Suena “The Passenger”, en la versión original de Iggy Pop, mientras el ferry atraviesa las aguas cercanas a La Gomera, una de las más pequeñas de las islas Canarias, emplazada a unos quinientos kilómetros de Lanzarote, aquel trozo de archipiélago inmortalizado por Werner Herzog en También los enanos empezaron desde pequeños. Es evidente que hay algo cinematográfico en esa región autónoma del gobierno español, con sus rastros de actividad volcánica diseminados en planicies y montañas. La Gomera –el más reciente largometraje del rumano Corneliu Porumboiu, que tendrá su estreno comercial dentro de diez días, el 26 de diciembre– regresa a esa zona, pero no con la mirada del turista circunstancial sino con la de aquel que intuye que allí, como quien busca un tesoro enterrado, será posible hallar algo que le de sustento a un punto de vista cinematográfico. “I am a passenger and I ride and I ride”, canta Iggy. Y Cristi, un inspector de la policía rumana corrompido por los negocios ilegales, alejado además de sus zonas usuales de influencia, observa las escarpadas laderas que eclipsan la línea del horizonte de la isla. Al descender de la embarcación, un hombre lo recibe y le pide que apague su teléfono celular: la policía local seguramente está escuchando la conversación. Ese breve diálogo, que pasa por alto el rumano o el español –los idiomas nativos de los personajes– y pasa a la lengua franca del inglés, muestra de manera incipiente la filiación de la película con ciertas tradiciones del cine policial, en particular con aquella que los franceses bautizaron como film noir. Habrá una trama criminal, desde luego, traiciones y vueltas de tuerca y otra ronda de puñaladas en la espalda. También una femme fatale llamada, de manera apropiada, lógica, Gilda. Y, finalmente, un idioma extraño, nacido y criado en La Gomera, que Cristi deberá aprender si desea sortear los peligros que lo acechan y sobrevivir. Un idioma llamado “silbo” que los habitantes del lugar vienen practicando desde tiempos inmemoriales durante el pastoreo, utilizando el eco de las piedras para comunicarse a miles de metros de distancia, de poblado en poblado, disponiendo la boca, los labios, la lengua, el dedo índice o medio de una mano y la palma de la otra de una manera única. “Sabés silbar, ¿no es cierto?”, le decía hace más de setenta años Lauren Bacall a Humphrey Bogart en Tener y no tener. Pero Cristi deberá hacer algo más que juntar los labios y soplar: dominar el silbo gomero no es cosa sencilla.

“Creo que es la película que más se diferencia del resto de mi filmografía, absolutamente”, afirma Corneliu Porumboiu en comunicación exclusiva con Radar desde su hogar en Bucarest. Es lo mismo que se viene diciendo, con variaciones, desde que La Gomera tuvo su estreno mundial el pasado mes de mayo en el Festival de Cannes. Más de una reseña destacó la sorpresa de encontrarse con una película firmemente afincada en un género cinematográfico popular hace muchas décadas. Desde luego, viniendo de quien viene –el director de Bucarest 12:08 , El tesoro y Policía, adjetivo –, uno de los más importantes realizadores del así llamado Nuevo Cine Rumano, lo frontal y directo siempre le termina cediendo el trono a lo ligeramente excéntrico. Y lo esperable, aquello que se supone es conocido al detalle, el lugar común, termina invisibilizado por completo, reemplazado por una lógica narrativa diferente. “Creo que esa idea, que La Gomera es diferente a mis otras películas, se debe en parte a la estructura del guion y al hecho de trabajar un género cinematográfico”, continúa Porumboiu. “Pero también es cierto en términos de presupuesto: no sólo se trata del largometraje de mayor escala en mi filmografía sino que su costo total iguala al del resto de todas mis películas sumadas. A pesar de ello, supongo que hay puntos de contacto con otros títulos, como El tesoro. Siempre me interesó y me gustó el policial, el noir. Incluso cuando veo películas que no me terminan de convencer el interés nunca deja de estar presente. Podría citar muchos títulos que pudieron tener una mayor o menor influencia, como La conversación, de Francis Ford Coppola, o Blow Up, de Brian De Palma; también clásicos como La ventana indiscreta, El tercer hombre o La noche del cazador. Cuando estaba escribiendo el guion, el concepto central giraba alrededor del hecho de que los personajes ya no creen en el uso del lenguaje y están todo el tiempo traicionando al resto. Usan el lenguaje para tener una ventaja sobre los demás. Con ese punto de origen me puse como meta revisitar el film noir clásico. El género en sí mismo me generó el deseo de regresar a esos universos y volví a visitar películas que hacía mucho tiempo no veía, como Pacto de sangre, El halcón maltés, Gilda o Al borde del abismo”.

