Vicentico se zampa un cóctel de pastillas, se levanta el pelo hacia los costados –lo transforma en dos orejas lobunas– y se calza un traje con tiradores que le abulta la panza. Sale a dar vueltas por la trastienda de un cine en penumbras, abstraído en una especie de trance felino que lo pone a bailar agazapado y a cantar que “Yo soy feo, feo / Por eso a mí me tienen miedo, miedo”. Así se presenta en el video de “FREAK”, la canción que acaba de lanzar y que es al mismo tiempo la primera pieza que exhibe de una maquinaria todavía inacabada: su próximo disco. Desde el lanzamiento de Último Acto (2014) –su último trabajo como solista, que terminó por posicionarlo como un exótico crooner capaz de renovar y canalizar la ternura latinoamericana–, acumuló horas de soledad en el estudio de su casa, el método más eficaz que encontró para propiciar sus canciones. Después de cinco años, “FREAK” aparece como un retorno hacia los caminos trazados por el frenesí del movimiento. Una canción psicodélica e inflamable, propulsada por vientos calientes y teclados anómalos en la que Vicentico parece desprenderse de cierta carga introspectiva y mirar una vez más hacia la luz del ritmo.

“Lo a mí me pasa es que me doy cuenta de qué estaba haciendo recién cuando termino el disco y pasa un tiempo, cuando vuelvo a reescuchar todo. 'Ah, estaba hablando de eso'. Todavía no sé bien de qué estoy hablando en este disco”, dice Gabriel Fernández Capello con una risa algo tímida. Hay algo en este hombre de 55 años y mirada reflexiva que, fuera del escenario y de sus canciones, parece alejarlo de ese nombre artístico que es Vicentico. Sentado frente a un café que deja enfriar, vestido con una remera gris, jeans oscuros y borcegos, deja en estado de pausa al personaje, como si se tratara de un león amansado que aprendió en qué momento debe mostrar los dientes. “No creo en eso de que las personas tengan que ser las mismas arriba y abajo del escenario, aunque en parte lo sean. Arriba es mi oficio, es mi momento. Es como ir a jugar al fútbol y bueno, en ese momento soy Messi. Arriba soy un personaje concentrado de un montón de ideas que se juntan para expresar lo que necesito expresar. Es como un yo recalcitrado, que no juzga nada, que pone en juego todos mis asuntos durante dos horas, y después me tranquilizo. Es algo que aprendés a construir y entender con el tiempo”.

El recorrido necesario para entender a Vicentico comienza hace treinta y cinco años, cuando se convirtió en la voz y el cofundador (junto al bajista Flavio Cianciarulo) de ese fenómeno de explosividad latinoamericana que son Los Fabulosos Cadillacs. Luego de un arco que incluyó premios de todo tipo –múltiples Grammy Latinos, Carlos Gardel y Konex– y una veintena de discos –con LFC y como solista–, el presente lo tiene sobre el escenario junto al mayor de sus dos hijos, Florián Fernández Capello. “Compartir ese momento es una locura del amor. Nada te puede dejar más tranquilo en el mundo que ver que la persona que más amás está floreciendo”, dice Vicentico acerca de esta última etapa en la que su hijo se sumó a LFC, quienes después del parate posterior a la salida de La salvación de Solo y Juan (2016) ya tienen confirmada su participación en marzo del año próximo dentro del Lollapalooza Argentina.

“En todo este tiempo siempre me guardé un montón de cosas que no quería ponerlas en plano. Incluso haciendo música yo solo, también dejaba guardada otra parte de mí. Ahora estoy iluminando esa otra parte, le prendo el haz a algo que no tiene que ver con la música de los Cadillacs sino con algo más cercano a mis diversiones personales”, reflexiona en torno a su próximo disco, que saldrá en 2020 y al que le está dando forma entre Buenos Aires y Nueva York junto al productor Héctor Castillo (David Bowie, Björk, Roger Waters, Lou Reed y LFC, entre otros). “Empecé solo en la compu y después sumé gente, ahí se puso más hot todo, más álgido. Es un disco más cabezoncito, más hacia afuera”.

-¿Elegiste empezar mostrando “Freak” porque condensa de alguna manera lo que va a ser este próximo disco?

-En realidad no. Hay algo que me sobrepasa y es que yo no puedo elegir nada. Todo lo que hago me parece que podría elegirlo. Lo que hice fue mostrar un poco del material a la gente de la compañía y ahí decidimos. Podrían haber elegido otra canción y la hubiera terminado también. Espero que a las otras, pobrecitas, también las elijan. Estoy en pleno proceso y es un poco difuso. Cada disco es muy distinto del otro. Lo que sí puedo ver es que este es un disco más de músico que de cantante. Antes todo lo pensaba en torno a la figura de la voz y acá toqué más instrumentos, fue más experimental.

-¿Y te sentiste cómodo en ese nuevo espacio?

-Me siento re bien, todo el tiempo, lo que igual no quiere decir nada. Quizás es solo una clase de debilidad mental, que me permite pasar por los momentos con alegría (risas).

