La Colección Fortabat presenta la muestra “Crónicas de Nueva York”, de Rómulo Macciò (1931-2016), con curaduría de Florencia Battiti, que incluye 29 pinturas de mediano y gran formato, realizadas entre 1989 y 2001. Se trata de series que resultan de dos largas estadías del pintor en aquella ciudad, a fines de los años ochenta y a fines de los noventa, cuando vivió el pulso de Manhattan desde la perspectiva de su mirada poética e implacable, y tomó fotos que están en el origen de estos cuadros.

La ciudad de Nueva York, como escribe la curadora, es “un tópico visitado hasta el cansancio por artistas, directores de cine, escritores, poetas y fotógrafos. Llamados a evocar alguna imagen icónica de la ciudad, seguramente nos costaría distinguir si es propia o prestada, si proviene de nuestra experiencia por haber estado allí o si la vimos en alguna película de Woody Allen, una foto de Berenice Abbott, una pintura de Hopper o si la leímos en alguna novela de Fitzgerald o de Capote”.

Un apurado repaso biográfico consignaría que Macciò fue un pintor autodidacta, que se hizo a sí mismo mirando pintura. Junto con Noé, De la Vega y Deira, formó parte de la Otra Figuración durante la primera mitad de la década del sesenta. El grupo constituyó uno de los momentos más relevantes de la historia de la pintura argentina, y uno de los contados casos en que la pintura local estuvo en sincronía no sólo con el arte internacional sino también con los otros campos de la cultura. Aquel cuarteto de artistas, como un tornado, absorbió a muchos de los que vinieron antes y después.
El comienzo de la consagración de Macciò puede datarse cuando presentó una retrospectiva en el Instituto Di Tella en 1967. En dos oportunidades fue invitado a la Bienal de San Pablo y en otras dos, a la de Venecia. Realizó exposiciones individuales en América latina, Europa y Estados Unidos, y su obra forma parte del patrimonio de decenas de colecciones, museos y fundaciones de todo el mundo.

Macciò ha sido muchos pintores a la vez: sucesivamente, pero a veces, también, simultáneamente. Ése es, podría decirse, su propio estilo, de pintor plural. Simultaneidad y sucesión se cruzan en dos ejes que se potencian: tal podría ser la hipótesis de su coherencia.

Su itinerario estético, siempre con una mirada personal, pasó por el surrealismo, el informalismo, la gestualidad, el expresionismo abstracto, la neofiguración, el realismo... y también, en sus propios términos, la “parafiguración”, palabra comodín que le sirvió para cruzar la vereda entre la figuración y la abstracción. En Macciò, figuración y abstracción pierden sentido antagónico y se convierten en modos de mirar no excluyentes.
Su pintura parece afirmar que sin expresión no hay arte; porque allí se juega claramente un componente expresivo y comunicativo funcional y necesario para lo que fue su naturaleza de artista.
La Nueva York de Macciò se cifra en Manhattan: avenidas, edificios vidriados, autos que proliferan y se acumulan; bares, restaurantes –por fuera y por dentro-- lugares de comidas rápidas, ciertos personajes, construcciones, nieve, reflejos, vapor.

En las obras resaltan la luz, el clima, las arquitecturas. Y esa luminosidad entra en contraste con la sombra, que a su vez, interactúa con la luz que proviene de los enormes ventanales de la sala de exposiciones. El clima aparece en sentido literal, porque Manhattan tiene veranos e inviernos rigurosos, de modo que la meteorología resulta crucial para la variación de la intensidad de la luz, y así, nevadas, tormentas, vapor, calores, afectan, definen o incluso distorsionan la visión de las escenas. El clima también se juega en sus sentidos segundos, en cierta atmósfera: modos de vida, ambientes, circunstancias generadas por comportamientos sociales o individuales. En esta línea pueden citarse, entre otros: Reflejos de Manhattan, Reflejos y vapor en Manhattan, Nieve y acondicionadores de aires, Fulton Street (1989), Nieve en Uptown (tanto la pintura de 1990, como la de 1998) y Amsterdam Street.

Según cada tela, el aire se vuelve denso, se opaca o se aclara y actúa sobre la percepción para que las figuras se vean delineadas, deformadas, desvaídas, indeterminadas.

Macciò era refractario a la crítica sobre el arte en general y la pintura en particular. A modo de epílogo, en el catálgo de la exposición se rescata una de sus reflexiones al respecto: “La pintura se muestra, no se dice. Es el arte del silencio. Se empieza tratando de no hacer lo que está hecho y en ese camino del libre juego de la imaginación no se sabe hasta dónde se puede llegar, ya que la pintura es una ciencia oculta, irracional; nace de un oscuro núcleo y no de conjeturas intelectuales. Me aburre absolutamente la conjetura en la pintura. Yo registro en mi conciencia temas de la realidad y luego los reflejo en la tela. La pintura nace en la cabeza, la mano ejecuta y el corazón pone la emoción. Si hay poesía, conmueve; y si no la hay, no. Y eso es un milagro, no tiene explicación”.

* Hasta el 23 de febrero de 2020 en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, Olga Cossettini 141, de martes a domingos, de 12 a 20. Entrada general: $140; menores de 12, jubilados, estudiantes y docentes: $80. Los miércoles la entrada general es de $80, y gratis para menores de 12, jubilados, estudiantes y docentes.