“Cuando las cosas están en peligro alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven.” Esta cita que condensa la estrategia pero sobre todo el corazón de la fórmula que acaba de ganar las elecciones, no es el invento de un gurú de campaña. La dijo Frodo, un personaje imaginario, protagonista de la saga El señor de los anillos. Después de todo, los avatares de la política argentina siempre están más cerca de las distopías literarias que de lo que marcan los manuales. ¡Y la Argentina es la tierra del Nunca Antes! Nunca antes sucedió que una candidata a vicepresidenta anunciara quién iba a ser su compañero de fórmula. Nunca un presidente que fracasa en su intento de reelección le cobra a la gente un “impuesto al voto esquivo” ordenando “que el dólar se vaya adonde se tenga que ir”. Un jefe de gabinete jamás llegó a la presidencia; menos llevando en sangre la combinación de porteño y peronista; y muchísimo menos si antes se ha retirado de su gobierno dando un portazo.

Alberto Fernández es un presidente absolutamente original, llega hasta aquí sin pausa pero sin haber soñado ser lo que es. Propone un gobierno garante y a la vez garantizado por los acuerdos -especialidad de la casa- pero también fraguado en el calor de “las renuncias a las cosas” de las que hablaba Tolkien. Le toca un destino épico, encargarse de desarmar todas las “renuncias obligatorias” que este gobierno le impuso a una población formada por una mayoría de desconocidos y despreciados, mientras articulaba un mensaje de odio disfrazado de República.

Desde la raíz (“re”/“anunciar”) significa negarse, pero también volver a elegir, decir y dar de nuevo: “Un día me llamó Cristina y me dijo: Alberto, es tu turno.” El ejercicio soberano del desapego en un contexto donde nadie quiere largar nada, promete un sentido humano y político renovador. Hoy celebramos el triunfo de los renunciamientos que, desde el histórico de Eva Perón, aprendimos que nada tienen que ver con el abandono. Su renuncia en 2008, la de Cristina, la de cada sector dentro del peronismo y también la de un electorado diverso que hoy celebra aún previendo que a lo largo del trayecto del Frente de Todos no todo le parecerá tan celebrable.

Los años que estuvimos en peligro 

Está claro que el equipo Fernández-Fernández supo hacerse cargo primero de la angustia general y luego de la esperanza con una certeza que comparte con esta mayoría que los votó: “las cosas están en peligro”. No solo por los 57 mil millones de dólares de deuda con el FMI, el desastroso contexto internacional y el saqueo macrista a la economía, sino porque los beneficios personales que Cambiemos le estuvo sacando a la división de la sociedad -entre blancos y pobres, corruptos y gestores, migrantes y argentinos, etc.- dejan instalada una cultura de la mezquindad, una mala alimentación a base de trolls y de fake news, fuga de solidaridades y un mercado de valores completamente inflado donde los buenos, limpios y normales tienen a su disposición las fuerzas represivas, los atajos financieros y la justicia.

En cuanto se conoció la candidatura de Alberto Fernández, en muchos medios oficialistas comenzó a delinearse un identikit a la medida del terror. De pronto resucitaron infinitos videos y posteos de sus fuertísimas críticas y denuncias al kirchnerismo. Está claro que Fernández nunca se cayó la boca desde que dejó su cargo y que nunca paró de buscar: fundó el Partido por el Trabajo y la Equidad en 2012, se sumó al Frente Renovador en 2013, fue jefe de campaña de Sergio Massa en 2015 y de Florencio Randazzo en 2017, la vuelta al mundo lo devolvió a Cristina. Resultado, dos siluetas miserables: o es un títere de ella, o es un panqueque que en cuanto pueda la traiciona. De pronto, el gran tema de la corrupción, dejó paso a un fantasma más taquillero: “¿Quién va a gobernar, Cristina o usted?” pregunta con una insistencia de antiguo sketch cómico el oficialista Morales Solá en la primera entrevista (23 junio): “¿Quién va a gobernar? ¿Usted cree que Cristina cambió? Digo…porque a los 66 años es difícil cambiar.” Cambió y para bien -responde Fernández- Y no es difícil cambiar, porque a uno le toca vivir cosas y se va dando cuenta de esas cosas... ¿Usted no revista las cosas que le pasan en su día? “Sí, pero ya no cambio.” Bueno, tal vez usted tenga más dificultades que Cristina para cambiar.

