La semifinal de la Copa Libertadores que protagonizarán River y Boca se ha caracterizado por el lugar en que (no) pretenden ubicarse los equipos. A partir de que quedó confirmado este duelo, los dos se ocuparon de evitar el favoritismo que le otorgan por distintas circunstancias. Más allá de que en esta clase de partidos suele quedar relegado todo lo que aconteció anteriormente, ninguno aceptó el rol de tener mayor preponderancia que su rival por lo que vienen atravesando en estas semanas previas.

Boca llega con un buen pasaje en la Superliga, invicto, y con apenas un gol en contra. Y si bien su juego no es vistoso, se lo distingue como efectivo. De todas maneras, en la intimidad del plantel prefieren que no los ubiquen como los que mejor posicionados están. River es el campéon de América actual, y cuando afronta compromisos personales de ida y vuelta siempre tiene un plus para ofrecer. Eso fue lo que lo llevó a consagrarse internacionalmente desde 2014 a esta parte. Sin embargo, en Núñez prefieren que no se los señale como los candidatos a ser finalistas.

La negativa de ambos a sostener el lugar más preponderante es llamativa. La sensación es que ninguno pretende arribar como el que tiene más obligaciones a ganar la serie. Lo que sucedió hace nueve meses en Madrid dejó un sello demasiado grande, donde la tinta todavía permanece fresca. Como aquel desenlace fue favorable a River, en el caso de que ahora sea eliminado no será tan extremo el sufrimiento, pero si ocurre lo contrario, Boca ingresaría en un terreno movedizo del cual podría tardar mucho tiempo en escapar.

La paridad entre los dos es enorme, y sólo el factor psicológico es el que está del lado de River, por lo sucedido en los anteriores enfrentamientos coperos, con Marcelo Gallardo al frente del plantel. La final en el Bernabéu le costó a Boca tener que renovar casi todo su plantel, y no sólo el director técnico. A Guillermo Barros Schelotto le cuestionaban que atacaba demasiado, y por ese motivo se desprotegía en el sector defensivo. Gustavo Alfaro es lo contrario, primero se encarga de fortalecer su área propia, y luego ataca en cuentagotas. El resultado por ahora lo acompaña en la Superliga, pero todo quedará desmoronado si no juega el partido del 23 de noviembre en Santiago de Chile.

El estilo de Gallardo sigue siendo el mismo, que si bien tuvo momentos altos y de los otros, desde que asumió la idea quedó bien establecida. Quizá, la preocupación tenga que ver precisamente por el indescifrable esquema que pregona el ex conductor de Huracán. De todas maneras, la vidriera de los dos más poderosos está repleta de historia, la misma que le otorga a ambos la condición de candidatos.

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