Son siete libros publicados a partir de 1993 hasta 2017 y una serie de poemas inéditos (2018-2019) los que integran la Poesía reunida de la escritora cordobesa María Teresa Andruetto. Hacia el final del volumen, una serie de fotos incluidas por Ediciones En danza, ilustran también escenas de su vida, mostrando la confluencia -tantas veces resistida- entre el yo de la autora que ha escrito la obra y el que labró su biografía a lo largo de todos estos años (algo así como que lo personal es poético). Extractos de un álbum familiar y el análisis teórico del crítico Jorge Monteleone, cierran y abren una etapa importantísima de la producción de Andruetto. Instalada en una zona, no intermedia sino integradísima, esta poeta y narradora, que ha recibido importantes premios y dado apertura en 2019 al Congreso de la Lengua, en este cuarto de siglo de pura poesía no ha dejado de entrar en diálogo con ancestras de su historia y de la cultura. Un permanente revisar lo que la ha precedido la lanza en cada libro hacia un futuro, que es siempre feminista.

--Empezás el libro con poemas inéditos y después revertís el orden de publicación y presentás los últimos libros primero y al final los del comienzo. ¿Me contás un poco porqué esta decisión?

--Me siento más fuertemente representada en realidad desde el libro Pavese en adelante. Incluso había pensado en no incluir mis dos primeros libros, y Javier Cofreces, el editor, insistió. Yo le pedí entonces que fuera de esta manera el orden, hacia atrás. No lo había tenido en cuenta en su momento, pero ahora lo vinculo con el poema Genealogía, que va desde hoy hacia el pasado y también con una novela breve mía que se llama Veladura, donde sigo el mismo procedimiento. Hay algo en mí que funciona de esa manera, en una constante revisión de lo hecho como un camino. Todo para mí siempre ha tenido mucho de construcción y poco de confiado en la suerte de lo que apareciera, es confianza pero en un trabajo sobre mí misma y sobre mi relación con los otros también.

--La serie Rosa, parte de las palabras de Gertrude Stein, el famoso “una rosa es una rosa”, y en el poema hacés una propuesta muy feminista: “Saltemos juntas ahora por la puerta o la ventana, con ardor en la frente y en la boca una granada…”

--Es un trabajo que encuentro fuertemente feminista, quizá alimentado por mi participación en esta marea de los últimos años. Se cruzaron muchas cosas. El punto de partida es una mujer que se llama Rosa, una de las personas que cuidó a mi mamá, que tiene una vida muy singular, prácticamente no ha salido de su casa o de la casa de mi madre, que fue vecina suya y que a la vez en esta singularidad, era muy deseante. Se me apareció ella y con ella un montón de otras Rosas; la de Gertrude, la Rosa Luxemburgo también -justo también en este último tiempo, en un viaje, encontré un herbario de ella y la vi desde otro lugar. También hay un personaje de Veladura, mi novela, que se llama Rosa Mamani. Empezaron a aparecer todas las Rosa, ese nombre de pobre y de mujer y tan fuerte. La escritura de esos poemas me llevaba al sonido, a la música, hacia lo inconsciente. Siempre ha sido para mí una preocupación, una ocupación, mirar a las mujeres. Como se puede ver en el poema Genealogía, vengo de un linaje de mujeres fuertes, muchas de ellas sostenedoras de hogar. No exactamente mi madre sino más atrás. Tengo una abuela colchonera y otra que tenía una sastrería que llevaba su nombre en Italia. Y la mamá de mi mamá sostuvo su casa haciendo colchones en los campos. La abuela de mi madre trabajó de guardabarrera. Fueron sostenes de hogar, ya sea porque enviudaron jóvenes o porque tuvieron al marido enfermo. Y yo tomé conciencia desde muy temprano.

