Si una estrategia feminista se revela inmediatamente como exitosa, la tierra tiembla y la línea de frontera se corre kilómetros en un solo movimiento. Ocurrió con el Tetazo (ver recuadro) en el Obelisco y en varios puntos del país. Los cuerpos trazaron una línea de choque que opuso resistencia a quienes se sienten con derecho a administrar y regular los cuerpos de mujeres, lesbianas y travestis como objetos de producción y consumo. Más allá del tratamiento que recibió el Tetazo por los medios de comunicación, éstos contribuyeron a tornar masivamente conocida una estrategia de lucha que desde hace años promueven las lesbianas de la tercera ola feminista, las lesbianas del siglo XXI que capitalizaron los conceptos de la teoría queer y los llevan a la práctica en las calles.

De dónde venimos 

El concepto de la teoría queer que subyace al Tetazo y a otras prácticas de resistencia es el de performance de género. El género es performance, esto quiere decir: nosotrxs mismxs hacemos el género en tanto lo actuamos. Y como las asignaciones de género son ordenadores sociales que constituyen el software del conjunto de las opresiones, es preciso hackear al género. ¿Cómo? A través de microacciones, de performances, de la performatividad del lenguaje. Hackear la inteligibilidad corporal que nos fue dada. Porque el sentido común de los cuerpos no es para nada inocente. Fue construido a través de milenios para que sostengamos una sociedad que oprime a la mayoría y beneficia a unos pocos. Estos conceptos del feminismo queer de los 90 tienen una de sus raíces (no todas) en el feminismo materialista de Monique Wittig: invertir la dialéctica que nos enseñaron y acatamos mansamente, el sexo fue creado por la opresión y no al revés, como dice el sentido común que nos inculcaron. El ensayo donde la feminista lesbiana Monique Wittig expone cómo se creó el mito de la diferencia sexual se llama “La categoría de sexo”, y lo trabajó entre 1976-1982.

El cordón de protección

En el Tetazo del Obelisco y muy probablemnete en la movilización que se plantea para este 8 de marzo, convivieron elementos clásicos de organización (como el cordón de protección para enfrentar a machos inoportunos y mirones) con cierta lateralización inorgánica que actuó y mucho por fuera del cordón organizado. Dentro de la línea de protección se ubicaron en su mayoría las feministas que participan en agrupaciones, partidos, sindicatos, movimientos sociales. Por fuera, otras participantes que se negaron a permanecer dentro de un espacio restringido pero no se privaron de mostrar a las más jóvenes y a las que se acercaron por primera vez, cómo echar a los varones molestos. “Sentí que tenía una escoba imaginaria y que los iba echando con ella. Los primeros a enfrentar eran los que venían con cámaras o celulares a sacarnos fotos o a filmarnos para su divertimento personal. Eran decenas de tipos, todos sueltos. A un turista mirón lo eché en inglés y se asustó muchísimo. Entendió perfectamente de qué iba la cosa”, cuenta Clara Crespo (55), lesbiana, motoquera. “Después de los ‘escobazos’ pudimos sacarnos fotos tranquilas entre nosotras. Ya no quedaban mirones a corta distancia”.

Del cordón de protección participaron varias delegadas sindicales. Entre ellas Laura Safo (33) y Leila Ponzetti (39), quienes a su vez integran la Asamblea Lésbica Permanente que organiza la actividad del Día de la Visibilidad, el 7 de Marzo, frente a la estación Retiro.

Laura Safo es una de las referentes de la Comisión de Género del Sindicato de Trabajadores Judiciales de la Ciudad de Buenos Aires (Sitraju), un sindicato de reciente creación, integrado mayormente por jóvenes empleadxs del Poder Judicial. En ese espacio intenta articular la militancia sindical con el activismo lésbico y feminista. 

“Al Tetazo fuimos tres compañeras del sindicato. A nivel sindical, Sitraju es un oasis. La secretaria general, Vanesa Siley, es mujer y tiene más o menos mi edad. Gracias al sindicato yo soy otra persona, me hizo superar los miedos y me empoderó”, refiere Laura. El tema de Higui se trató en un plenario del sindicato y lo llevó ella. Eva Analía de Jesús (Higui), lesbiana pobre conurbana, está presa por defenderse de una violación correctiva que iba a aplicarle un grupo de varones de su barrio. “Somos trabajadorxs del sistema judicial y esa injusticia nos toca de cerca. Por eso es pertinente que acompañemos esa lucha, tanto como la lucha por la libertad de Milagro Sala. Porque estamos por la defensa de los derechos humanos”. 

Estrategias y articulaciones 

El 7, Laura participará en la actividad de las lesbianas en Retiro. “Ya me comprometí a colaborar allí. En este momento es prioritario darle una mano a Higui para que quede en libertad. Que la gente se entere, darle masividad al caso. El 8 de Marzo voy a marchar con la columna Libertad para Higui. Eso sí, iré con la remera y el chaleco del sindicato”.

