Cuando esta cronista llegó a vivir a la selva de Caquetá al sureste de Colombia acompañando a un amor olvidable y deseando una vida en el medio de la naturaleza más frondosa, nunca (jamás de los jamases) imaginó que un par de semanas más tarde estaría sola en la sede del partido de las FARC en Bogotá entrevistando al último Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Estar frente a “Timochenko” es saberse en presencia de un personaje histórico y controvertido. Es estar frente a alguien que marcó, torció y convulsionó la política de Colombia y, hasta cierto punto, la de América latina.

 Aquel guerrillero que en 2011 asumía el máximo cargo dentro de las FARC tras la muerte a manos del ejército del guerrillero intelectual Alfonso Cano, y que en 2008 le anunciaba al mundo con inmenso pesar el deceso del fundador de la guerrilla colombiana, Manuel Marulanda Vélez, hoy enarbola la bandera de la paz, descree de la violencia y pide perdón a las víctimas de la guerrilla por todo aquello “que nunca, jamás, debería haber ocurrido”.

El último 29 de agosto Colombia despertó profundamente amargada. El fantasma del pasado se había corporizado y la vuelta a los enfrentamientos armados entre el gobierno y la guerrilla se tornaron más reales que nunca. El mundo no tardó en hacerse eco de la noticia: Iván Márquez y Jesús Santrich, dos de los exguerrilleros más conocidos dentro de las FARC y ambos firmantes del Acuerdo de Paz decidieron echar por la borda más de cuatro años de negociaciones y pegar un portazo violento y desestabilizador que indigna a todos los colombianos que apostaron y apuestan por la paz. Los dos “bandidos” (como se los llama localmente) y un grupo de disidentes volvieron a la clandestinidad y huyeron para el monte. En un video de estética vetusta y retórica sobrecargada, Márquez anunció la vuelta a las armas, el inicio de una nueva guerra contra la oligarquía y la fundación de la “Segunda Marquetalia”, en alusión a la primera, la de 1964, cuando nació la guerrilla más antigua del mundo, las FARC.

PáginaI12 habló en exclusiva con Rodrigo Londoño Echeverri, alias “Timochenko”, sobre sus cuarenta años en la guerrilla, la degradación y el desgaste de la guerra, el Acuerdo de Paz firmado en 2016 con el gobierno del ex presidente y Premio Nobel de la Paz Juan Manuel Santos; sobre las implicancias de las acciones de sus excamaradas y, sobre la tan anhelada y escurridiza paz colombiana.

- ¿Qué lo motivó a unirse a las filas de las FARC y dedicarle cuarenta años de su vida a la guerrilla?

-Se sumaron una serie de factores, comenzando por el entorno en donde vivía. En mi casa éramos pobres, pero no nos faltaba la comida, aunque sí tenía amigos y compañeros que iban a la escuela sin desayuno ni almuerzo. Uno veía la miseria en la que vivían los otros y eso dolía mucho. En ese entorno y en el contexto de la revolución cubana, mi papá era un campesino analfabeto pero un comunista radical, que se la pasaba escuchando Radio Habana y mantenía conversaciones en la casa con personas afines. Todas esas cosas me fueron motivando y preocupando. El asesinato de Salvador Allende también nos afectó mucho. Además, yo tenía 17 años y a esa edad uno sueña bastante. Me quedé en la guerrilla todos estos años porque me enamoré del espíritu colectivo y de la comunidad. Era una vida dura pero bonita. Era un colectivo con los problemas típicos de todos los colectivos, pero a mí me llamó la atención la forma de hacerle frente a los problemas. Existía una discusión fraternal, era una vida donde todos estábamos en función de todos. Además, nos estábamos formando políticamente y para nosotros tenía un sentido profundo estar allí.

-En vistas del llamado de Márquez y Santrich a retomar las armas, su decisión de mantenerse en el camino de la paz y la legalidad ha sido encomiada por la sociedad colombiana. ¿Qué interpretación hace de las acciones de sus excamaradas? ¿Por qué cree que le dan la espalda al Acuerdo que ellos mismos impulsaron y negociaron?

