Se trata de una obra de grandes dimensiones, óleo pintado sobre lienzo hace más de 4 siglos con atención al detalle y maestría, alabada hoy “su composición supremamente equilibrada”, amén de pinceladas cargadas y contundentes. “Se pueden ver hasta las venas de las manos de los apóstoles, las cutículas de sus uñas”, esboza una maravillada Rossella Lari, restauradora de esta pieza devocional que representa el momento icónico que más tarde instauraría la eucaristía: la última cena de Jesús con sus discípulos, bosquejados con tangible dinamismo y emoción, todos en tamaño natural. “Es la lectura femenina de un tema clásico en el arte. De hecho, es la más antigua que conocemos. Y llevaba más de 450 años sin ser vista”, destaca Lari sobre este cuadro tan singular, que pasó buena parte de su vida en sótanos y depósitos. Se trata de la única pintura de una artista mujer del Renacimiento que captura la mentada escena bíblica ¿Quién es ella? Una monja autodidacta llamada Plautilla Nelli (1524-1588), cuya obra maestra -lógicamente bautizada La última cena - jamás había sido expuesta al público, menuda omisión… Hasta los pasados días… Porque, tras 4 años de laburos de restauración, por fin ha sido colgada en todo su renovado esplendor en el Museo de Santa María Novella, en Florencia, Italia, como parte de su colección permanente. Un suceso a todas las luces que, según especialistas, coloca a Nelli en las filas de Leonardo da Vinci, Domenico Ghirlandaio, Pietro Perugino.

“Estamos reclamando la historia centímetro a centímetro”, se alegra la restauradora, y esgrime que, “a pesar de haber vivido en una época en la que las mujeres tenían prohibido el estudio de la anatomía humana, Nelli desafió las convenciones al crear figuras masculinas y abordar un tópico reservado para maestros varones en el apogeo de sus carreras”. “Ningún hombre en el siglo 16 cuidó tanto la representación de las telas y utensilios en torno a una mesa como lo hizo ella. El lenguaje corporal también define a esta obra, porque no era muy común ver tal contacto físico entre hombres”, opina la experta, integrante de Advancing Women Artists (AWA), organización sin fines de lucro que todo tuvo que ver con la hazaña.

Desde 2006, este grupo multidisciplinario, cien por cien femenino, rastrea en los depósitos de las galerías de arte florentinas esculturas y pinturas de mujeres artistas, muchas ignotas, con la expresa intención de que vuelvan a exponerse o, claro, se exhiban por primera vez. Para tales fines, las rescatan y restauran, financiándose mayormente vía crowdfunding (en el caso de La última cena, pidieron además que ricachones “adoptaran un apóstol” por equis monto; Jesús valía el doble, Judas menos, sobra la aclaración). Ya han salvaguardado alrededor de 60 piezas de 20 artistas de los últimos 5 siglos, titánica tarea que le ha valido a la fundadora de AWA, la filántropa Jane Fortune (RIP el pasado año), el mote de “Indiana Jane”…

“Al principio, nos preguntaban con total naturalidad: ‘¿Por qué quieren hacer algo así?’ Se trata de enriquecer el legado cultural femenino que existe, aunque permanezca en la sombra”, ofrece Linda Falcone, directora actual de AWA, fundación que se inauguró en las bondades del justiciero salvataje con otra pieza de Nelli, Lamentación con santos, hallada en paupérrimas condiciones. Le siguieron más pinturas, en ídem estado deplorable: Santo Domingo recibe el rosario, Santa Catalina en oración, La crucifixión… Por cierto: antes de su cruzada, solo había registro de tres obras de Plautilla; en la actualidad, son más de 20 las piezas que se le adjudican.

A pesar de haber caído en el anonimato por los siglos de los siglos, vale decir que la devota artista había gozado de bastante éxito en sus días. Sin más, el mismísimo Giorgi Vasari, reputado historiador del arte, la incluyó en su encumbrado Vidas de artistas, edición ampliada de 1568, destacando su profusa labor. Porque aún cuando ella no podía vender sus pinturas, sí podía su convento, Santa Caterina di Cafaggio, donde la entonces Polissena Marguerita Nelli, hija de un rico mercader de telas, había ingresado a los 14 años. Y eran tantos los encargos que, según Vasari, “no falta una obra suya en ningún hogar de la nobleza florentina”. La asistían ocho monjitas más, discípulas del taller-escuela que regenteaba intramuros, a las que enseñaba lo que había aprendido mirando obras de Fray Bartolomeo o Andrea del Sarto, estudiando esculturas de Cristo.

“Para las mujeres de Renacimiento tano con inclinaciones artísticas, la vida monástica no era un problema: era una solución creativa. Los conventos las liberaban de las obligaciones domésticas del matrimonio y la maternidad, permitiendo que se desarrollaran en las artes”, explica el sitio Artsy. Agrega Falcone que, para ellas, “la única manera de hacer obras a gran escala y obtener comisiones era a través de sus conventos”. La última cena, de hecho, fue un encargo del propio convento de Nelli para emperifollar el comedor. Y en Santa Caterina permaneció hasta principios del siglo 19, cuando la orden fue suprimida por iniciativa napoleónica, demolido el lugar. El cuadro fue enrollado y mudado al monasterio de Santa María Novella, donde pasó de los cuartos de los frailes a los depósitos, descuidado a más no poder, padeciendo las inclemencias de la humedad. Hasta que Indiana Jane la rescató…

Que el trabajo de conservación revelara un dibujo preparatorio apenas delineado muestra la seguridad de sor Plautilla en sus habilidades con el pincel. “Que firmara el cuadro, algo inusual para una mujer durante el Renacimiento, fue un acto de autoafirmación; estaba reclamando su estatus de artista”, comparte Silvia Colucci, directora del museo que hoy exhibe la colosal pieza.