Hay 2019. El peronismo re-unido en el Frente de Todos (FT) vuelve a la Casa Rosada tras apenas apenas cuatro años a pesar de su derrotas en 2015 y 2017, la persecución judicial. También sobrellevando el apoyo inédito de los medios, el establishment, el Fondo Monetario Internacional, los Estados Unidos al presidente Mauricio Macri. Este cayó como consecuencia de una pésima gestión que devastó la economía y empobreció a la mayoría de los argentinos, dejando una patética herencia institucional, por añadidura. Juntos por el Cambio (JpC) deberá sobrellevar la inevitable interna que sucede a las derrotas.

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Los indubitables guarismos de las Primarias Abiertas (PASO) y las flojísimas predicciones de los encuestadores vaticinaron un desenlace aún más holgado. Las bocas de urna de ayer repitieron el error. La divergencia generó un microclima estrambótico durente una hora: triunfalismo en las huestes de Juntos por el Cambio (JpC) que deben retirarse del Gobierno.

Axel Kicillof goleó a la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, “la provincia” clave para el resultado nacional.

JpC aumentó las ventajas logradas en Córdoba y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. También se impuso, con finales cabeza a cabeza, en Entre Ríos y Santa Fe. La Pampa húmeda es el domicilio existencial de Cambiemos.

Buenos Aires, los Conurbanos, la Patagonia, el NOA y el NEA configuran las bases del peronismo.

A primera vista se registran clivajes notables de preferencias entre las dos coaliciones. Territoriales, generacionales (los jóvenes son pilar del FT), de clase social.

El padrón ciudadano reformuló al sistema electoral. Las PASO funcionaron como una pseudo primera vuelta. La primera vuelta como el ballotage.

Se consolida un esquema bipartidista en el que las dos fuerzas predominantes suman cerca del 90 por ciento del total de los sufragios. 

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En días signados por las rebeliones ciudadanas en Chile y Ecuador vale la pena resaltar cuánto contribuyeron las muchedumbres argentinas al cambio de escenario. Movilizaciones pacíficas y multitudinarias resistieron desde el inicio a las peores iniciativas del gobierno. Pusieron el cuerpo, confrontaron sin violencia pero con firmeza. Se congregaron en surtidos colectivos: desde organizaciones hasta sindicatos, pasando por gentes de a pie sin encuadrar, el movimiento de mujeres, la comunidad educativa, la universitaria, los científicos… siguen las firmas.

A veces las masas se plantaron contra el Gobierno, a veces las dirigencias, a veces confluyeron. El macrismo topó con muchas movidas opositoras que no siempre se valorizan y eventualmente ni se percibieron. Pasemos lista, sin agotar la nómina. Frenaron el 2x1 a los represores, impidieron la reforma laboral, el encarcelamiento de Cristina (preludio de la proscripción), mayores desbaratamientos de derechos de docentes. Paros, marchas, verdurazos, cortes de calles o de rutas, cien etcéteras mostraron el camino que la dirigencia nacional popular fue captando y acompañando según pasaba el tiempo.

“Condenados a representar” dirigentes sindicales o sociales, o gobernadores transigentes o sumisos al principio se vieron empujados a oponerse por una doble presión: sus bases y las acciones del Gobierno.

Otros sostuvieron siempre las banderas, confrontaron desde el vamos. Todes tuvieron la sabiduría de converger en un Frente nacional imprescindible para salir del abismo.

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Fueron al cuarto oscuro más del 80 por ciento de las personas autorizadas para hacerlo. Ejercieron el voto castigo, promovieron la alternancia. Supieron votar distinto en elecciones nacionales, provinciales y municipales. El pueblo puede equivocarse. Pero recapacita, defiende sus derechos y actúa como sujeto colectivo. No se dejó arrasar ni provocar ni atemorizar, ni cayó en la violencia o la anomia. Merece un futuro mejor, ayer lo reclamó y pobló de alegrías las calles.

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Alberto Fernández supo ser el candidato de la unidad. El sorpresivo paso atrás de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner le abrió espacio. Tejió alianzas, depuso y persuadió para deponer enconos. Es un personaje diferente al típico funcionariado macrista. No un CEO que se toma una temporada “para ayudar” sino un político de carrera, alguien más parecido a buena parte de los argentinos. Un tipo con bigotes, que canta temas de Litto Nebbia, pasea a su perro y (oh sorpresa) atiende a periodistas afines, ajenos u hostiles.

Hace un año Fernández argumentaba que el espacio nacional-popular tenía que encontrar un eslabón perdido entre el peronismo y kirchnerismo: un protagonista que sirviera de puente. Imaginaba quién podía ser pero no se incluía en el casting. Sin embargo, le tocó y copó el centro de escena. Construyó un armado político amplio mientras planteaba su correlato para gobernar: un Acuerdo Social que comience a reparar la desolación que deja Macri.

Le fue tomando la mano a la campaña. En un momento decisivo previo a las PASO (cuando la cadena oficialista de medios privados batía el parche con un tema distractivo) instaló la discusión sobre la economía contraponiendo a los jubilados versus el sector financiero. Dicho eje dominó el debate con inestimable cooperación del equipazo macrista que produjo el milagro inverso de agravar todas las variantes económicas sociales y laborales.

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“¿Qué hará Cristina?” preguntan quienes la detestan y quisieron desterrar de la competencia democrática. Su respuesta tácita es que se dedicará a serrucharle el piso a Alberto Fernández. Le atribuyen una atávica vocación de dañar aunque sea insensata: la narrativa de derecha empieza y termina en la fábula del escorpión y la rana.

La conducta de la vicepresidenta electa habilita a pensar de otro modo. Renunció a ser candidata, decisión talentosa que nadie imaginó. Optó por el perfil bajo en campaña, dejando “explayarse” a Alberto Fernández, tal como hiciera con Néstor Kirchner cuando fue presidente. Ahora tiene una oportunidad única, que no consiguieron ni Raúl Alfonsín ni Carlos Menem. Que Alberto (compañero de militancia y gobierno) y Axel (un ahijado político que creció a su lado) dispongan de una chance de gobernar bien. Un legado formidable para una líder política.

El cometido es peliagudo porque ambos asumen en un contexto angustiante condicionado por la astronómica deuda externa. Pero si se pudiera, la trayectoria de Cristina sería única desde 1983. Tal vez piense en el futuro, tal vez le interese su pueblo, ponerle un broche a su trayectoria. En una de esas es una estadista o una política de primer nivel y no un escorpión. Desde hace un año viene construyendo ese devenir…

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En el palco de la victoria, ante una masa jubilosa, cada candidato hizo de sí mismo. Axel habló torrencialmente, explicando, enunciando hechos y cifras. Cristina fue cauta y seductora en su mensaje aunque no dejó de exigirle a Macri que gobierne hasta el último día del mandato.

Alberto Fernández les habló a todos los argentinos, propuso un gobierno sin rencores. Aceptó el convite de Macri: hoy desayunarán en la Casa Rosada. Evocó a Néstor Kirchner, en el aniversario de su fallecimiento. Aquel presidente fue otro ganador ayer; los líderes siguen dando pelea después de su partida. Cuando asumió ante el Congreso propuso construir un país “normal”: Después, en modo coloquial, propuso a sus compatriotas salir del infierno, llegar al Purgatorio. No el cielo por asalto, no el paraíso en un ratito como consecuencia de un milagro económico o una ilusoria lluvia de inversiones. Solo al Purgatorio. Ojalá Fernández y Kicillof consigan emular los años felices de ese peronismo. Paso a paso, tomando decisiones día tras día para ir mejorando la vida de los argentinos.

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