"O se está con la dictadura o se está con la democracia. La neutralidad es avalar la dictadura." La frase, tajante, tiene como autor al presidente Mauricio Macri. No se refería al golpe de Estado en Bolivia, que no condenó. Ni tampoco a las represiones en Chile o en Ecuador, ambas avaladas por su Gobierno. No: hablaba de Venezuela, por supuesto. La política exterior de Macri en estos cuatro años mostró un alineamiento con Estados Unidos que lo llevó a no ver violaciones a los derechos humanos en ninguna otra parte que dentro de las fronteras del país que gobierna Nicolás Maduro, al que calificó de dictador y le exigió que renuncie. Sus principales hitos, el G20 en Buenos Aires que hizo llorar a Macri o el acuerdo Mercosur-Unión Europea, dejan cero consecuencias tangibles. Al llegar al Gobierno el proyecto de Macri era un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos que fue frustrado por la llegada de Donald Trump y su política proteccionista al poder.

Lo de Bolivia no debería sorprender: Macri tiene una historia ya en eso de hacer la vista gorda cuando ocurren violaciones a los derechos humanos en países gobernados por aliados. Toda su condena a esos hechos, como muestra la frase que inicia esta nota, parece haberse consumido en Venezuela. Así como Macri no condenó el golpe de Estado en Bolivia, sino que hizo un rechazo general y en abstracto a "la violencia", cuando comenzó la represión en Chile guardó idéntico silencio.

Chile y Ecuador

No obstante, otros funcionarios de su Gobierno hablaron por él. Fue el caso de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quien puso en duda que los muertos fueran por la represión. "El intento de desestabilización de las democracias, el intento de destrucción de la democracia, lo mismo pasó en Ecuador, no se puede comparar con un régimen que cierra el parlamento”, justificó Bullrich, una de las ministras preferidas de Macri, que también avaló la frase por la que Sebastián Piñera tuvo que pedir perdón: cuando dijo que estaba en guerra. “Piñera está en guerra. ¿Cómo está si no? Si le están incendiando medio país¿En Chile qué hay acaso? Un intento de hacer caer ese Gobierno", sentenció Bullrich. En ese caso no les costó hablar de intento de golpe de Estado.

En plena campaña, Alberto Fernández se ocupó de señalar la contradicción: "En este país andan buscando dictadores por todos lados. Piensen ustedes que en dos días de conflicto murieron 11 personas y hay más de 800 detenidos. Piensen si esto hubiera pasado en Venezuela en el presente, ¿qué hubiera dicho Argentina, qué hubiera dicho el mundo, qué hubiera dicho Macri?", remarcó.

Lo mismo ocurrió con Ecuador, a cuyo presidente Lenin Moreno respaldó públicamente el gobierno de Macri cuando reprimió a la población y encarceló opositores. La declaración de la Cancillería argentina en ese momento fue que seguía "atentamente el desarrollo de los acontecimientos que vienen alterando el orden público" en Ecuador, rechazó los "intentos que buscan desestabilizar el país y afectar su institucionalidad". El canciller Jorge Faurie aseguró que el problema eran "los agitadores del correismo financiados por el madurismo". Los culpables eran Rafael Correa y Nicolás Maduro y a otra cosa.

Venezuela, mi obsesión

Venezuela fue, en línea con la política de Estados Unidos para la región, casi una obsesión para Macri. Hizo prácticamente todo lo que estuvo a su alcance para terminar con el gobierno de Maduro, al que no dudó en calificar de "dictador". Hace poco reconoció a la embajadora de Juan Guaidó, el presidente autoproclamado de Venezuela a quien el Gobierno argentino sigue considerando el representante legítimo. Desde el Grupo de Lima hizo todos los llamados para conseguir la salida de Maduro.