-Se suele adjudicar cierta rispidez a la juventud frente a la calma que llega con la adultez. ¿Tu carrera se ajusta a esos parámetros?

-En mi caso no me tranquilicé mucho. Lo que sí puedo decir es que esa energía de cuando era más pendejo era muy difusa. Hasta la sufría un poco, porque no tenía cómo acotarla para que fuera hacia un lado. Ahora lo que puedo decir que "aprendí" es que cuando me copo con algo, cuando siento el vértigo que me produce hacer canciones, trato de dirigirlo hacia un lado y que esa energía no esté tan dispersa. Me siento más certero desde el punto de que si quiero escribir algo encuentro las palabras. Tal vez sea que aprendí más palabras de las que sabía cuando era más chico (risas).

-¿Y por fuera de la composición?

-En vivo, cuando era más pibe, el día del show capaz escabiaba o estaba en otra. Hoy me preocupo mucho por estar pilas, enfocado. Pero no se trata de una cosa tan de respeto sino de cariño, de pasarla bien yo y que los compañeros que tocan conmigo también la pasen bien. Que sea un momento… al fin y al cabo es a lo que me dedico. No es nada importante lo que sucede en los conciertos, pero es lo único que tenemos. Nada se va a modificar y a la vez con que logremos emocionarnos con algo nosotros y alguna de las personas que nos está viendo, es algo demasiado importante.

-¿Esa posibilidad de conmoverse y que el público también lo haga se vincula con la autenticidad de un artista? ¿Se puede detectar esa autenticidad?

-Obvio que tiene que ver con eso. Pero no hay argumentos para explicarlo, no es algo mental. Y por suerte cada vez es menos mental. Ahora estamos quejándonos mucho de qué inmediato es todo, de las redes. Es verdad, es un poco molesto. Pero para mí hay algo que está bueno de este proceso. Algo todavía medio en el aire, y es que esa inmediatez nos está obligando a entender que hay cosas que son inasibles para el bocho, pero que existen. Tiene que ver con que todo se volvió tan tridimensional, tan propio de lo visual. Creo que hoy no vas a encontrar a un político que te conmueva. Es el arte lo que te ayuda: una película o una serie o una canción de la que te agarrás porque está contando algo que está pasando ahora.

-Venís de grabar la cortina de la serie El Marginal con Duki. ¿Esa colaboración tuvo algo que ver con este cambio de paradigma? ¿En qué punto te conectaste con él?

-Creo que con músicos como Duki en el fondo somos todos re parecidos. Nos encontramos en la música como un modo de sacar la cabeza para afuera y desde una necesidad por expresar algo que te está quemando adentro. Esto no quiere decir que lo que vayas a expresar sea súper certero o que diga algo. Pero sí que hay una necesidad. Yo veo que Duki no puede parar. Entiendo que le pase eso. Se nota que él es un artista. Podés darle vueltas alrededor de la idea del trap o lo que quieras, pero limpiás todo ese bla bla y hay un pibe con una necesidad de contar algo, algo que se escucha y se entiende en sus letras. Y ahí me encuentro parecido. Es otro freak, como somos varios que estamos en esa. Nada más icónico que Duki para entender esta época, en el sentido de que es un pibe con una compu y unos beats y nada más. No es más que eso y a la vez vuela por el aire. Hay algo más allá incluso de lo que diga, de las canciones, da otra vuelta. Un meta meta mensaje que vuela por arriba y me gusta mucho cómo funciona.

-Hubo fuertes críticas a la serie, acusándola de que estigmatizaba a la población carcelaria. Se le exigía que muestre otros espacios más allá de la violencia ya que a pesar de ser una ficción, genera sentido. ¿Creés que una ficción tiene que tener esa función casi educadora?

-Acuerdo bastante con esa mirada, pero entiendo que tampoco hay por qué pedir cosas que el otro no está pudiendo o queriendo contar. Hay algo sobre la mirada de la clase media y alta con ese morbo de ver "cómo son los pobres", que parece que son todos “degenerados”. Me molesta porque soy de clase media y convivo con esa mirada estúpida. Pero no creo que haya que apuntarle a El Marginal, sino ponernos a pensar qué estamos diciendo. Es una posibilidad para seguir pensando. No estoy del todo claro, pero lo que sí sé es que cuando una canción o una serie dicen algo importante, en el sentido de que te modifican o hacen que tu pensamiento y tu conciencia se abran, es algo muy bueno. Lo que no podemos pedir es que todos sean de esa clase de artistas como pueden ser Paul Thomas Anderson o Lucrecia Martel o Martin Scorsese. Hay una mirada filosófica y metafísica que no siempre se despierta. Cuando sí se despierta estamos en presencia de algo que marca una época y define cómo somos. Pero no pasa todo el tiempo. Por eso es extraña la obligación de que todos seamos unos genios que contemos las cosas de esa manera, aunque al mismo tiempo no me parece mal exigir siempre un poco más.

-¿Te encontrás con esa dualidad al momento de componer canciones?