Es muy probable que, como dicen algunos, esta entrevista haya marcado el comienzo de su campaña con nombre propio. En este diálogo así como en los muchísimos que fue dando a cuanto periodista que lo quiso, no deja chicana sin explicación, ni datos tendenciosos sin rectificaciones. El identikit presidencial empieza aquí a reperfilarse con un primer gran rasgo distintivo donde se dan cita el armador político y el profesor: Alberto Fernández sabe conversar, otro hábito devaluado. Claro que de paso, también demostró que puede desactivar las bombas de humo sobre cuestiones de las que hasta el momento sólo opinaba el oficialismo: el cepo, el control de precios, las causas de la inflación, las causas con las que fue perseguida Cristina, los presos del kirchnerismo sin condena.

Si ya no hay carrera presidencial posible sin presentarle al público un pasatiempo o vocación trunca, una “normalidad familiar” y algún perro que les ladre, la campaña de Alberto cumplió. Allí está la pasión guitarrera, el bigote en honor a Lito Nebbia, un hijo claramente emocionado frente al destino de su papá, una novia periodista y actriz, y el simpático perro Dylan que además cuenta en su haber con unos 3 años de antigüedad en la casa de su dueño frente al efímero destino de selfie que le tocó al pobre perrito Balcarce. Pero hay una novedad: las redes del candidato y compañía no responden claramente a los designios de un director de imagen. ¡Qué alivio! Allí están, aunque cada vez menos, las pocas pulgas en la cuenta de Alberto. Los posteos de Dhizzy (Estanislao Fernández) si bien registran un claro aumento de seguidores, no disminuyeron en espontaneidad ni en niveles de glam. Definitivamente no parecen responder a lo que se espera o no se espera de el. Ni siquiera la cuenta de Dylan (sí, tiene un IG propio donde se lo puede ver en plena sesión de aseo con Fabiola o paseando con Alberto) parece estar más coacheada que la de cualquier cachorro de su clase.

Alberto Fernández fue vocero durante muchos años de la famosa década ganada por eso nos da la sensación de haberlo conocerlo bastante. Nació en Villa del Parque un 2 de abril de 1952 y se puede conjeturar que desde los 22 años festeja su cumpleaños con dolor malvinero. 

¿Y quién va a gobernar?

Alberto responde con la claridad de la esfinge: “Ella y yo somos lo mismo. Voy a gobernar yo. Yo no soy Cristina”. Ningún candidato peronista era más presidenciable que CFK pero a su vez CFK no llegaba sola con sus votos. En un pase maestro ella avanza hacia el centro y obliga a todo el sistema político a reconfigurarse. Alberto por su parte, por más ungido que fue, tampoco podía ganar sin esa vice al lado. Pero si Tolkien resulta demasiado críptico para explicar el presente argentino, siempre nos quedará Perón: “Los peronistas somos como los gatos, cuando parece que nos estamos peleando, es que nos estamos reproduciendo”. O mejor citar al presidente Fernández en su cierre de campaña, que resume el concepto pero sin dejar de lado el factor sentimientos: “Tengo grandes momentos guardados en mi memoria como el día que conocí a Néstor y el día que me reencontré con Cristina Kirchner». La vice, ese mismo día, hablando de sentimientos, difuminaba por primera vez al emblemático “EL” en la figura y el trabajo de su jefe de gabinete y actual compañero de fórmula: “Fue el jefe de Gabinete del Gobierno que reestructuró la deuda externa produciendo la quita más importante. Fue el jefe de Gabinete que le pagó al FMI la deuda que arrastrábamos desde 1957. Fue el jefe de Gabinete del Gobierno que comenzó a reconstruir el salario de los argentinos”.

Sinceramente 

La esperanza hoy, tan golpeada, baila. Está formada por destellos inciertos, pero que brillan y alumbran. Como el fuego del pueblo chileno renunciando a ser el alumno perfecto de una farsa que lo hambrea, o la resistencia del pueblo de Ecuador frente a un tal Lenin de la post verdad que le propone un ajuste neoliberal.

Y con el diario del lunes, como siempre se dice, es más fácil predecir. La historia se ve un poco más coherente y las pequeñas coincidencias cobran sentido. Aquella famosa carta de renuncia de 2008, comenzaba así: “La certeza de que se abre una nueva instancia en su gobierno, en la cual usted pueda contar con un nuevo elenco de colaboradores me impulsa a poner en su consideración mi renuncia“. Pero lo que importa ahora es un detalle: al lado de su firma, Alberto Fernández agregaba de puño y letra una palabra que desde hoy podrá ser leída como música para los oídos pero sobre todo como compromiso: “Sinceramente”.