La última semana fueron los insultos racistas contra los pueblos aymará y quechua en medio del golpe de Bolivia contra su presidente Evo Morales, y, entre nosotros, los exabruptos en las redes de las macristas Cecilia Negro Farrell, directora de Planificación de Eventos Presidenciales, y Adriana Leher, diputada provincial de La Pampa, que se burlaron de los votantes de Alberto Fernandez escribiendo que “a los monos hay que darles banana”.

Pero todas las semanas hay expresiones que confirman que el odio no es sólo una pasión individual. Desde el siglo XX sabemos que el odio forma partidos y gobiernos.

No es sólo el “nosotros contra ellos”, recurso tan aprovechado en política porque ofrece chivos emisarios, cohesiona a los propios y les refuerza la identidad. Es su versión más extrema: el otro es convertido en una lacra y en el mal absoluto.

Y en estos cuatro años de macrismo se lo hizo desde el Estado y con grandes cómplices como los medios dominantes, las redes sociales y sectores estratégicos de la Justicia.

Negativizaron desde el Estado macrista a distintos sectores: kirchneristas, piqueteros, inmigrantes de países vecinos, vendedores ambulantes, sindicalistas, y pobres, y los convirtieron en depositarios de odio …

Y no quedó limitado al discurso: llegó la cárcel para “los otros”, la violencia policial y la represión brutal de Gendarmería en no pocos casos seguida de muertes.

El odio fue también campaña política en estas elecciones. Macri, Carrió, Pichetto, Patricia Bullrich, Vidal lo han venido fogoneando, y extremaron su discurso después de las PASO para sacar réditos de la grieta que el mísmo macrismo impulsó desde hace tantos años.

Por eso la frustración oficial de que Cristina se corriera del centro de la campaña: la querían a ella allí para capitalizar el odio al peronismo que se encarna para muchos en su figura. Otra voz republicana, la revista Noticias en su última portada, es botón de muestra de estas operaciones del macrismo y sus amigos.

El odio fue derrotado en las urnas, pero sigue presente tanto en sus poderosos fogoneros como en buena parte de la sociedad, y es uno de los retos que enfrentará el nuevo gobierno para pacificar el país y volverlo gobernable.

Por eso resulta muy oportuno revisar en este momento la que es una de las miradas más profundas que se ofrecieron en todo el mundo sobre la anatomía del odio, y que fue formulada por un presidente que era un notable intelectual: el fallecido checo Vaclav Havel.

Fue en la Conferencia internacional sobre anatomía del odio, en Oslo 1990. Líderes mundiales, celebridades, escritores, premios Nobel se unieron para desentrañar esta pasión humana. Havel hizo una extensa exposición, de modo que vamos a tomar sólo 3 o 4 de sus conceptos para radiografiar el odio.

* Dijo Havel: “He observado que quienes odian acusan a sus prójimos- y a través de ellos al mundo entero,- de ser malos. Los hombres malos y el mundo malo les niegan lo que les pertenece de forma natural".

* Agregó: “No creo que el odio sea la mera ausencia de amor, sino que tiene mucho en común con él". El odiante se aferra al odiado. Sueña con él como el amante sueña con su amada”.

*  “El que odia desconoce la sonrisa” (la mente dispara al toque las imágenes de Bolsonaro; Patricia Bullrich).

* Para Havel “sólo existe un odio”; es decir que no hay diferencia entre el odio individual o colectivo: el que odia al individuo, es muy posible que sucumba al odio de un grupo o que lo propague por él. Probablemente incluso el odio tribal- tanto religioso, étnico, ideológico doctrinario, social, nacional o cualquier otro- represente un embudo que, en su última instancia succiona a todos los que están predispuestos para el odio individual.

* El líder checo subrayaba que con el odio colectivo se consigue hacer entrar a través de su embudo a muchas otras personas que originalmente, parecían no poseer la capacidad de odiar. “Se trata de gente moralmente pequeña y débil, egoísta, con espíritu perezoso, incapaz de pensar por sí misma y, por ello, propensa a sucumbir a la sugestiva influencia de los que odian”.

*  “La atracción del odio colectivo- infinitamente más peligroso que el odio individual- se alimenta de varias ventajas evidentes, porque el odio colectivo libera a los hombres de la soledad, del abandono, del sentimiento de debilidad, de la impotencia y del desprecio, y así, evidentemente, les ayuda hacer frente a su complejo de fracaso de un ser menospreciado".

Fue en 1990 en una Europa que se despertaba de la caída del socialismo soviético, y que abundaba en expresiones de discriminación. A ella le hablaba el recordado Vaclav Havel. Pero su mirada ofrecía una radiografía del odio, que es una pasión que no reconoce fronteras, y, por lo mísmo, una lectura que también nosotros podríamos capitalizar.

 

Vale la pena, además, recordar cuál fue la principal conclusión de aquella conferencia mundial: declararon que el antídoto para el odio se obtiene al reunir cinco elementos: Educación, Ley, Justicia, Responsabilidad y Amor. Sobre todo, amor.