Murió Carlos Ávila, el dueño de la pelota, el que levantó un imperio basado en el fútbol, el hombre que creó una marca todavía vigente y cuando se retiró dijo: "Grondona se quedó con la AFA; Clarín y Torneos, con el fútbol, y yo me fui a casa". Corría junio de 2008 y su poder devenía de lo que él llamaba "los fierros mediáticos". Pero también de las sociedades que tejió durante casi dos décadas y media con Héctor Magnetto, el banquero Raúl Moneta, el fondo texano Hicks, Eduardo Eurnekian, Daniel Hadad, el grupo Vila-Manzano y Telefónica, entre otros. Había perdido la cuenta de los políticos y empresarios con los que se unió e hizo crecer su influencia creciente. La lista la completaba Julio Grondona con quien el 28 de junio de 1985 firmó un contrato por tres meses para televisar el fútbol. Un gol agónico de Ricardo Gareca que clasificó a la selección argentina al Mundial ‘86 le dio el empujón que necesitaba cuando era todavía un desconocido. El producto que tenía en sus manos subió como un commodity gracias a Maradona y al título logrado en México.

Ávila pasó de un programa menor, El deporte y el hombre, a la señal TyC Sports; de alquilar oficinas frente a Tribunales a un comprar un edificio de 6 mil metros cuadrados en San Telmo; de tener una agencia que manejaba la publicidad en la vía pública a decidir cuándo, dónde y cómo se jugaban los partidos; de que los canales lo ignoraran cuando intentaba venderles los derechos de los goles a que los dirigentes de la AFA le rindieran pleitesía. Pero todo ese poder que él intentaba disimular con su perfil relativamente bajo y que lo llevó a codearse con el Papa Juan Pablo II, los ex presidentes Carlos Menem, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner; Joseph Blatter o Richard Handley, Ted Turner o Marcelo Tinelli; empezó a decaer cuando sus propios socios se dieron cuenta de que podían desplazarlo.

El empresario paraguayo contaba como una epopeya su llegada a la Argentina. Hijo único de madre que trabajaba en casas de familia, empezó como cadete en una agencia de publicidad. Le gustaba describir su historia en los orígenes como si fuera un producto de la meritocracia. Aunque llegó a la cima y percibió que ese poder podía escurrírsele de las manos como producto de la misma lógica corporativa y de alianzas empresarias que él mismo había contribuido a establecer. "Hoy es imposible tener un gajo de la pelota porque está todo muy centralizado. El que maneja el fútbol argentino es el Grupo Clarín", contó cuando perdió su lugar central en los medios. Ese espacio lo había compartido en los años de pizza con champagne menemistas con el mismo oligopolio que se lo comió. En una entrevista con este periodista decía, ya cuando no tenía el control del negocio en su poder, que no hablaba "ni con rencor ni con angustia" por su desplazamiento. Tal vez fue porque disfrutó con holgura de los tiempos de bonanza que le tocó vivir. Incluso llegó a decir que en determinados momentos no sabía qué hacer con el dinero que había ganado gracias a los ventajosos contratos que firmó.

Ávila falleció este sábado a los 77 años en el Instituto del Diagnóstico. Era hincha de River, se candidateó a ser su presidente, amaba jugar al golf y viajar por el mundo. El fútbol tuvo un antes y un después con él. Consolidó la sociedad entre el deporte y la TV y la llevó a su punto más alto de rentabilidad empresaria. Aunque los clubes no se beneficiaron de la desprestigiada teoría del derrame y hoy, a casi 35 años del advenimiento de su célebre TyC, todo es igual o peor. Los derechos televisivos son de Turner y Fox, Clarín sigue como actor de peso a través de Cablevisión y la mayoría de las instituciones del fútbol argentino hacen malabares para procurarse el sustento.

[email protected]