En el caso de Leila Ponzetti, la estrategia de participación difiere. Es delegada de un sindicato más tradicional, con importante capacidad de movilización: “La verdad que no les planteé a mis compañeras el tema del Tetazo. Ellas sabían que yo iba y les parecía muy jugado. No tuve problemas porque no fui en nombre del sindicato. Lo tomé como una actitud individual. Considero que son mis libertades. En el Tetazo no queríamos varones de gremios que organizaran a las chicas y les dijeran que se saquen la remera”, explica. Durante el Tetazo, Leila estuvo aguantando con su cuerpo el cordón, contribuyendo a armar el círculo para sacar a los varones. En la primera fila del cuerpo a cuerpo. “Fueron quince o veinte minutos de machirulos mirando. Había que hacer ese cordón para sentirnos protegidas. Conozco a varias lesbianas que vamos adelante y somos visibles en mi sindicato. Estamos trabajando bien. El 7 voy a marchar con el gremio y más tarde prefiero seguir con las lesbianas. Considero que primero está la lucha feminista con las lesbianas. El 8 me sumaré a la columna por la libertad de Higui”.

El gremio donde participa Leila se concentra en los temas laborales. “Creo que hay cuestiones que es mejor no llevar a los sindicatos. Deben tomarlas la sociedad en general y las organizaciones sociales, por fuera de los aparatos sindicales o partidarios”

Es de esperar que en la movilización del 8 de marzo, Paro Internacional de Mujeres lanzado por la asamblea del colectivo Ni Una Menos, el Tetazo (o los Tetazos) trasciendan las fronteras de las columnas lesbianas. Aquella vez el tetazo frente al Obelisco porteño reunió a trabajadoras asalariadas, amas de casa, jubiladas, estudiantes universitarias y turistas en un amplio espectro de edades. Una práctica que ya se hizo tradición en las movilizaciones donde participan lesbianas jóvenes, se expandió de un día para otro de manera exponencial. Y dividió en dos las aguas progresistas, como cuando Jesús atravesó el Mar Rojo. ¿Corresponde o no corresponde? Hasta en espacios virtuales como el grupo de Facebook “Resistiendo con Aguante” se dieron fuertes polémicas del estilo: “Los padres tienen derecho a transmitir sus valores a sus hijos. Y seguramente la mayoría no va a querer que sus hijas hagan eso”. / Y del otro lado de la orilla: “Compañera, las hijas tienen derecho a decidir qué hacer con sus cuerpos. Los padres no son dueños de los cuerpos de las hijas”.

Estas polémicas que parecen meramente de orden puritano resurgen nuevamente en vísperas de la marcha del 8 de marzo. Quien haya estado allí, quien haya vivenciado lo que se pone en juego, que va mucho más allá de lo que describe la discusión sobre si las hijas o los padres, puede aportar con el relato de esa experiencia un punto nada menor: abrirse los botones de la camisa, sacarse la remera, desabrocharse el corpiño, atreverse a mostrar las tetas y eventualmente la panza, caminar por la calle cortando el paso a vehículos, frenando y echando a varones que invaden con miradas lascivas y cámaras y teléfonos celulares, es de una fuerza empoderante inimaginable para quienes nunca se habían animado a tanto (y a tan poco). Por otra parte, hubo un reseteo interno en las lesbianas que ya vienen con una práctica política de estar en cuero en la calle. El reseteo está dado por la masividad.

Comenzó otra etapa. La masividad se da compartiendo felicidad con mujeres héteras en un continuum a la manera de Adrienne Rich (estar entre mujeres enriquece y habilita modos políticos diferentes de los modos políticos patriarcales). El tetazo habilitará a esas mujeres a cuestionarse la manera del estar-siendo-hétera en esta sociedad. Se puede ser libre y feliz en espacios liberados por mujeres y lesbianas en conjunto. Y la pregunta es: ¿hay posibilidad de construir movimiento de masas desde el lesbianismo e incluyendo mujeres héteras? ¿Esas mujeres héteras pasarán en algún momento a ser héteras en fuga o no-héteras? Héteras en fuga y no-héteras son categorías políticas que ya existen en el movimiento feminista, algunas mujeres militan/activan con esas identidades en espacios políticos.

No es que hoy pueda advertirse que la mayoría de las feministas que participan de estas movilizaciones estén intentando fugarse del “grupo social de las mujeres”. Lo que se observa es la negociación diaria del “contrato social”, para decirlo en términos de Monique Wittig. Aunque el paso es enorme, abundan los brazos y manos que tiran hacia atrás. Durante el Tetazo ocurrieron fenómenos de aferrarse con desesperación a la regulación tradicional de la teta para uso exclusivo del bebé (de lo demás no se habla), en espacios de debate de mujeres sindicalizadas. Este fenómeno se dio en varios espacios gremiales de mujeres, incluso en sindicatos considerados progresistas.

