“Crees que huiste de algo, pero en realidad lo llevas contigo todo el tiempo”, dice en un momento, con tono de impensada sabiduría, la chica que huye. Y es una sorpresa: en la huida permanente de este pibe y esta piba, rara vez hay tiempo para aprender, para ser sabios, para cualquier observación que no sea fruto de la urgencia y la desesperación. James y Alyssa están –técnicamente– enamorados y nunca tienen margen para fijar objetivos o sacar conclusiones en la irresistible serie inglesa The End of the F***ing World, una sinfonía adolescente con tono de fuga, ritmo de road movie sangrienta y sensación circular de extravío. A dónde carajos vamos, ésa es la cuestión.

La llegada de una segunda temporada sonó sorpresiva dado lo elocuente del final de la primera, de 2017, con aquella escena de cierre dramática, corriendo en la playa, y el balazo policial que parecía dar cierre definitivo y punk a la aventura de estos Sid y Nancy centennials. Pero no. El impacto balístico no fue letal y el impacto mediático de esta producción original de la TV británica invitó a arriesgar, y acaso forzar, una segunda parte.

Felizmente, la vuelta de la serie mantiene el nivel, al explorar un poco más en estos dos chicos desesperantes y desesperados, y llevar su fuga aún más hacia adelante. Él siempre se sintió un psicópata pero ahora se quedó sin nada y está más vulnerable que nunca. Ella siempre se sintió fuera de todo y esa sensación se vuelve cada vez más arrolladora (y la vuelve a ella cada vez más impredecible). La columna vertebral de la narración en esta secuela terminará por armarse con la adición de una tercera protagonista, Bonnie, decidida a buscar y encontrar a estos (anti)héroes; y a compartir con ellos su propia habilidad para la frustración, la duda, el desastre y la muerte.

 

Para rastrear el origen de The End of the F***ing World hay que saltar al universo de la novela gráfica, en la estética de línea sencilla y austera de los trabajos del creador de la historia, Charles S. Forsman. Sin embargo, la adaptación a serie tiene gran mérito: astutamente, son episodios cortos, de poco más de veinte minutos, que fraccionan la acción y las reflexiones paralelas de Alyssa (Jessica Barden) y James (Alex Lawther) de modo convenientemente rítmico. Y la estética colorida e inocente consigue un contraste sabroso al chocar con el humor negro y la errática capacidad para tomar decisiones de los personajes.

Otro aporte certero lo da la música, que como en la primera temporada incluye composiciones originales de Graham Coxon, el guitar-hero nerd de Blur: su flamante canción She Knows tiene aires de leitmotiv –Alyssa, ella, she, es la que marca el rumbo, es la que knows, la que siempre sabe, aunque nunca sepa– y parece reunir genes de Damon Albarn, martilleos de Jake Bugg y hasta lubricar lazos con aquella You’re so Great del disco Blur.

En el universo de The End of the F***ing World no hay donde ir, pero igual allá vamos: después de todo, volver es casi tan difícil como rajar. Y estos chicos conforman un tipo de equipo que no suena para nada familiar ni remanido en la comparación con otros personajes de su generación en el actual catálogo de series. Ellos convierten en un arte esa sensación –la del meme del Travolta de Pulp Fiction– de sentirse desorientados. Después de todo, los personajes que sí tienen propósitos claros, o más evidentes, en esta serie terminan todavía peor que Alyssa y James.

Aquí los adultos no ayudan prácticamente en nada: ni sus padres, ni tampoco los eventuales docentes, policías y ocasionales desconocidos que se cruzan en la ruta. Unos son peligrosos, otros nada comprensivos y unos cuantos decididamente pelotudos. En ese mundo casi sin referencias, los descarriados protagonistas diecisieteañeros de The End of the F***ing World consiguen, de un modo u otro, desmarcarse de otras series contemporáneas de elenco adolescente.

No son héroes de acción como los de The 100, no son intrépidos convencidos como los de Riverdale, no son realistas y posibles como los de la catalana Merlí, no son melodramáticos y ejemplificadores como los de 13 Reasons Why ni mucho menos son idealistas e inspiradores como los de la alemana Wir sind die Welle (o Somos la ola, otro estreno de Netflix de estos días). En The End of the F***ing World, las cosas no suelen salir bien. Sentar cabeza no camina, casarse no funca, reencontrarse con los viejos termina mal. Si el motor arranca, es porque vas a pinchar la goma o vas a chocar. Y si entonces, mejor, decidís estacionar, es porque viene la grúa y te va a llevar el auto.

El tono de caricatura se vuelve dramático cuando notamos cómo ella va ensuciando, episodio a episodio, su vestido de novia. Y cómo él carga con toda naturalidad un cadáver bajo el brazo y se niega a soltar. No es casual que, en la nueva temporada, tengan que pasar tres episodios y medio para que Alyssa pueda meter su primera sonrisa. Por suerte, el espectador consigue disfrutar desde mucho antes.