-Ellos se fueron, pero yo no me quedé solo. Más del 90 por ciento de quienes subscribimos el Acuerdo seguimos comprometidos con la paz, con nuestras preocupaciones y expectativas, pero con optimismo. Yo creo que en todos los procesos humanos hay gente que traiciona sus ideales y sus acciones. La argumentación de Márquez no es válida. Los cuatro años que duraron las negociaciones de Paz en La Habana fueron la culminación de un proceso que lleva más de treinta años y que iniciamos en 1983 con el expresidente Belisario Betancur. Todos los intentos previos fueron dejando un acumulado que nos permitió firmar la Paz con el gobierno de Santos. Nosotros sabíamos que nos enfrentábamos a una clase dirigente que históricamente ha incumplido y traicionado los acuerdos que hizo con los diferentes movimientos, sabíamos que no nos iban a abrir todo el espacio que nosotros quisiéramos y que la implementación del Acuerdo también sería un escenario de disputa. Por eso necesitábamos asegurar dos cuestiones fundamentales: participación política y seguridad jurídica. Que pudiésemos participar en la política sin que nos metieran en la cárcel. Estos son, precisamente, los dos pilares del Acuerdo que el gobierno actual ha tratado de derrumbar una y otra vez y que le dieron motivos –que yo no comparto– a Iván Márquez y a sus acólitos para volver a las armas.

-¿En qué momento se dio cuenta que el conflicto se había degradado y que era imperativo acordar la paz con el gobierno?

-Cuando comienzo a visitar las regiones de Colombia, a ir a los pueblos, y cuando empiezo a ver los efectos colaterales que los enfrentamientos entre la guerrilla y el ejército habían dejado. El objetivo de las FARC siempre fue la paz, pero las condiciones no estaban dadas. Después de cincuenta años de lucha armada y tantas víctimas de ambos lados no quedaba otra alternativa, había que parar la guerra. La dinámica de la guerra fue un error. Por eso pienso que la decisión de Márquez y Santrich no tiene asidero. Las negociaciones de Paz nos permitieron conocer más en detalle cosas de las cuales no éramos conscientes, como la verdadera degradación del conflicto. Si no parábamos la guerra en ese momento, hubiéramos cometido una equivocación histórica.

-Muchas veces se ha dicho que las FARC no reconocían que el conflicto se había degradado.

-Es cierto. Yo mismo en ese momento no aceptaba la palabra “degradación”, me parecía un instrumento de propaganda del adversario, del Estado, pero ya conociendo, hablando con la gente que fue víctima, hablando con los propios guerrilleros de las cosas que se habían hecho en determinados momentos me percaté de cuán degradado estaba todo. En la guerra hay una dinámica que arrasa con todo, con los mismos protagonistas, y eso fue en buena medida lo que nos pasó.

-¿Existe algún riesgo que la decisión de sus excamaradas genere un efecto dominó entre los exguerrilleros desmovilizados que aún no están del todo reincorporados en la sociedad civil?

-Hay un riesgo alto, es muy probable. Aunque más del 90 por ciento estamos dentro del acuerdo, la dinámica es muy compleja: los incumplimientos del gobierno y los asesinatos a líderes sociales pueden llevar a que la gente cuestione su permanencia dentro de lo acordado. Incluso, como una decisión de supervivencia. El efecto rebote me preocupa. Es necesario tener una campaña de esclarecimiento. Se van a organizar asambleas en todas las regiones en función de la Asamblea Nacional de los Comunes. Hay que permitir que la gente discuta. Esto va a ayudar a fijar una posición común. Este es el camino, la única alternativa es la paz. La lucha armada fue demasiado larga. Pienso en las reflexiones que le escuché a Manuel Marulanda Vélez (histórico fundador de las FARC) que decía que cuanto más se demore en resolver este conflicto, más difícil será porque las heridas serán más profundas.

-¿En qué está fallando el gobierno del actual presidente Iván Duque al momento de implementar lo que se pactó en el Acuerdo?

-El tema es que el Acuerdo es uno solo. Es integral y su implementación también debe serlo. La firma del acuerdo no va a cambiar de inmediato la situación de los colombianos. El primer tema abordado fue el de la propiedad de las tierras porque aquí todo el mundo tiene en claro que la base del conflicto está en la propiedad y distribución de la tierra. Lo acordado en La Habana no es una profunda reforma agraria, pero sí sienta las bases para generar unas condiciones de propiedad distintas, más justas. Tenemos un campesinado completamente abandonado que no tiene el título de las tierras que trabaja. Este punto del Acuerdo está paralizado. No se avanzó en nada. Incluso hoy en el parlamento hay leyes que van en contravía de lo acordado en La Habana y esto nos preocupa mucho.

-Uno de los triunfos del Acuerdo Paz fue la conversión de las antiguas FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) en el partido político que usted actualmente preside, Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común.

