Apoyado sobre el borde de una silla, Daniel Melingo parece a punto de caerse. El cuerpo echado hacia adelante, las piernas cruzadas, los brazos que cuelgan, los ojos ensimismados en el suelo de madera. Su pelo grisáceo resplandece como una nube de tormenta. Alrededor suyo, un ensamble de once músicos –que se reparten entre bandoneones, violines, cello, contrabajo, piano y guitarra– arremete la entrada de un tango húmedo y rasposo.

Melingo levanta la cabeza de a poco, espera a que la banda comience el descenso y se transforme en apenas un tintineo onírico ejecutado por el piano. Deja el micrófono en el piso y canta a capella, convertido ya en ese rufián melancólico que es él en medio de sus canciones. “¡A ver la barra, que no se escucha!”, grita con una sonrisa elástica para invitar al coro de “Ayer” y entonar esa partida del barrio que se convierte en ilusión rota. La canción se cierra cuando Melingo salta de la silla y su caída retumba en toda la sala. La nostalgia y la furia se irán alternando a lo largo de todo el ensayo hasta volverse imposibles de diferenciar. “Estamos mejor que nunca”, dirá él una vez que todo termine.

“El barrio es un poco el centro, el espíritu. Irse al otro barrio es morir. Es una palabra muy fuerte dentro del vocabulario tanguero y de tantos otros. El barrio es algo así como la patria personal”, explicará Melingo poco después del ensayo, el último antes del comienzo de Universo Melingo, la muestra retrospectiva que arrancó el sábado y continuará durante toda la semana en el Centro Cultural Kichner (Sarmiento 151), que recorrerá cuarenta años de su trayectoria trashumante.

Hubo espacio para un recital junto a la Orquesta Típica Melingo –dirigida por Juan Pablo Gallardo– y también lo habrá para su nueva formación “explosiva”, que incluye hasta al DJ Oliverio Sofía. Contará con invitados como la cantante Isabel de Sebastián y el poeta Fernando Noy. Tendrá una charla suya con Luis Alposta –vicepresidente de la Academia Porteña de Lunfardo– y proyecciones de tres películas en las que participó: Lulú, de Luis Ortega; Una noche sin luna, de Germán Tejeira, y el documental Su realidad, de Mariano Galperín, sobre la presentación de su disco Linyera en Europa. “El músico Béla Bartók ya había hablado de cómo dentro de uno se encierra un universo y dentro de cada átomo se encierran constelaciones. Esa es la idea detrás de Universo Melingo”.

En ese universo personal, orbita muy cerca del centro ese poderoso símbolo que es la partida del barrio. Daniel Melingo lo atravesó una y otra vez. Saltó en su juventud desde una formación en conservatorios hacia un viaje errático donde se convirtió en clarinetista del músico brasilero Milton Nascimento. De allí al saxo y las guitarras de Los Abuelos de la Nada. A la composición de éxitos enquistados en la cultura popular como “Chalamán”, o “Hulla hulla” y “Cleopatra (la Reina del Nilo)”, ya siendo parte Los Twist. Luego al rock de estadios con Charly García, y a la vida nómade en Europa y el norte de África al frente de Lions In Love. Un regreso a la Argentina y a la decisión de despegarse de a poco la piel del rock para transformarse en un extravagante crooner tanguero. De ahí a la búsqueda en sus raíces griegas, y a la vida del linyera áspero y distinguido que le da forma a su última trilogía discográfica: Linyera (2014), Anda (2016) y el próximo Oasis, que saldrá en marzo de 2020. Entonces la pregunta se hace inevitable: ¿de dónde se siente parte Daniel Melingo?

“Toda esa mezcla conforma un mosaico grande que es mi personalidad. En cada momento hay partes que voy descubriendo y sacando a la superficie, partes escondidas a las que les voy dando forma con la música”, dice este músico multiinstrumentista con su voz honda y cavernosa, que contrasta con algunos movimientos frágiles de sus brazos y la plasticidad instintiva de su rostro. “Siempre busqué sumar. El resultado de toda esa suma es mi presente. Es muy importante para un creador, un artista, que va sacando álbumes con el tiempo, poder reinventarse. Es un poco el secreto de la continuidad: reinventarse. Lo que pasa es que no es fácil. Yo sigo buscando, escarbando, encontrando en memorias ancestrales. Esta muestra retrospectiva es un paso más de esa búsqueda, una posibilidad de resignificarlo todo a la distancia”.

