PáginaI12 En Francia

Desde París

Las democracias occidentales han hecho suya la figura y la temática de una de las obras maestras de la literatura latinoamericana: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos (1974). Lideres políticos por encima de las instituciones, la supremacía de las retóricas ante lo real, engaños intensivos, megalomanía, autoritarismo y una forma de plantar al político, es decir, al individuo que ejerce el poder, más allá de todo control. Además de las mentiras masivas, la impunidad ante las infracciones o los delitos cometidos y la impugnación de la justicia son las armas predilectas de los más destacados candidatos de las elecciones presidenciales francesas de abril y mayo de 2017. Como Trump en Estados Unidos, Yo Supremos que se instalan en una realidad propia y desconocen las reglas democráticas. Dos de los cuatro representantes políticos con sólidas posibilidades de convertirse en el próximo presidente están con los tribunales al acecho pero, ambos, descalifican a la justicia, denuncian complots o acusan a los medios. Las pruebas contra ellos son, sin embargo, arrasadoras. El candidato de la derecha, François Fillon, y la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen, se encuentran en una situación similar, acusados por las mismas infracciones:uno, Fillon, por haber contratado de forma ficticia a su esposa Penelope como asistente parlamentaria:la otra, Marine Le Pen, por haber recurrido a la misma práctica en el Parlamento Europeo. La defensa de estos dos candidatos se apoya en una retórica escandalosa que consiste, al final, en poner el tela de juico el Estado de derecho que ellos mismos están llamados a proteger si son electos presidentes. Fillon y Le Pen siguen al pie de la letra el manual del trumpismo ilustrado y convierten a una de las democracias más sobresalientes de la historia en un ejemplo indecente. Las evidencias culpables son un tejido de los medios, las investigaciones policiales y judiciales una “manipulación” política y la autoridad de los organismos del Estado -Justicia, policía-apenas un brazo armado que el “sistema” acciona para perjudicarlos. Esa es la narrativa con la cual los dos candidatos se presentan ante la opinión pública. Con ella labran una legitimidad popular en contra de la autoridad del Estado e inauguran una era oprobiosa cuya raíz es la deslegitimización de los medios y los organismos oficiales. 

El viernes 24 de febrero, la Fiscalía Nacional Financiera abrió una causa contra el candidato de Los Republicanos, François Fillon. Al cabo de las investigaciones que la Fiscalía llevó a cabo luego de que el semanario Le Canard Enchaîné revelara que el ex primer ministro había creado en el Parlamento un falso puesto de trabajo para su esposa y otros para sus hijos, este organismo determinó que existían claros “indicios” de delito. Este polo de investigaciones sobre infracciones financieras remitió el caso a tres jueces de instrucción bajo la tipificación de “malversación de fondos públicos, abuso de bienes sociales, tráfico de influencia y no cumplimiento con las obligaciones de declaración ante la Alta Autoridad sobre la transparencia de la vida pública”. En total, el Estado habría pagado a la señora Penelope cerca de un millón de euros por un trabajo inexistente. Los investigadores no encontraron ni la más remota prueba de que la esposa de Fillon haya cumplido con el trabajo por el cual le pagaron. De ahora en más, los tres jueces de instrucción deben decidir si proceden o no a la imputación de Fillon, su esposa, sus hijos y otros actores del caso. François Fillon tejió su defensa en tres etapas. Primero denunció un complot de la justicia y los medios, luego, a través de sus abogados, impugnó la competencia de la Fiscalía Nacional Financiera y, al final, recalcó que no renunciaría a su candidatura porque se ponía en manos “del veredicto de las urnas”. 

El caso de Marine Le Pen y su partido es aún más imponente. La líder del Frente Nacional Francés incurrió en prácticas fraudulentas en el Parlamento Europeo. La eurocámara la acusa de haber contratado falsamente a dos asistentes parlamentarios y le reclama la devolución de 300 mil euros. Marine Le Pen se niega no sólo a reintegrar el dinero sino, también, a acudir a las convocaciones policiales y de la justicia. La santa patrona de la ultraderecha alega que se trata de un “montaje” para perjudicarla, impugna la competencia de la justicia y, en todo los casos, se dice víctima del “sistema”. No obstante, las pruebas aportadas por el Parlamento Europeo son contundentes. 29 de los 60 contratos de trabajo son claramente ficticios. Los supuestos asistentes parlamentarios jamás pusieron un pie en la eurocámara pero cobraron por ello. La Oficina Antifraude del europarlamento probó que Catherine Griset, la secretaria de Marine Le Pen, y Thierry Légier, su guardaespaldas, cobraron por un trabajo que jamás realizaron. Marine Le Pen va primera en las encuestas electorales pese a que su partido, el Frente Nacional, es aquel que más causas abiertas por corrupción tiene en los tribunales. En total, seis investigaciones por malversación de fondos, fraude en banda organizada y financiación ilegal en las campañas electorales -presidenciales, regionales, locales, municipales, europeas–acechan al Frente Nacional sin que ello le haya hecho perder legitimidad en las preferencias electorales. Marine Le Pen se defiende igual que François Fillon: la culpa es de los medios que mienten y complotan, y de la justicia, la cual, dice, conforma “un gobierno de jueces que constituye una desviación antidemocrática y oligárquica”. 

Los Yo el Supremo están más allá de las leyes, de las regulaciones y las obligaciones de sus cargos. Sus narrativas contra el sistema y los inmigrantes le dan de comer a sus urnas al mismo tiempo que dictan la sentencia de muerte de las democracias donde imperaba el Estado de derecho. El Estado del Yo se traga los pactos y las normativas colectivas. 

Una investigación llevada a cabo por el vespertino Le Monde demostró además cómo los llamados partidos nacionalistas europeos -las extremas derechas-reciben fondos millonarios del Parlamento Europeo -7 millones de euros en 2017–en lo que aparece ser una estafa muy bien diseñada. El asunto es por demás paradójico cuando se trata de partidos cuyo principal argumento es estar contra Europa, la construcción europea, el euro y la eurocámara. Pero sin embargo viven de ese sistema al cual ellos mismos aseguran querer destruir. François Fillon, Marine Le Pen, ambos cuentan con concretas posibilidades de disputar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Los dos se han dibujado un aura de “víctimas inocentes” y “candidatos del pueblo contra el sistema”. Pero son los hijos predilectos de un sistema gracias al cual ascendieron a donde están. El prontuario que los procede los convirtió en campeones modernos de una democracia degradada, pisoteada y desvalijada por quienes se postulan como restauradores de lo que ellos mancillaron. Yo el Supremo es el nuevo hijo de la debilitada democracia occidental.  

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