Imposible medir en cuadras el festejo del bunker del Frente de Todos, así que mejor medirlo en tiempo, en urgencia, en abrazos, en lágrimas. Si el macrismo inventó índices para todo lo que está mal, por qué no crear nuevas formas de medir la celebración. Entonces vamos: fue un festejo de cuatro años, uno de necesidad extrema, de kilómetros de esperanza, de centímetros cúbicos de emoción. Fue el grito más esperado, más militado, más contenido y más liberado. Y fue tan pero tan necesario que empezó incluso antes de que el ministro del Interior saliente pidiera tres horas más para tener resultados, porque para ese entonces más no se podía esperar: había que exorcizar al macrismo. De una vez por todas y ya.

Todavía no eran las seis cuando la intersección de Dorrego y Corrientes empezó a llenarse de gente, y eran más de las doce, la lluvia ya asomaba insolente, y seguía habiendo grupos cantando fuerte en las calles de alrededor. La mayoría ni siquiera escuchó a Alberto y a Cristina porque aún con varias pantallas distribuidas en distintas cuadras el sonido quedó corto para semejante multitud. De lejos se cruzaban cantos, gritos, murga. Se mezclaban el Macri ya fue y el Vamos a volver. Seis horas de exorcismo callejero vivió Chacarita. Seis horas de empezar a caer.

“Hace cuatro años espero este momento y hace varios días que vengo con mucha emoción”, dijo a Página/12 Valeria, que había llegado desde el partido de San Martín. “Fueron tiempos durísimos de provocaciones, persecuciones, represión y opresión. Ahora es tiempo de un poco de ilusión”, refirió. También del Conurbano, pero de Moreno, estuvo Clara, de 25 años, que fue con sus primas, sus tíos y sus papás: “Sufrimos no tener para comer, que se inunden las calles y que nos cierren las escuelas meses por lo de Sandra y Rubén. Ahora queremos un gobierno popular que nos haga la vida mucho más digna de lo que la tuvimos este tiempo”, pidió.

Como Valeria y Clara, miles de personas se autoconvocaron fuera del bunker del Frente de Todos para festejar la victoria en dos momentos marcados que fueron antes y después de que Macri reconociera la derrota. Antes, pendientes del teléfono, de resultados, de la confirmación de lo que era obvio hace semanas, con una manija que no daba para más. Después, la euforia, la fiesta. Grupos de amigos, de jóvenes, de militantes históricos, de estudiantes, de desocupados, de jubilados, de pibas, de gente contenta y con ganas de “empezar a vivir en libertad”, tal como se leyó en el cartel de un nene de unos 8 años.

Faltaban todavía unas horas para que Macri anunciara un cepo, y también un rato para resolver cómo salir de esas calles pobladas y empezar a volver. Entonces salió Alberto y dijo que "lo único que importa es que los argentinos dejen de sufrir". Lo dijo y Daniel de Palermo lloró y lloró porque vivió “los 80 y los 90, pero esto fue peor”. Y porque “esperé mucho tiempo para ver este momento y escuchar a un presidente decir que los chicos van a comer en la casa con su familia y no tener que ir a un comedor”.

Antes de que la cosa empezara a desconcentrar, y después de que las pantallas mostraran a la fórmula ganadora agitando una vez más, Yanina de Villa Urquiza le dijo a este diario que sabía que se venían tiempos duros. “Esto ya lo vivimos después de 2001 y va a ser muy difícil de reconstruir”, dijo la mujer, que estuvo acompañada por su hija de 18, todavía nerviosa por su primera votación. “A la vez tengo esperanza. Esto es lo que tenía que pasar”, sentenció con urgencia. La misma que motivó a trasnochar el domingo, a mojarse al regreso, a encontrarse en esquinas, a fundirse en abrazos, a sacar las angustias, a asomar los deseos, a proyectar los sueños y a escupir estas líneas.