--En el largo poema Genealogía vas a buscar esas historias de tus ancestras, en consonancia con las luchas feministas presentes…

--Genealogía es de algún modo el agradecimiento a las que estuvieron antes, algo que me atraviesa por completo. Yo siempre con mis hijas he hablado de otras mujeres que estuvieron antes que ellas, antes que yo, en esta suerte de genealogía familiar. Les hablé de las de la familia de su papá incluso cuando su papá ya no era mi marido. Creo que hacen falta muchas mujeres para hacer una mujer, parafraseando a Eugenio Montale, que dice que hacen falta muchos hombres para hacer un hombre. Bueno, hacen falta muchas poetas para hacer a una poeta. Una está hecha de muchas, muchos, muches. Sobre todo de muchas que estuvieron antes. Así lo siento. Una vez, entre las cosas de mi mama encontré papeles y una foto de mi tatarabuela campesina, de ella hablo en el poema, digo que tenía ojos vivos como de animal, esa mujer fea con la quijada hacia delante, tenía la inteligencia que creo mayor: la habilidad para salir de la miseria sin perder la bondad, sin dañar a otros, otras, otres. Encontré también una foto del casamiento de mis padres. Mi mamá se casó por iglesia, pero sin ropa blanca en una época en que las mujeres se casaban de blanco, porque era rebelde y le molestaban bastante las convenciones sociales.

--En uno de tus libros más conmovedores, Cleofé, en la parte “Conversaciones con mamá”, la senilidad toca el habla de la madre, rompiéndola, generando un efecto poético…

--Al salir de la racionalidad las palabras cobran otro sentido. He conversado con gente que ha acompañado personas queridas en estos procesos de abandono de la razón y el pensamiento, y siempre son unos derroteros extraños y por extraños ambiguos, y por ambiguos riquísimos, desde el punto de vista de la significación. Van hacia zonas insólitas. Siempre que una está ahí para escuchar cómo lo exige la propia escritura de la poesía o la escritura general, debe estar ahí sin segundas intenciones, con todo lo que una es, tratando de escuchar. Mi relación con mi mamá pasó por muchas etapas y tuvo complejidades, pero siempre fue de mucho hablar; siempre llena de relatos, de confesiones. Y cuando ella se perdió seguimos hablando de otra manera. Durante la segunda parte de la escritura de Cleofe, en Conversaciones…, también sucedió que una de mis hijas fue mamá; fue mi experiencia de ser abuela, de verla convertida en madre. Primero yo iba a ponerle ese título al libro completo, después apareció la cursiva para citar cosas que mi madre dijo realmente, extraídas de su habla como si fuera con bisturí, quirúrgicamente. No así lo que está en letra redonda, cómo hablado por la hija. Como mi mamá siempre quiso escribir y quiso que yo fuera escritora, lo he vivido como si yo me hubiera apropiado de su deseo. Y por eso siento que ese es un libro que hemos escrito entre las dos.

--El poema de ese libro que dice “No sé quien soy” me hizo pensar en una entrada de Esto es todo, el diario de Margarite Duras en el que dice prácticamente en el final de su vida: Ya no tengo rostro…

--No lo había asociado, pero sí. Me parece que a medida que avanzan los años -yo tengo sesenta y cinco años y ya empiezo a avizorar algo de eso aunque espero que falte mucho tiempo-, pasa algo que tiene que ver con desnudarse, con que una va quitándose ropajes hasta quedar totalmente al desnudo, que es eso que dice Duras. A mí me gusta mucho Rembrandt, que pintó sesenta y nueve autoretratos; se pintó jovencito, rico, pobre, huérfano, perdiendo los hijos, en todas las etapas de su vida y en el último autorretrato se pinta una mirada desoladora, cuando ya ha perdido todos sus amores y le han embargado todo. El embargo incluye también lo que vaya a salir de su mano, es decir sus futuras obras, pero igual sigue pintando y ahí está ese autorretrato, mirándonos. En un ensayo, Gené dice que Rembrandt a medida que se vuelve viejo y pierde todo, se vuelve bueno.

--Cuenta Jorge Monteleone en el prólogo que después que escribiste Sueño americano, poemas en los que aludís a Patti Smith, te enteraste de que ella también había escrito un libro llamado Kodak, como vos lo habías hecho en 2001…

--Yo había escuchado y leído cosas de Patti mucho antes de escribir Sueño americano y Kodak. A fines de los 90, un poco antes de la caída de las torres, me invitaron a un congreso en Kentucky y después nos tomamos con otra mujer que había ido también, ocho días en Nueva York. En esa época había una muestra en el Guggenheim de Robert Mapplethorpe y me quedé alucinada; no sé si no era la primera retrospectiva. Entonces otra vez apareció Patti, la relación con él. Fui y vine mucho entre ellos dos y la Patti que ya conocía. La empecé a rastrear en internet. Conociendo cosas de su vida, empecé a ver simetrías, vinculaciones que entre su vida y la mía. Como yo, ella venía de un pueblo. Y tenía también un hermano muerto. Es una mirada muy interesante sobre cómo se había construido, por ejemplo, su condición de bizca la convirtió en una sex-symbol rara. Me gusta como personaje hasta te diría más que lo que canta y lo que escribe, su auto construcción. 

