El 10 de diciembre de 2019 la abrumadora mayoría de los argentinos va a exhalar un largo suspiro de alivio. Será el fin de cuatro años surrealistas, de permanentes sobresaltos, donde cada dos por tres el alma y los cerebros brincaron por los aires como un reloj despertador estridente que se despanzurra, levanta vuelo y quién sabe dónde termina. Sólo quedaba el estupor y el silencio. Es que el Número Uno del país, el encargado de apaciguar, abarcar y serenar a todos, permanentemente decía lo contrario de lo que hacía y, a su vez, hacía lo opuesto a lo que decía. Hipocresía, caradurismo, doble mensaje y cinismo, era la receta para enloquecernos. Hubo ficciones casi creíbles. Me llené de culpa porque osé sospechar que los pucheritos en el Colón con el G20 fueron también producto del marketing teatral. Me sentí sucio por malpensado. Esos precios también tuvimos que pagar. A psiquiatras y psicoanalistas les llegaban seres desvencijados, zamarreados por unas realidades nuevas, inclementes, desconocidas.

El país transformado en un cottolengo en coctelera.

El hecho de que la Garantía de Última Instancia desafiara evidencias irrefutables de la realidad con tan aparente convicción, desarmaba y sumía a todos en espirales de absurdo y perplejidad.

Ser el Número Uno implica tener espalda para actuar como garantía de última instancia. Lo constataremos con quien lo reemplaza. Un hombre hecho y derecho que se hace cargo de sus responsabilidades, las conoce, las asume y las encara con solvencia. Piensa lo que dice y dice lo que piensa. Al que siempre le interesó la gente, lo apasionó la política y la administración equitativa del bien común. No se encaramó en la política despreciándola y relojeando que eso convenía por el clima de época de ese momento.

Al señor que se va siempre se le adivinó el cholulismo por los apellidos, los poderosos, la rancia nobleza y los imperios colonizadores. Traicionó a su pueblo entregándolo maniatado a las decisiones y arbitrios de la potencia dominante. También se le adivinó su amor por la mentira, las mafias y el despojo desalmado de los más débiles. Sumiso con los de arriba y feroz con los de abajo. Balbuceante, iletrado, el dinero como única meta de la vida.

Nunca nos guió a ningún lado salvo a la miseria y el fracaso.

Sus odios contumaces son resabios de las despiadadas burlas que padeció en el Newman.

Cuatro años en los que se nos burlaban en la cara.

Y muchos argentinos envueltos y confundidos en una maraña reiterada de fábulas, mentiras, promesas y espejismos.

El pasado más retrógrado disfrazado de futuro luminoso.

El 10 de diciembre se escuchará, a lo ancho de todo el país, un largo suspiro de alivio.