-No lo pienso así personalmente, no podría ponerme tan estricto sobre lo que estoy escribiendo porque me acoto. Me parece que los mensajes están en otro lado. No están en que yo hable de la pobreza. No me interesa que ningún pánfilo, entre los que me podría incluir, venga a decir cómo son las cosas. Si veo esa intención en seguida me voy para atrás. Lo que sí hay es un modo de expresar la palabra y la música, o lo que sea, que te hace sentir que sos igual que cualquiera, que te vas a morir igual que cualquiera, que tenés las mismas miserias, los mismos amores. Creo que eso es lo hermoso del arte. La música es muy directa. Enseguida te pone a sentir y te ubica en un lugar eterno con otra persona que no importa quién sea, te iguala y a partir de ahí se abren todas las puertas. En el disco que va a salir grabé una versión, que estamos viendo si saldrá o no, de una canción de Nina Simone: "Ain't Got No, I Got Life”. Esa canción creo que define mucho mejor todo esto que estoy diciendo, sobre lo que se tiene y no se tiene en la vida. A veces cuando no encuentro las palabras busco una canción. La verdad no siento que tenga ninguna importancia nada de todo esto que digo.

-¿Por qué no?

-No tengo ningún interés en hablar de nada. Me siento patético con esto de hablar y dar entrevistas. Es demasiado autorreferencial, me parece una exageración. Yo tengo de sobra con cantar cada fin de semana para cubrir mi necesidad de explicar algo. No tengo ni la capacidad de síntesis o un pensamiento tan claro para explicar ciertas cosas a las que le doy vueltas. Necesitaría de mucho más tiempo para hacerlo. A veces me hacen preguntas del tipo "¿cómo defenderías este single?"… como si yo tuviera que defender algo. No tengo que defender un carajo. Está ahí la canción. Los conciertos son momentos de verdad lindos. Ese es un mensaje que sí podría decir: cópense en alguna que les cambie la vida. Vivís siempre agradecido.

-¿Cómo se da compartir con tu hijo eso que a vos te cambió la vida?

-Es algo increíble verlo tan cerca desarrollando su talento, su vocación, que esté volando con la música. Yo con mi viejo sufrí un tipo de incomodidad que es tremenda. Ahora de grande puedo entender esa competencia que se daba. Entonces jamás se me ocurriría, en ninguna parte de mi cerebro, competir con mi hijo. Que él me compita todo lo que quiera en todo caso, si es para crecer y desarrollarse, sé que es algo que sucede de forma inconsciente, pero también que puede suceder con amor.

-¿Cómo se maneja al momento de tomar decisiones dentro de la banda, cuando hay miradas distintas?

-Eso no es un problema nunca, ni con él ni con nadie. Todos tenemos nuestras ideas, pero no hay alguien que “gana” en la música. Lo que más se aprende de estar en una banda es a poder entender que todas las ideas son descartables y que hay un principio de inofendibilidad que tiene que primar siempre. Es algo que aprendí en el camino. Al principio me decían "no me gusta lo que cantaste" y yo me suicidaba. Te peleabas por un coro o por un acorde como si fuera la guerrilla en Cuba. Y todo cargado de ideología: pensabas que el tambor sonaba mal y terminabas diciéndole al otro que era un facho. Eso por suerte pasó a mejor vida y ahora siempre se trata de qué le queda mejor a la canción. Si tu idea le queda mejor no hay nada que discutir.

-¿Y qué aprendiste en relación a abrir el terreno para que esas ideas aparezcan?

-Con el tiempo creo que lo que aprendés es a dejar que sucedan, que la improvisación suceda, que las cosas vengan. Es extraño, pero se trata de entender que hay algo que necesitás compartir. Cuando uno está abierto a que el repentismo suceda también te das cuenta de que tenés algo adentro. Por supuesto no quiere decir que eso sea una genialidad. Pero sí lo esperás, en el momento justo, lo agarrás. Eso sucede, es casi inevitable. Quizás el paso previo es el más difícil. Para esperar eso que solo vos vas a decir, lo más difícil y lo que más necesitás es aprender a confiar.


El momento político

-Hace pocos días dijiste en un programa radial que “es imprescindible que Macri se vaya” y esa frase se viralizó. ¿Por qué te parece que generó cierta conmoción?

-Está álgido ese tema. Creo que este país está muy mal si se arma un griterío simplemente por decir eso. “Mirá lo que dijo, mirá lo que dijo”. Fue una frase re liviana, suave. No dije nada casi. Yo naturalmente no votaría al peronismo, sin embargo me pasó algo en este tiempo y es que se me hizo inevitable ser certero y decir basta. No pensar tanto y sentir más, que es un poco peronista (risas). En uno de los gobiernos de Cristina me invitaron a 6-7-8. Estaba Estela de Carlotto y había otros periodistas con mucha bajada de línea y yo me puse bastante trosko. En ese momento para mí lo interesante era poder avanzar sobre lo que se estaba haciendo, no quedarnos quietos, seguir buscando y buscando y cuestionando en ese momento que eran o éramos gobierno. Hace poco me acordé de eso y dije “no, ahora no es el momento para ponernos así”. Estoy convencido de que es el momento para sacarlo del gobierno a este tipo, y después ver cómo seguimos.