Alberto Fernández aseguró en el salón Felipe Vallese de la CGT que el secreto de su triunfo electoral había que buscarlo en la unidad política alcanzada. Incluso el presidente electo anunció que el movimiento obrero será parte de su gobierno. Si bien ese abrazo discursivo a los gremialistas no incluyó pistas de cómo se concretará esa participación, lo cierto es que resaltó la necesidad de que estén unidos. Una condición todavía ausente en el universo sindical y que se complica con las aspiraciones de algunos de sus miembros a tallar en designaciones en el gobierno que comienza el próximo 10 de diciembre.

Los dirigentes gremiales suelen afirmar que el proceso de unidad de la CGT no debe mirarse con los ojos de la política. Es más, sostienen que es contraproducente que la central obrera diluya sus diferencias internas porque la política logró el triunfo electoral. De alguna manera, esa afirmación encierra una verdad porque la discusión del perfil que debe tener la CGT incluye parámetros políticos pero que no deben determinar los objetivos gremiales de la central obrera. Otros afirman, también con razón, que después del golpe de Estado de 1955 la CGT nunca estuvo unida.

Si se considera el período 2015-2019, la central obrera buscó dejar de lado las diferencias internas ante la llegada del gobierno de Mauricio Macri. Tres grandes ramas conformaron el triunvirato integrado por Héctor Daer, Carlos Acuña y Juan Carlos Schmid. Otras, como la Corriente Federal y el Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA) quedaron fuera pero sin sacar los pies del plato. Ahora bien, las diferencias a la hora de elegir la estrategia para confrontar con la Casa Rosada, donde triunfó el ala menos combativa, profundizó "la grieta" sindical. Esto se tradujo en la renuncia de 15 miembros del consejo directivo que en su mayoría pertenecen al moyanismo. A pesar de ello, la CGT no se partió. Tal vez porque sabían que Macri estaba dispuesto a destruir los derechos laborales y también por la esperanza que generó el Frente de Todos.

Ahora comienzan otros tiempos. Los que resistieron con mayor firmeza las políticas de Macri aspiran a ser parte de la conducción de la nueva CGT. Pero no es un grupo homogéneo. Sectores de la Corriente Federal creen en la necesidad de negociar con gordos e independientes el futuro consejo directivo. También presionan para que los gremios de la CTA se incorporen. Esto último divide aguas en la conducción cegetista porque temen que sea la puerta por donde se cuele el sindicato que la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (Ctep) está organizando y que promete ser tan numeroso en cantidad de afiliados como algunos de los gremios que se conocen como gordos.

Eso llevará tiempo y será el tiempo de la política gremial. Sin embargo, lo que por estos días hace más ruido es la intención de gremios identificados con el moyanismo de colocar hombres de su confianza en la nueva estructura del Estado que administrará el FdT. Esa intención se coló durante la reunión que hubo en el cuarto piso de la CGT con Fernández. Para alegría de los organizadores, el presidente electo diluyó rápidamente cualquier discusión pero saben que la pretensión está instalada y que eso puede modificar la correlación de fuerzas internas en la CGT.