--En Beatriz, del 2005, tu diálogo es con la poeta rosarina Beatriz Vallejo, otra de tus interlocutoras…

--Tuve una relación personal con ella. Cuando conocí sus libros me impactó mucho. La visité dos veces en su casa que era preciosa, cerca de un brazo del Paraná. Tenía flores, plantas y obras en las paredes, pintadas por artistas de la movida santafesina de los años 60, en los que había sido una figura relevante. Nosotras hemos hablado muchas veces y ella me ha mandado algunas fotografías y postales. Los hijos la habían llevado a Rosario a un departamento porque ya no podía vivir sola. Cuando fui al festival de Rosario la visité y entonces fuimos a almorzar. En algún momento empezó a perderse y me preguntó por mí: ¿Cómo ésta Teresa, escribe? Pasamos el día juntas y yo suspendí lo que tenía en el festival para quedarme con ella. Salí muy triste y me fui a un bar y escribir un borrador a mano alzada, que después trabajé mucho. De algún modo fue la precuela de lo que después sucedió con mi mamá.

--Tamara Kamenzsain dice que poesía siempre es con otrxs, y Diana Bellessi “cuando estoy en vos, hondo estoy en mí”. Esto se lee en tu poesía, la constante presencia de lxs otrxs, el diálogo…

--Para mí siempre es entre dos. Hay quienes dicen que cuando escriben tratan de no leer para no contaminarse, yo me siento absolutamente contaminada por la palabra de lxs otrxs, o más bien totalmente pregnada, sobre todo por la palabra de las otras. Entiendo qué es eso más que ninguna otra cosa lo que me atraviesa, por eso me gusta tanto esa frase de Hellene Cisoux: la lengua que hablan la mujeres cuando nadie las escucha para corregirlas. Siempre he sentido esa profunda conversación con otras que a veces son conocidas reconocidas, o personalísimas, como es el caso de mi mamá. Una está hecha de todas ellas.

--Elegiste como epígrafe para la primera parte de Cleofé ese verso inolvidable de Sharon Olds: “cada madre lleva una mujer colgando del cuello”…

--Cuando leí ese poema no puedo dejar de pensar en mi madre. Yo siento todavía que hubo en ella, como en todas, una lucha entre la mujer y la madre, una tensión. Sólo que en la época de mi madre, en el contexto en el que vivíamos, un pueblo de la llanura, pequeño, cerrado, tal vez eso no era algo que las mujeres se permitieran y en ella se percibía irreverencia. Cuando una es una niña muy pequeña a veces cuesta un poco que su madre haga explícito que a veces no hubiera querido ser madre, que por ser madre no había podido hacer lo que ella quería. No era tan fácil para unas niñitas, para mi hermana y para mí eso, pero visto a la luz de esta época o de mi adultez, de lo que yo pude mirar en la condición de las mujeres, lo interpreto de otra manera. Y le puedo agradecer que haya estado tan presente el hecho de ser mujer en medio de esa condición de ser madre. Ella deploraba todas las expresiones de sacrificio y rechazaba los festejos del día de la madre.

--Este año tuvo mucha repercusión tu discurso de apertura del Congreso de la lengua. ¿Cuál es tu posición con respecto al lenguaje inclusivo?

 

--Ante todo diría que es un posicionamiento político y así es como, creo, debemos verlo. A mí siempre me ha interesado mucho la diversidad, en todos los aspectos, la inclusión, no así el mundo monolítico y sus modos de pensar. Hay muchas formas de usar el lenguaje que no son oficiales ni convencionales. Yo no lo he visto todavía entrar a la literatura, recién ahora Ana Ojeda me mandó su novela escrita en lenguaje inclusivo y todavía no la he podido leer. Lo único que me parece riesgoso, es que no se vuelva políticamente correcto y se convierta en una fórmula que haga perder la vitalidad de la multiplicidad. Relacionarse con la lengua es apropiarse de ella.