Antonio Pezzino (Córdoba, 1921-Montevideo, 2004) fue un artista que a los 24 años viajó a Montevideo para conocer a Joaquín Torres García y, desde ese momento, decidió instalarse en esa ciudad. Además de haber sido un discípulo directo del maestro del arte constructivo rioplatense, fue uno de los pocos artistas argentinos que integró el Taller Torres García (TTG); sin embargo, su trayectoria artística y los desarrollos que realizó en el área del diseño aún permanecen desconocidos para el público de nuestro país.

En estos días se presenta Antonio Pezzino, hacia el origen en la sala de la calle Paraná 1159, del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA), muestra retrospectiva que en el mes de junio se había presentado en el Museo Emilio Caraffa de Córdoba, curada conjuntamente con Tomás Ezequiel Bondone. Este retorno al origen devolvió a Pezzino a la ciudad donde había nacido y donde había asistido a la Academia de Bellas Artes “Dr. José Figueroa Alcorta”. Allí, junto a Luis Ansa y Julián Lapeña, editó la revista El Pibe y manifestó sus primeros síntomas de rebelión contra lo académico.

Antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, su familia se trasladó a Buenos Aires y, tras cumplir el servicio militar, Pezzino decidió acercarse a las raíces americanas. Junto a su amigo Ansa, emprendió un viaje exploratorio a Bolivia, donde lograron establecerse en los refugios de Tiahuanaco destinados a los arqueólogos que habitualmente llegaban de todo el mundo para estudiar las culturas prehispánicas, desocupados en esos días debido al conflicto bélico. Durante seis meses pudieron permanecer dibujando los huacos que los agricultores hallaban enterrados en los campos cercanos y, al regresar a Buenos Aires, encontró en la sala de lectura de la biblioteca del Museo Nacional de Bellas Artes el libro Universalismo Constructivo. En esta obra, la editorial Poseidón acababa de compilar las 500 conferencias que Torres García había dictado desde que volvió de Europa en 1934, en las que proponía volver a mirar las expresiones artísticas de las culturas indoamericanas, no para apreciar sus aspectos folklóricos o formales, sino para comprender que eran parte del ritual cotidiano vinculado a su cosmovisión.

Entusiasmado con la idea de crear un arte que pudiera ser comprendido por todos, en noviembre de 1945 viajó a Montevideo junto a Jorge Brito, otro joven rebelde que buscaba alejarse del acartonamiento académico del arte consagrado. Al llegar, observaron que los alumnos de Torres que no habían sido aceptados por el jurado del Salón Nacional organizaron una “Exposición de Rechazados”, iniciativa que estaba en perfecta sintonía con las ideas que ellos se habían formado de la escena artística porteña. Desde ese día Pezzino sintió que ése era el mejor lugar para desarrollar su carrera artística.

Una vez integrado al TTG, vivió el clima de amistad y los momentos de intercambio que se sucedían entre compañeros, mientras el maestro enseñaba pintura de tema –preferentemente paisaje, urbano y portuario, naturaleza muerta y retrato– y arte constructivo. Con sus amigos compartió una pequeña pieza en un conventillo del puerto –cuya vista quedó pintada por todos ellos–, también trabajó en el taller de Manuel Aguiar y, más tarde, habitó la casa-taller del Cerro (que le prestó Gonzalo Fonseca y que, después de él, también fue de José Gurvich), entorno que a todos ellos les inspiró pinturas de los frigoríficos, el vecindario y los niños de ese barrio obrero.

Si bien no todos los discípulos de Torres García practicaron el arte constructivo, Pezzino abrazó esta línea de trabajo que partía de una estructura regida por la sección áurea que relacionaba las partes con el todo. En esa grilla ortogonal que resultaba, se alojaba un repertorio simbólico que sintetizaba la idea de los objetos: por ejemplo, un pez, una casa, un reloj o un barco. En consecuencia, a través de estos símbolos lograban crear un lenguaje capaz de ser comprendido universalmente, sin imitar la naturaleza ni asentarse sobre una narrativa.

El maestro enseñaba en el momento, de acuerdo a la obra que le presentaba cada alumno, método que estimulaba los avances sobre el trabajo. En este sentido, su fallecimiento, ocurrido el 8 de agosto de 1949, causó una profunda conmoción, aunque fueron encontrando nuevas formas de organización y el TTG mantuvo la continuidad hasta 1962. No obstante, muchos de sus integrantes realizaron viajes de estudios que inspiraron cambios en sus poéticas.

En este sentido, Pezzino viajó a Europa en 1954, junto a sus compañeros Aguiar y Gurvich, para estudiar en los museos de España, Italia y Francia. Si bien tomó apuntes de los maestros del arte occidental que conocía y admiraba –Goya, Sandro Botticelli, Amedeo Modigliani, Robert Delaunay, los impresionistas, los neoimpresionistas, etc.–, fue el contacto con las producciones de las culturas orientales el que reorientó sus trabajos. Incluso, esta nueva dirección se potenció al reencontrarse con su viejo amigo Ansa –en esos días radicado en París–, porque lo acercó a las lecturas de George Gurdjieff.

El contacto con las raíces filosóficas y artísticas de Oriente y con las experiencias del budismo Zen produjo una conmoción en su poética, que dio paso a la espontaneidad de las pinturas gestuales realizadas con tres o cuatro trazos, aunque provenían de un largo trabajo de meditación que, finalmente, guiaba unos rápidos movimientos.

Con las primeras obras sígnicas Pezzino puso a la línea en el centro de sus preocupaciones estéticas, una línea que era el resultado de una acción, y sus modulaciones dependían de la materia pictórica y de la energía aplicada a un gesto que había dejado en suspenso el dominio de la razón. No obstante, simultáneamente esa línea también era vital en sus dibujos, porque desde 1959 Pezzino trabajó cotidianamente para los proyectos de diseño gráfico que realizaba en la Imprenta AS, donde compartía la tarea entre otros con Hermenegildo Sábat. Posteriormente fue diagramador del diario El País de Montevideo, ilustrador de la sección literaria de este periódico, del semanario Marcha y de la revista Tres. En una época de incipiente desarrollo de esta profesión, Pezzino fue un precursor que logró audaces resoluciones técnicas.

Tras el golpe de timón que quebró el período constructivo, promediando la década del 60 la poética de Pezzino ya estaba lanzada hacia un amplio horizonte de cambios, en el que la expresión no reconocía límites ni fronteras y que, progresivamente, iría entremezclando diferentes soluciones que fluctuaban entre una obra figurativa y otra abstracta, entre una de cuño constructivo y otra gestual. Estos cambios pueden apreciarse en la exposición que está acompañada por un libro de reciente edición que sumó a las investigaciones de Bondone y Rossi, una memoria escrita por su amigo Manuel Aguiar y un texto dedicado a la experiencia de trabajo en el área del diseño gráfico, a cargo del diseñador Gustavo Wojciechowski.

* Curadora de la exposición. En el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA), Paraná 1159, de lunes a viernes, de 10 a 20, con entrada libre y gratuita, hasta el 13 de diciembre. El día del cierre se realizará un recorrido a cargo de la curadora y Anna Rank, discípula del artista.