“Una serie de piedras con forma de H fueron encontradas en medio del desierto boliviano. No hay otras de estas características en 800 kilómetros a la redonda. Por eso las llaman ‘las piedras imposibles’”, se lee al lado de la palabra “Extraterrestre”. Por allí cerca hay también otras palabras: “silencio” (con un poema del chileno Raúl Zurita que termina diciendo “estos poemas de amor a todas las cosas”); “subespace” (“sensación imprecisa de lejanía, pérdida de noción del tiempo y el espacio, frenesí, éxtasis, euforia”) y “tela” (“ser tridimensional en elaboración”). Cada una de estas entradas forma parte del “Glosario para escuchar las piedras”, que la artista Mariela Scafati escribió junto al historiador del arte y activista queer Nicolás Cuello como parte de Extraterrestre. La nueva muestra de Scafati se exhibe en Isla Flotante, una galería que luego de itinerar por diversos lugares parece haber encontrado su nuevo hábitat en un edificio encantadoramente antiguo cerca de Retiro.

Mariela también es activista, artífice junto a otrxs artistas de experiencias como el Taller Popular de Serigrafía en 2002, les Serigrafistas Queer luego o la colectiva Cromoactivistas que comenzó a tomar las calles con sus colores desafiantes en 2016, participando activamente de Marchas del Orgullo y rebeliones cromáticas cada vez que las mujeres salieron a la calle. Sin embargo, para Scafati no es necesario pensar en separaciones, zonas estancas que digan “hasta acá”, que establezcan con claridad en qué momento el arte y cuándo la indagación política. Por el contrario, lo personal y lo político, el amor, el deseo, la incertidumbre, conviven en su obra, antes como ahora.

Si el Glosario parece a primera vista un orden posible, en verdad se trata de una zona mestiza, lúdica, política, activista, artivista, que indaga más allá de lo específico y que, paradójicamente, en esa constelación amplia traza una identidad. Pero claro, es una identidad cambiante, inestable. Tanto como cualquier intención de fijar sentidos. En la misma sintonía, si el sufijo “extra” admite la idea de aquello que se encuentra más allá, entonces el nombre de esta nueva muestra, “Extraterreste”, juega en la tensión entre lo que ve quien se pare frente a una obra artística y aquello que se escapa, se fuga, queda librado al cielo de cada imaginación.

Extraterrestre consiste en una serie de planos de color, cada uno con apariencia antropomórfica. Las piezas que los componen (hechas con bastidores de tela y madera) están unidas con bisagras y esto les otorga movimiento. Sin embargo, estxs cuerpxs permanecen fijxs, reunidxs, suspendidxs en un gesto. Y es que están sostenidxs por un sistema de nudos bondage y poleas a las paredes y los techos. Incluso cada uno está vestido de una manera particular: con un pantalón de trabajo, con un guardapolvo que tiene restos de pintura, con una campera que lleva un conejito bordado, con una camisa, con un inquietante top negro con reminiscencias sado. “¡Mis amigues!”, exclama Scafati mientras recorre la muestra con el coleccionista Gustavo Bruzzone, que llegó de sorpresa a visitar a la artista.

Sí, ahí están personificades artistas y escritorxs y agitadorxs culturales que forman parte del entramado afectivo de Mariela, como Roberto Jacoby, Marie Gouiric, Paula Peyseré, Marta Dillon o Lucía Reissig. “Hace dos años mostré obras de estas características en un taller de litografía en el Museo La Cárcova. Esos cuerpos estaban apoyados sobre la mesa de trabajo, suspendidos o en relación a los objetos que había en el taller, no como ahora que es un espacio más limpio, propio de una galería. Desde ese momento hasta ahora fui mostrando estas pinturas por separado. Me interesaba verlas no tan aisladas sino más bien en relación”, cuenta. Y agrega: “También quise investigar el gesto propio de cada una, su identidad. Fui un poco más lejos con eso y pensé ¿y si las visto? Así que algunas tienen ropa que en muchos casos me dio la persona que representan, exclusivamente para esta muestra. Todo esto fue posible en un proceso de intercambio, de diálogo. Me interesaba conocer desde las medidas del cuerpo de cada amigue representadx hasta dar con el vestuario que más le guste. Y claro, encontrar el color de cada una”.

Scafati considera que no se trata de instalaciones o esculturas: ella prefiere denominarlas “pinturas”. A la vez, explica que el concepto de la pintura vinculada a un objeto de dos dimensiones es muy restrictivo: “Yo prefiero pensarla como eso que busca escapar de la pared, avanzar hacia las tres dimensiones”. “No tengo muchas razones para pintar si no es la pregunta por la pintura misma: por qué una tela montada en un bastidor, como ves acá, aunque no sea un gran artificio técnico, nos conmueva. ¿Qué es lo que nos hace seguir creyendo en la expresividad de un soporte? Algo que excede la razón y se parece al misterio. Lo mismo que hace que una obra se transforme en arte”, considera.