En contraste, Macri nunca vio situaciones irregulares en Brasil, donde su relación con Jair Mesias Bolsonaro fue buena desde el comienzo. Mucho antes de que el presidente de Brasil hiciera campaña por Macri y amenazara a los argentinos si votaban a Alberto Fernández con todo tipo de sanciones, ya le había hecho un guiño a Macri: "Ante todo, un abrazo a Macri, que terminó con la Dilma Kirchner", se sonrió. Solo tuvieron unos pocos choques al comienzo, cuando el canciller de Bolsonaro ninguneó a la Argentina y al Mercosur. Lo cierto es que rápidamente se pusieron de acuerdo, Macri viajó a Brasil y luego recibió a Bolsonaro en Buenos Aires. De hecho, uno de los últimos viajes de Macri, el 5 de diciembre, será a encontrarse con su aliado en Porto Alegre, en la Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur.

Mucho antes de que ganara Bolsonaro, Macri había eludido pronunciarse, como sí hicieron otros mandatarios, contra el impeachment a Dilma Rousseff. "Ante los sucesos registrados el día de hoy en Brasil, el Gobierno argentino manifiesta que respeta el proceso institucional verificado en el hermano país y reafirma su voluntad de continuar por el camino de una real y efectiva integración en el marco del absoluto respeto por los derechos humanos, las instituciones democráticas y el derecho internacional", fue en ese momento el comunicado de la Cancillería. Lo paradójico es que, en un primer momento, Macri había buscado tender puentes por Rousseff, había sido su primera visita internacional. Apenas cayó ella, no mostró pruritos en ser el primer país en recibir al canciller de Michel Temer, José Serra, y luego al propio Temer. Lo acompañó, incluso, cuando perdía legitimidad interna y las causas de corrupción lo acechaban.

G20, momento de brillo

Pero los momentos de gloria para Macri fueron, sin dudas, el G20 organizado en Buenos Aires, que paralizó por días la Ciudad, y el acuerdo con la Unión Europea, que por ahora sigue en duda de si se concretará. En el primer caso, Macri se codeó en encuentros de gala con los líderes mundiales en lo que seguramente recuerde como lo mejor de su gobierno. Se permitió, incluso, llorar en el Colón. Ya estaba en plena crisis económica, pero los cocteles con figuras internacionales se insuflaron energía a Macri. Siguió hablando de ese momento perfecto durante meses. Lo intentó usar incluso durante la campaña. Faurie llegó a decir que si a Macri lo votaran afuera de la Argentina, ganaría por paliza. No está claro si se dio cuenta, en ese momento, lo que estaba admitiendo.

El acuerdo del Mercosur con la Unión Europea fue otro momento de lágrimas, pero para Faurie. La política exterior -en especial con el primer mundo- suele sacar las emociones del gabinete de Macri, mucho más que la situación social de la Argentina. Si bien apenas anunciado (y festejado) el preacuerdo empezó a tener problemas, como las objeciones de Francia y el boicot de Bolsonaro, Macri lo siguió defendiendo hasta hace poco: "El acuerdo Mercosur- UE es un desafío para que los argentinos se puedan superar", señaló Macri frente a empresarios cristianos, hace algunos días.

Planes frustrados con EEUU

En verdad, el proyecto internacional de Macri comenzó orientado a lograr tratados de libre comercio con diversos países, pero sobre todo con Estados Unidos. Y por un tiempo su sueño parecía funcionar: recibió al presidente Barack Obama en Buenos Aires, en una visita que lo obligó a esconder su caracter fuertemente refractario a los organismos de derechos humanos. Tuvo que acompañar al presidente estadounidense al Parque de la Memoria, donde Obama hizo un homenaje a los desaparecidos y a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Macri optó en ese caso por referirse a la dictadura como una época de "división de los argentinos".

Pero los planes de Macri, que apostó muy abiertamente a una continuidad demócrata con Hillary Clinton, cambiaron con la llegada de Donald Trump al poder. Hasta allí, venía explorando distintas vías para un TCL, incluído el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. Esa estrategia se vio frustrada con la renovada política proteccionista de Trump, que optó por apoyar a Macri en momentos concretos, mientras en otros se burlaba de su pretensión de venderle limones. Macri termina su mandato sin el tratado que buscó con Estados Unidos y con el de la UE en stand by.