Resistencia, melancolía y psicodelia

Nacido el 22 de octubre de 1957, en el barrio de Parque Patricios, Daniel Melingo se crió entre compositores de tango, cantantes líricos y fogones con sus primos, tocando canciones de Tanguito y Manal. Luego llegó la academia: el conservatorio Nacional de Música Carlos Lopez Buchardo y el Conservatorio Municipal Manuel de Falla. Allí dentro, después de algunos intentos frustrados con el bandoneón, terminó por elegir el clarinete como su instrumento predilecto. “Me acompañó en todo momento. Me llevó por Brasil viajando casi sin peso en mi mochila, fue el puente para tocar el saxo con Los Abuelos y me va bien para el tango”, recapitula Melingo. “Ahora me llevó hasta los instrumentos griegos, al buzuki. En este último tramo de mi vida, está latente una hibridación entre el tango y la rebética, que es la música folklórica de Grecia, así como lo son el blues, el flamenco y el fado, las cinco músicas de resistencia. Pude mezclarlo con mis pasajes por otros colores como es el sonido más fuerte, más eléctrico”.

Ese cruce no aparece en la historia de Melingo como una cuestión azarosa. Hace diez años logró conformar una genealogía familiar y descubrir que su apellido proviene de una isla del mar Egeo. Desde ese momento comenzó una exploración musical que fue al mismo tiempo una búsqueda de sus raíces. Y que lo llevó a conformar su “trilogía del linyera”, donde el sonido metálico de los tubos griegos se reúne con el lamento portuario de los violines, y la embestida de guitarras lisérgicas y marginales. Ese será también el sonido que va a envolver su nuevo disco, Oasis, en el que consumará la muerte de su linyera. Luego de ser asesinado a traición en una masacre donde también mueren todos sus amigos, quedará abierto para Melingo un territorio hecho de fantasmas.

“Escribiendo el nuevo disco, en los últimos dos años, surgieron dudas, muchísimas. Y dentro de esas dudas fui desarrollando sub álbumes. Lo grabamos con orquesta típica y también con una banda eléctrica, que es un poco lo que sintetiza la retrospectiva. La abrimos con ‘Chalamán’ con sonido de orquesta y vamos a cerrarla el domingo 6 con una banda eléctrica”, describe Melingo. “Yo siempre aprendí sobre el ruedo. Hice mis tesis en vivo. Cuando armamos los Abuelos, yo venía de otro palo, de lo académico, y aprendí con ellos a tocar rock. Tangos bajos (1999) fue un experimento que hice teniendo ya conocimientos como autor y compositor, pero no tantos dentro del tango. Y comprobé que fue satisfactorio por la reacción que hubo. Ahí vi una puerta que se abrió y empecé a desarrollarme como artista. Empecé a aprender a tocar el tango ahí, en vivo, como con los Abuelos”.

-Te iniciaste en la academia y poco después pasaste por el filo más visceral del rock. ¿Cómo se relacionan esos dos mundos?

-Hay mucho prejuicio del académico contra lo popular y también a la inversa. Por un simple motivo, que es la música escrita, los papeles. "Ah, ¿pero vos no leés música?", dicen de un lado. Llegué a la conclusión de que en realidad para el músico todo pasa por el oído. La escritura es una manera de organizar o de ayudar a la memoria para un estudio preliminar, para un ensayo, no para una entrega con público. Vi en vivo muchas veces a la orquesta de Osvaldo Pugliese y él les tenía terminantemente prohibido a sus músicos tocar con partituras, tenían que tocar de memoria. Lo puedo entender en una orquesta donde son sesenta que se tienen que poner de acuerdo, pero para eso hay un director que se va moviendo, para que todos puedan seguir de costado el ritmo. Porque lo más importante es el ritmo. Después, las notas las aprendés, son doce...

-¿En el tango y en el rock se trata del mismo trabajo para conseguir ese ritmo propio?

-La búsqueda es la misma, con diferente vestimenta, instrumentos. No lo digo yo, lo dijeron Spinetta y Charly: el rock argentino es tango con otros instrumentos. Está el mismo potencial de nostalgia y de melancolía en los dos géneros. Nuestro rock y nuestro tango son parte de la misma familia. Hay un componente melancólico intrínseco en los dos, que viene de los barcos, de la añoranza de lo que se dejó atrás. Esa es la savia de nuestra música.

-En las últimas décadas se habló y se habla de “la muerte del rock”, mucho antes de la del tango. ¿Creés en esa idea de la muerte de los géneros musicales?

-¡Estamos todos muertos entonces (risas)! Pero creemos en la resurrección, evidentemente, tenemos esperanzas y fe. El resto es todo intangible. Todo está muerto hace mucho tiempo, con la posibilidad de poder seguir combinándose. Hay tantas combinaciones como personas pisando el planeta. La capacidad de combinaciones es infinita. Esa es la búsqueda que te va armando el camino.

-¿Qué rol juega en tu música la psicodelia que traes desde Los Abuelos de la Nada?

-La psicodelia siempre me acompaña, es como llevar tu aceite de oliva para sacarlo de la camisa en un restaurante. Es un condimento muy importante que funcionó como un puente, me unificó cosas imposibles de unificar de otra manera. Está en Los Twist, en Tangos bajos y en el último disco. Es una herramienta fantástica para la música porque lo que tiene es una libertad absoluta. Y yo creo que eso es lo más atractivo: es un vale todo. Lo que necesitamos después es un rótulo, entonces le ponemos “psicodelia”, y en realidad es la libertad total. La podemos interpretar mejor como una palabra, pero de lo que se trata es de una búsqueda de la conciencia.

