Desde Rosario

La décima edición de la convención internacional de historietas Crack Bang Boom, que terminó el domingo en Rosario, pide un balance complejo. Quizás sea posible hablar de varios balances dentro de esta nota. Uno de esta edición del evento, otro de los diez años de misa comiquera rosarina, uno más sobre el resultado de los cuatro días para las editoriales y una reflexión posible sobre el impacto de la crisis económica inflingida por el macrismo sobre las industrias culturales y, en particular, la del universo dibujado. De yapa, y a modo de corolario de este último punto, el balance de muchos protagonistas del circuito que asisten a la convención desde el primer momento y que, inevitablemente, miran para atrás empujados por el número redondo. La misma Crack se encargó de fomentar esto con varias mesas de debate, que estuvieron entre lo más interesante del encuentro.

En lo inmediato, esta edición de la Crack Bang Boom contó con un elenco sólido de invitados, aunque quizás no hubo un nombre indiscutiblemente fuerte. El italiano Serpieri convocó a su nicho, lo mismo que los hermanos Villagrán, y el español Víctor Santos (de Polar, adaptada por Netflix recientemente) llamó la atención, lo mismo que la francesa Pauline Aubry, con una obra en un registro muy distinto. Oscar Chichoni, histórico portadista de la revista Fierro, ofreció un seminario de tres jornadas que explotó de gente y la convención curó una muestra impresionante de su obra. El resto cumplió bien con las expectativas y aportó variedad al encuentro.

La organización, en tanto, estuvo más abocada a ofrecer el balance de una década y aún no anunció los números finales de concurrencia, aunque es de suponer que fue un poco más baja que en 2018. Menos plata de quienes habitualmente viajan y el mal clima, que ahuyentó a algunos locales (especialmente el domingo, día del popularísimo desfile de cosplay junto al río). Imposible hacer proyecciones por las filas en boletería: las ventas anticipadas en Rosario y Buenos Aires en comiquerías y a través de internet hacen cualquier estimación, al menos, aventurada.

Las editoriales, en tanto, tuvieron un rendimiento dispar. De las consultadas por Página|12, sólo una reconoció resultados negativos. Se trata de un editorial para chicos cuyo editor atribuyó el traspié a la mala situación económica y a la dificultad extra de no sólo interesar a los más pequeños, sino luego convencer a sus padres del desembolso monetario. El resto de los sellos se mostraron mejor parados ante la pregunta. Algunos se alegraban de haber superado la meta modesta de “salvar la ropa”. Otros se mostraron desilusionados ante ese mismo resultado.

Quienes salieron mejor parados fueron quienes consiguieron mantener precios sin mucho aumento, llegaron con sólo una o dos novedades para que los libros no compitan entre sí, y ofrecían promociones. Gutter Glitter, Editorial Módena, Rabdomantes y el colectivo editorial BS apostaron a este modelo y coincidieron en sus buenos resultados. César Libardi, de Rabdomantes, destacó esta como “la mejor de los cinco años de la editorial”. Probablemente el público, aún si parece haber sido menos, fue el que es fiel a los eventos y que sabía qué iba a comprar. Premió a quienes pudieron garantizarles algo de su poder adquisitivo. Las editoriales con libros más caros, en cambio, sufrieron más el contexto.

Otro elemento central del evento es la entrega de los Premios Carlos Trillo, que se otorgan desde hace cinco años. El resultado estuvo bastante repartido entre los distintos sellos y Quique Alcatena subió dos veces al escenario. Una cuando se lo galardonó como mejor dibujante (un premio que no le agrada mucho, pues reniega de los premios competitivos) y otra vez como reconocimiento a su trayectoria, una estatuilla que, esa sí, agradeció de corazón ante un auditorio de pie. El Premio Trillo a mejor obra para público adulto, la categoría más importante, fue para Renzo Podestá por El aneurisma del chico punk vol.2.

El reconocimiento a Podestá es profundamente significativo. Por un lado, porque en unos premios que se sostienen por el voto de sus pares, su obra fue reconocida aún por encima de su muchas veces polémica figura e intervenciones en las redes sociales. Por otro lado, porque es uno de los muchos autores que en la última década –y en buena medida a la par de Crack Bang Boom- crecieron y se desarrollaron como artistas pero también como editores.

Ese fue uno de los aspectos que destacó en la ceremonia de cierre Eduardo Risso, dibujante de prestigio internacional y presidente de la organización del festival. Risso celebró la obtención de resultados en todos los puntos centrales del ideario de CBB: la promoción de sellos, la federalización del encuentro, el vínculo con editores y el trabajo en conjunto con el Estado. Además, y como para desechar rumores, durante su discurso el artista expresó dos veces el deseo de todos los organizadores de obtener continuidad en el desarrollo del encuentro que, hoy por hoy, es el principal hito del calendario de la historieta argentina.