-Eso fue un triunfo y los diez parlamentarios que tenemos también. Nosotros luchamos mucho por conseguir esto. La participación política y la seguridad jurídica, por ahora, se mantienen a pesar de que han tratado de eliminarlas una y otra vez.

-Que la guerrilla y el partido político usen las mismas siglas, FARC, genera ambigüedades y confusiones. ¿Piensan cambiarle el nombre al partido?

-Ya deberíamos haberlo cambiado. Yo lo propuse en el primer congreso, pero bueno, la democracia es así (risas) y ganaron los conservadores, los que querían mantener las mismas siglas y recordar la mística y la historia. Pero probablemente le cambiemos el nombre…

-¿Cuánto se avanzó en el tema de la reincorporación de exguerrilleros de las FARC a la sociedad civil?

-La reinserción y reincorporación de los desmovilizados (exguerrilleros) para nosotros es fundamental, necesitan integrarse de manera plena a la sociedad civil. Estamos trabajando en la reconciliación de una sociedad que está muy polarizada. La campaña electoral nos está dando visibilidad y nos está permitiendo acercarnos a la gente. La sociedad está trabajando en función de la reconciliación. El gobierno, en cambio, está incrementando la estigmatización.

- Desde el inicio de la implementación de los Acuerdos han sido asesinados 237 líderes sociales. Esto equivale a un asesinato cada cuatro días. ¿Cuál es su opinión sobre este flagelo?

-En buena medida esto es fruto de la no implementación de los acuerdos. Están matando a la gente que lidera los procesos de restitución de tierras. Se acordó un mecanismo de seguridad para estos líderes y lideresas sociales, pero no se lo respeta. En las regiones, hay muchos intereses que están ligados a las grandes mafias del narcotráfico, al contrabando y al poder político. Los casos se están dando principalmente en las zonas de mayor efervescencia donde el Estado no hizo lo que tenía que hacer según lo acordado en La Habana.

En las regiones hay muchos problemas, por ejemplo, en El Cauca conviven fenómenos sumamente complejos: el problema de la propiedad de la tierra; el tema de los indígenas; el tema de las “negritudes” (afro-colombianos), etc. Si se implementara lo acordado, muchas cuestiones se resolverían pacíficamente, pero se verían afectados los intereses de los grandes contrabandistas. En Colombia para hacer política se necesita plata y se hace plata para hacer política. Esa gente está ligada con los políticos y han financiado las campañas electorales. Cuando alguien pone en peligro los intereses de esa gente “los mandan a pistolear”. Desde la firma de los Acuerdos han asesinado a más de 140 exguerrilleros. Pero el argumento de “nos vamos para el monte porque nos están matando” ya no funciona. Si tomamos un fusil, no vamos a frenar el asesinato de los líderes sociales. Aquí lo que hay que pelear es la implementación de los Acuerdos y que haya voluntad política del Estado. Por ahora esto último no existe. Este gobierno no ha mostrado interés en resolver de raíz ciertos problemas. La única salida de esto es la pelea a través de instrumentos legales. Las armas no son la alternativa.

-Usted mencionó la importancia de la reconciliación, ¿cree que parte de la sociedad colombiana está esperando una disculpa por parte de las FARC por los años de violencia y secuestros?

-Nosotros hemos respondido ante el secuestro y fijamos una posición. Los secuestros fueron algo que no debieron haber pasado. Algo inhumano, tenían una connotación inhumana. Secuestrar gente para recoger finanzas, eso también se degradó. Incluso secuestramos a gente que no tenía ni recursos económicos, por falta de información o por información equivocada. Tratar de justificar eso no tiene sentido porque es injustificable. Le hemos pedido disculpas a la sociedad y lo vamos a seguir haciendo en todos los escenarios que tengamos que hacerlo. El mejor gesto de restauración que nosotros podemos poner sobre la mesa es el propio Acuerdo de Paz.

-Para aquellos que no le perdonan su rol en la guerrilla, ¿qué les diría?

-Que los actos de contrición que he hecho, sigo haciendo y seguiré haciendo hasta el último de mis días son sinceros. Espero que algún día nos podamos sentar y decirles que lo que sucedió no debería haber sucedido. Lo más duro que me está ocurriendo hoy en día es asumir responsabilidades de cosas en las que yo no tuve nada que ver y que yo sé que si hubieran estado en manos mías no hubiesen sucedido. Hoy lo que me angustia es pensar que el proceso de paz pueda fracasar, cómo hacer para no equivocarnos, cómo hablar con la gente que está dudosa y hacerles entender que volver a las armas no es la solución.

[email protected]