La macroeconomía argentina se encuentra en una situación de extrema dificultad y la prioridad de la próxima gestión será lograr su estabilización. Sin embargo, la urgencia no debe relegar otra necesidad importante: avanzar con una estrategia de desarrollo de mediano y largo plazo. Para ello, se precisa acordar una serie de ideas básicas que se transformen en políticas de Estado, es decir, que logren mantenerse en el tiempo.

Un primer punto es que en Argentina ningún sector productivo “está de más”. Distintos indicadores nos muestran que nuestra dotación no es suficiente para que podamos vivir de los recursos naturales. La industria, el agro, los servicios, la energía, la minería, el turismo, la pesca y las economías regionales son complementarios (y no contrapuestos) a la hora de pensar un proyecto de país.

Debe superarse la falsa dicotomía entre industria y agro. Finlandia y la industria forestal, Australia y la minería, Noruega y la acuicultura o los hidrocarburos, entre otros, son ejemplos de países en los cuales existen fuertes complementariedades entre recursos naturales e industria, con el conocimiento y la tecnología como ejes centrales. En ese sentido, maquinaria agrícola, fitosanitarios, agtech, biotecnología, insumos y servicios para la explotación de Vaca Muerta, son sectores en los que Argentina tiene un elevado potencial.

En segundo lugar, aumentar las exportaciones debe ser una prioridad. La dicotomía entre mercado interno y salir a venderle al mundo también es engañosa. Un mercado interno vigoroso es una plataforma necesaria para que las empresas salgan al mundo. Sin embargo, es cierto que sólo con el mercado interno no alcanza: salir a exportar obliga a aumentar la competitividad, además de brindar las divisas necesarias para superar en el tiempo las crisis recurrentes de balance de pagos.

En este sentido, se necesita un acuerdo en torno a la integración al mundo, dejando de lado los dogmatismos y slogans de campaña. Una mayor apertura no implica necesariamente mayores niveles de desarrollo y sellar acuerdos comerciales no genera automáticamente una mejor inserción en el mundo. Ese fetichismo de la apertura comercial no tiene sustento alguno en la historia del desarrollo económico, ni se condice con la dinámica del comercio mundial en la actualidad. No obstante, cerrarse al mundo por completo tampoco es una opción para nuestra economía. En definitiva, una mayor integración es deseable y necesaria, pero debe hacerse de manera inteligente, con una equilibrada matriz de costos y beneficios en el marco del actual conexto internacional.

Al mismo tiempo, las condiciones bajo las cuales se avanza en una apertura deben ser contempladas, ya que son claves para la mejora del perfil productivo y exportador. Exigir la “reconversión productiva” en un contexto de restricciones al financiamiento, fuerte aumento de los costos, inestabilidad macroeconómica, contracción de la demanda y caída de la rentabilidad es inconducente. En este contexto sólo se genera un fuerte ajuste recesivo, tal como sucedió con la industria manufacturera durante los últimos cuatro años.

Otro acuerdo fundamental debe ser la centralidad de la Ciencia y la Tecnología. El desafío es aumentar su vinculación con el entramado productivo e impulsar la inversión en I+D+i por parte del sector privado. Desfinanciar el sistema científico local a cambio de ahorros macroeconómicamente insignificantes no tiene sentido y genera un daño muchas veces irreparable que debe evitarse.

En definitiva, con una macroeconomía que acompañe, dejando atrás falsas dicotomías y con el sostenimiento de políticas de largo plazo, Argentina tiene todo el potencial para salir de la trampa de las urgencias para avanzar en el sendero del desarrollo económico.

* Paula Español es directora de Radar Consultora.