en la semioscuridad sin ganas de leer. Ha recurrido a las pastillas: la empresa naval la ha dejado en la calle y debe luchar por una indemnización brumosa que ni sabe cuándo cobrará. A la joya ha decido empeñarla mientras tanto. Una pila de libros a su costado la mira y la comprende. Nada es eterno en la vida, ni la salud, ni el trabajo, ni los recuerdos. Llora por dentro. Afuera por la ventanita se distingue un cuadrado donde el tipo inescrupuloso ríe con dientes blancos de criminal, el Maldito que promete otro mundo de locura, mentiras y muerte a cuenta gotas. Otros cuatro años. Prefiere morir, se dice. Y enciende la luz para leer a Onetti, un escéptico optimista del devenir de los malos vientos. "Morirás", le dice al imbécil de la propaganda que la mira en su intimidad. Baja la persiana: se siente manoseada.

"Puto -le grita al pelado- correte, puto, que no veo". Está a dos metros suyos en la tribuna atestada. El tipo se la agarrado con él. Primero pensó que era un conocido y cuando giró la cabeza, el otro le bocineó: "¿Qué mirás, pedazo de trolo? ¿Te gusto?" Sus amigos festejan. Él se siente solo y recuerda el cinturón negro que lleva prendido a su alma desde siempre. Recuerda a un amigo que mata palomas con un rifle y piensa si no sería mejor terminar con estas lacras humanas del mismo modo. Gol de ellos. "¡Puto de mierda, sos un fierro! Sí, a vos te digo, pedazo de trolo!", vuelve el otro a repicar. Empieza el entretiempo. Un cocacolero pasa y él compra una que le envía al tipo que lo putea. "Se la manda aquel", siente que dicen arriba. "Ay, decile que gracias. Ya me di cuenta que sos un mariconcito y cagón ¡Falta que me mandés flores, puto, putazo del orto!". Entonces el pelado sube y se para ante el puteador y sus amigos y le estrecha la mano, gesto simple de fraternidad,mientras que con la otra le retira el vaso de gaseosa. Solo él puede oír el estallido sordo pero sí todos el grito de dolor del tipo. Como si una nube hubiese pasado, una nube negra todos se abren y ayudan al dolorido que grita como un desaforado. Nadie advirtió nada. "Eh,no es para tanto, si solo vine a darle la mano". Y es verdad. Todos vieron el gesto. "Debería estar lastimado de antes", alguien objeta. Cuando pasa el tipo hacia abajo aullando con los huesos rotos, el equipo empata. Ni grita el gol, solo se sonríe y piensa en ganar bebiendo la bebida de los pueblos felices.

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