Reconoce, de todos modos, que la libertad de sus pinturas se encuentra restringida. “¿Vos lo preguntás por los nudos? Bueno, acá hubo un interés personal inicialmente. Al principio me acerqué a la atadura como modo de pensar los límites del cuerpo y sus posibilidades. Lo pensé también como una práctica al borde, vinculado al placer y al dolor porque el bondage va por ahí. A fines de 2015 me encontré con la experiencia de ser atada y luego atar. Así fui descubriendo que cada nudo tenía que ver también, paradójicamente, con investigar nuevas formas del movimiento. Eso me sorprendió bastante. Y me pregunté cómo se podía llevar a la pintura”, cuenta.

La respuesta que encontró consiste en lograr que cada cuerpo parezca en suspensión y aunque, fantasmático, algo de cada gesto parece desafiar el anonimato de quien no tiene rostro o carne sino puro color y madera y bisagra y tela. Lo inquietante, además, es que es posible pensar que esos cuerpos la están pasando bomba. “Sí, están reunidos, expectantes, quizás fueron a una fiesta. En cualquier caso, aunque están estáticos, tienen sensación de movimiento. ¡Y de que están a punto de hacer algo que tenemos que imaginar!”, continúa Scafati.

Desde mediados de los noventa y durante unos diez años, Mariela pintó grandes obras de dos metros de largo. Al fin, cuando ya decidió que era suficiente, las transformó en tiras. Para ella, cada momento de su obra alimenta los anteriores y los que vendrán. Lo mismo ocurrió cuando en 2014 realizó la performance Ni verdaderas ni falsas en el Instituto Gino Germani. En esa oportunidad, armó cuerpos con ropas superpuestas hasta el paroxismo: una remera sobre una camisa sobre un abrigo sobre un pantalón y así. El resultado, reconoce, fue un poco impresionante. También empezó a vestir pinturas, tal como se puede ver ahora. Y completó la acción poniéndose ella misma una sobre otra las remeras hechas en el Taller de Serigrafía y con les Serigrafistas Queer. Y luego se las sacó mientras decía “Hablar de amor al interior de la rígida cultura política de los movimientos radicales o en el ambiente cool y a la última del mundo del arte resulta siempre incómodo”. Su propuesta era trabajar el gesto más que la historización de un proceso creativo. De alguna manera, el “Glosario para escuchar a las piedras” que se obsequia a quienes visiten Extraterrestre va en el mismo sentido: no explicar, conmover.

De hecho, esta muestra se completa con dos pinturas tridimensionales perturbadoras. Una consiste en una silueta que se extiende sobre ladrillos de cerámica. Está casi completamente cubierta de tiras como una mortaja, salvo la zona de lo que podrían ser las manos. Su nombre provisional es Celeste. “No sabemos su género ni su historia ni por qué está así, ahí”, es todo lo que informa Scafati. Luego invita al tercer sector, separado del resto de la muestra por más ladrillos de cerámica que construyen un muro, un tapial frágil, deliberadamente hecho a medias. Detrás, maderas quebradas, visibles o envueltas en frazadas, atadas con más nudos.

“En la práctica bondage, las personas nos atamos sólo determinadas zonas y de determinadas maneras. En estas pinturas, el nudo avanza y retiene casi toda la obra: la atadura está hecha para restringir y contener sin ninguna idea vinculada al placer”, observa. Incluso, cubiertas por las frazadas, plegadas, embutidas allí, las piezas de la obra pierden forma: se convierten en restos, en despojos, como cuerpos abandonados. Incluso, mutilados.

La artista no afirma ni refuta, sólo deja que quien se enfrenta a esa obra, la mire y si es necesario, se abisme. Lo extraterrestre es aquello más allá de la tierra, de lo cual poco se sabe y mucho se especula. En el marco de esta muestra también puede ser lo que permanecía oculto y por alguna razón ahora se ve, lo que habla desde la mudez invadida por las ataduras. Es decir, lo que finalmente se libera cuando el arte le da lugar.

PARA RECUADRITO

 

Extraterrestre se puede ver en Isla Flotante (Viamonte 776, piso 2 depto 4) hoy y mañana, de 14 a 20. También, el domingo, lunes y martes de 14 a 18. La muestra se clausura el martes a las 19 con brindis y sorpresas.
Más info: galeriaislaflotante.com.ar