-¿Las sustancias psicoactivas son un freno o una potencialidad en esa búsqueda?

-Están estrechamente vinculadas las sustancias con la música. La música es una sustancia que nace de lo abstracto y se convierte en sustancia una vez en sangre, por la emoción. Hay una transformación química que pasa a través de la música, sin sustancias alucinógenas. Es un principio de la meditación, también. Siempre está la búsqueda de la reacción química en el organismo, de una manera más fácil o más compleja o sistemática. La música entra en el cuerpo y actúa. ¿Por qué te sentís bien cuando escuchás algo que te gusta? Es una reacción química que se busca también con una paleta de colores o con los condimentos que están en una cocina. Lo que hay que aprender en el trayecto de la vida es a saber usar la cocina de uno mismo.

La risa de los dioses

Hay una frase que quedó grabada en la memoria de Melingo desde su paso por el conservatorio. Fue una de sus profesoras de Armonía quien le dijo: “Melingo, usted improvise, después haga la teoría". Ahora asegura que fueron esas palabras las que le permitieron dar el salto al vacío a mediados de los '90, cuando decidió comenzar su carrera de músico solista y hacerlo en un terreno poco explorado: el tango. Desde ese momento lleva más de 500 conciertos alrededor del mundo y siete discos editados. De ahí saldrán casi todas las piezas que serán reordenadas a lo largo de Universo Melingo, cuya carta de presentación lleva un texto escrito por el periodista Rodolfo Palacios, en el que se lee: “Un destello o estallido que termina por desalambrar todo tipo de límite. Desde la música, el cine, el teatro, la literatura, la pintura y la imaginación. Así lo dice Lovecraft, uno de los autores favoritos de Melingo: ‘Los sabios interpretan los sueños y los dioses se ríen’”.

Ese vínculo entre la risa y la profundidad de los sueños fue encarnándose en Melingo a medida que se adentraba en el tango. Sus letras de paisajes adoquinados y brumosos, repletas de truhanes y buscadores existenciales, se iban personificando sobre el escenario en una suerte de clown malandra y elegante. “Después de tocar en muchos países con lenguas totalmente diferentes, llegué a la conclusión de que el único lenguaje con el que puedo transmitir es el de la música y no el de la palabra”, revela Melingo. “Entonces empecé a sobrecargar mi gestualidad para darle más fuerza. Pareciera que estoy bailando en todo momento. Y eso sucede a la vez porque la música hace de cama y de elástico, de trampolín, para el resto del espectáculo. Me vi metido en una situación propia de un espectáculo unipersonal, una especie de Chaplin de cine mudo que canta. Lo fui encontrando haciéndolo, no de casualidad. Lo fui puliendo, armando de a poco. Así nació el personaje del linyera”.

-Tu personaje del linyera tiene altas dosis de altanería y galantería. ¿Por qué lo construiste desde ese lugar?

-El linyera es el que renunció a todo lo que nosotros queremos agarrar y tener. Es un poco el símbolo de quien pudo dejar lo que no le sirve. El que no se quedó quieto o no se animó a hacerlo porque es mejor “quedarse con eso”. No se trata del tipo que está viviendo en la calle porque no le queda otra, es el que lo hace con seguridad y por elección. Y tiene que ver con una actitud imprescindible para la vida: el despojo.

-¿En algún momento su gestualidad cobró más peso que la música?

Yo voy en una gestualidad errante que parece coreografiada, pero porque detrás hay un gran ensamble musical. Después ves al tipo que se va tambaleando, bajando del escenario, cayéndose al piso, rascándose el ojete, yendo de un lado para el otro. ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? Hay un contraste muy fuerte y al mismo tiempo una sincronicidad en la música que potencia esa actitud errática. Eso da como resultado que te digas adentro tuyo: “¿esto es en chiste o es en serio? Estoy escuchando algo que me hace emocionar, que me encanta, y por otro lado veo a un loco que está saltando y tirándose al piso”. Así es que a lo largo de noventa minutos la gente termina en la conclusión, sin importar el idioma, de cuál es ese mensaje que al principio se le hacía difuso.

En tus comienzos personificabas al Doctor Alberto Moral en un programa televisivo, el “Dr. A. Moral”. Luego de cuarenta años de recorrido, ¿creés que hay lugar para la moral en el arte, para un mensaje acerca del bien y del mal?

Sería imposible algo así. Cada uno va construyendo su moral, su ética, va entendiendo hasta dónde tiene que ser bueno o malo. Es un aprendizaje personal y subjetivo, que tiene que ver con lo individual… puede ser tan distinta para vos y para mí. Entonces el arte no es un terreno donde haya lugar para eso, por más que se quiera.

* La programación completa de Universo Melingo puede consultarse acá