El nuevo (des)encuentro

“Cuando insisten en impulsar como única reivindicación de género la lactancia en el ámbito laboral, las no-madres quedamos automáticamente fuera. A las mujeres y a las lesbianas que queremos ir más allá nos estigmatizan como ‘feministas radicalizadas’. Sin embargo, las mujeres héteras que nos estigmatizan no tienen problemas en acercarse a nosotras y preguntarnos ‘qué pensás de esto o aquello’. Y en cuanto las lesbianas feministas tomamos la palabra en una reunión, nos acusan de enunciar abstracciones. Ellas te la hacen corta: ‘No la troskees, si seguís así, te van a cortar la cabeza’”, expresa con mucha bronca una delegada lesbiana de gremio combativo que participa en las asambleas del Ni Una Menos en la Mutual El Sentimiento. “Y encima nos amenazan: ‘No vayas a decir en la asamblea nada por fuera de la línea’. La orgánica es como una gran pija a la que hay que obedecer”, subraya. Con el panorama que describe esta delegada, la construcción de un feminismo de masas en el que puedan participar cómodamente las lesbianas no presenta las condiciones ideales ni mucho menos. Lo que parece dar la razón a las lesbianas no-mujeres que sostienen que es imposible construir un movimiento político junto con mujeres heterosexuales.

Y este no sería el único inconveniente estratégico. Todavía falta encontrar la manera en que ingresarán a esta dinámica los cuerpos más castigados, invisibilizados y expulsados de la sociedad. Seguramente será tarea de un feminismo interseccional que va ganando cada vez más espacio, al menos en territorio porteño y conurbano. Ya se lo escucha intervenir con fuerza en las asambleas del Ni Una Menos. Un feminismo interseccional incluirá los cuerpos de las mujeres/lebianas/travestis/trans/gordas/originarias/negras/huesudas/tullidas/viejas. Porque la gorda no sale en la foto porque te la arruina. La negra está cansada de que piensen que siempre tiene que estar en tetas y cobrando por sexo. La originaria quiere que las blancas se callen un poco y la dejen hablar. La huesuda ya no quiere escuchar que tiene que alimentarse más. La tullida está harta de que la miren insistentemente o la esquiven con la vista. Y la vieja, si no tiene un cuerpo anciano como para tapa del National Geographic, no califica para aplaudirla por haber llegado tan bien a los años que tiene y subirle la foto a Facebook. Esos son los cuerpos que seguramente van a faltar en las filas de los diversos tetazos al interior de la movilización del 8 de marzo.

Que un feminismo interseccional se necesita se hizo muy palpable en los bordes del Tetazo en el Obelisco. Entre las postales más representativas, aparecen en primer plano la de unas mujeres de clase alta latinoamericana, ojos verdes, universitarias, que aplaudieron cuando lesbianas en tetas echaron a un varón mestizo joven extasiado y catatónico entre tantos cuerpos femeninos descubiertos. Pero se opusieron a la expulsión del varón universitario clase alta de ojos verdes, “porque él es feminista como nosotras”. Cuando se les preguntó por qué aceptaron que se expulsara al varón mestizo respondieron: “Porque él es horrible”. Otra postal: la  astucia de algunos varones mestizos con cámaras poderosas, que apelaron a su condición de varones “no-privilegiados” cuando las mujeres imploraban “no queremos fotos” e insistieron mezclándose entre las mujeres sin corpiño para obtener mejores fotografías. Las contradicciones se dan en el cuerpo a cuerpo y es muy difícil resolverlas en el espacio de movilización. Los que más resistieron, regulando con su mirada los cuerpos de las mujeres en tetas, fueron varones autodenominados feministas que se negaban a criticar su posición de “si yo no te avalo con mi mirada, no existís, ustedes no pueden solas”. Esos varones son los menos interpelables por un feminismo concreto, de carne y hueso. Pretenden pulsear con las mujeres y con las lesbianas, en lugar de allanar el camino.

El estado de la cuestión muestra en un terreno donde de golpe y plumazo las lesbianas avanzaron un siglo. A partir de la experiencia conocida como Tetazo puede decirse que el movimiento político de las lesbianas empieza a interpelar directamente a las mujeres no organizadas, sin mediación del movimiento de mujeres. Y que los bolsones del movimiento de mujeres que se resisten al feminismo constituyen hoy una barrera para que las lesbianas puedan denunciar que los sexos son una construcción social y no una realidad “de la naturaleza”.

Así llegamos al 8 de marzo. A cien años de la gran movilización del Día de la Mujer Trabajadora en Rusia, que dio inicio a la revolución de 1917. Y una se pregunta, cuántas lesbianas habría en aquella gran movilización. Nadie recuerda aquellos nombres, pero que las hubo, las hubo.