DOWNTON ABBEY  6 PUNTOS
(Reino Unido/2019)
Dirección: Michael Engler
Guion: Julian Fellowes
Duración: 122 minutos
Intérpretes: Hugh Bonneville, Michelle Dockery, Maggie Smith, Joanne Froggatt, Kate Phillips e Imelda Staunton.

La industria audiovisual está en una transición donde todo es posible. Cuando cada vez más productores e incluso directores de amplia reputación internacional miran, aun contra su voluntad, a las plataformas de streaming como un terreno perfecto para la explotación comercial de sus trabajos, Downton Abbey hace un camino inverso, yendo de las tablets, notebooks y celulares a la pantalla grande. La serie británica -cuyas cinco temporadas llegaron a la Argentina a través de Netflix y ahora están disponibles en Amazon Prime Video- narraba las vivencias de los Crawley, una familia de la élite inglesa que convivía en la majestuosa abadía del título. Abadía que en realidad es el castillo de Highclere, ubicado a 110 kilómetros de Londres y con una historia plagada de curiosidades, tal como describe el documental de la N roja Secrets of Highclere Castle.

Siempre al comando de la mater familias Violet (Maggie Smith), en esos amplios ambientes de estilo isabelino se desplegaba un relato articulado alrededor de los dramas, romances, secretos e intereses económicos cruzados de esa familia, y el día a día de su numeroso personal doméstico, trazando así un arco dramático atravesado por las relaciones de poder y los cambios sociales y culturales de la segunda década del siglo pasado. Todos esos personajes -no así los temas, dado que aquí el asunto irá por otro lado- entran nuevamente en escena para este film que, como la reciente El camino: una película de Breaking Bad, bien podría tratarse de un capítulo extendido de la serie original, apenas una dosis con sabor a reencuentro pensado desde y para los seguidores de los Crawley.

El director Michael Engler y el guionista Julian Fellowes (el mismo de la serie) han dicho en varias entrevistas que una de las mayores diferencias entre la película y la serie es el presupuesto, algo que se nota desde la larga secuencia inicial. Allí se ve una carta ingresando al vagón postal de un tren con locomotora a vapor detenido en una estación londinense que la cámara registra mediante un plano general. El sobre llega hasta la abadía luego de un viaje por los campos británicos con una noticia que pondrá patas para arriba el tenso equilibrio doméstico: los próximos invitados serán ni más ni menos que el Rey y la Reina, quienes llegarán acompañados por una comitiva tan grande que se necesitaría todo este diario para enumerarla.

El arribo de los primeros asistentes -después de todo, se trata de lo que hoy sería una visita de Estado- muestra el tono de comedia leve, de múltiples enredos y diálogos veloces, que abrazan las algo extensas dos horas de metraje. Ese hecho desata las inevitables rispideces entre un personal doméstico que se siente invadido y un grupo de visitantes acostumbrados a disponer a placer de las manos ajenas, al tiempo que los Crawley, en su micromundo de comidas pantagruélicas y corséts, controlan de cerca los detalles para que la velada salga impecable. Lo que implica deponer las armas lingüísticas, tarea nada sencilla para esos hombres y mujeres que, como buenos ingleses, manejan la ironía filosa como pocos. Será difícil sobre todo para Violet, quien aunque con un peso dramático tirando a nulo sostiene una mirada ácida sobre su entorno. Una acidez que no se ve en el resto una película conciliatoria, discretamente amena y con un aire de cierre digno de lo que todo indica que será la despedida definitiva.