Silbo, sustantivo

“La primera vez que escuché algo referido al silbo fue hace unos diez años, en un reportaje televisivo que vi en Francia, mientras estaba de vacaciones”, detalla Porumboiu, para quien el uso de las palabras (habladas o silbadas, da lo mismo) encarnan en uno de los temas recurrentes de toda su filmografía. Se habla para comprender, pero también para confundir. A veces, incluso, para intentar desentrañar algún intríngulis semántico. ¿O acaso la extensa discusión entre policías, en Policía, adjetivo, acerca del uso de palabras como “ley”, “consciencia” y “moral” no está a la altura de alguna disquisición entre lingüistas? “El silbo me resultó atractivo enseguida; diría incluso que fue algo que me fascinó. Es algo primitivo pero, al mismo tiempo, muy poético y divertido. Comencé a investigar y a leer cosas al respecto y, luego de dirigir Cae la noche en Bucarest, el tema volvió a darme vueltas. Es un lenguaje en peligro de extinción y desde que fue transformado por la Unesco, en 1999, en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad lo enseñan en las escuelas de la isla. Lo interesante a la hora de pensar en la historia de la película fue que, si bien el silbo transforma originalmente palabras del español, en realidad se puede utilizar para ‘traducir’ muchos idiomas. Básicamente, trabaja con dos vocales y cuatro consonantes y si uno practica mucho creo que se puede usar en cualquier lugar del mundo. Tiene que ver con ciertas melodías. De hecho, hay otros lugares donde la gente se comunicaba con silbidos, aunque se desconoce el origen puntual y la posible relación entre uno y otro. Hay un pueblo en Grecia, uno en Turquía, otro en los Pirineos. Alguna comunidad en México. Siempre relacioné esas formas de comunicación con algo previo a la invención de los idiomas”. En algún punto, el silbo no es otra cosa que un mcguffin, una excusa narrativa que La gomera utiliza para que su trama avance. En el corazón de la historia, el maldito policía Cristi es obligado a viajar a La Gomera para aprender el silbo y sacar de la cárcel a otro hombre, implicado como él en un esquema de narcotráfico de alcance internacional. Gilda también forma parte del equipo y es ella, en el primero de una serie de flashbacks, quien utiliza el lenguaje y su propio cuerpo para confundir a aquellos que los están investigando: se dicen y se hacen cosas delante de las cámaras de seguridad y de los micrófonos ocultos para que los otros, los espectadores dentro de la ficción, imaginen cosas que no son ciertas.

“Supongo que todas mis películas son, de alguna manera, comedias. Al menos, el toque cómico siempre está presente. A veces es más ligero o más absurdo o más oscuro, pero todas tienen algo de eso”. Porumboiu tiene razón. En El tesoro , la búsqueda de un arcón lleno de riquezas, supuestamente enterradas por los comunistas, se transformaba en una solapada comedia de costumbres, donde lo rancio y lo patético adquirían ribetes absurdos. En Cae la noche en Bucarest un complejo estudio médico se imponía como gag recurrente en otro film autorreflexivo plagado de palabras, en el cual el plano-secuencia en sí mismo se transformaba en una forma de lenguaje. En su ópera prima Bucarest 12:08, la más caricaturesca de todas sus películas, el uso de las palabras en un programa de televisión, durante las horas que desembocaron en la caída de Nicolae Ceaușescu, terminaban por dibujar la silueta del grotesco. En La Gomera el humor está agazapado, a la espera de ser descubierto por el espectador, abrazado al desarrollo del drama personal de Cristi, interpretado por el actor Vlad Ivanov, una presencia importante en el cine rumano que aquí colabora con Porumboiu por segunda vez: en Policía, adjetivo también interpretaba a un miembro de la fuerza policial, aunque con una intachable conducta ética. “El personaje interpretado por Vlad en aquella película estuvo presente en mi cabeza durante todo este tiempo”, afirma Porumboiu sin dudarlo. ¿Se trata del mismo personaje, aunque tengan nombres diferentes? ¿Un alter ego, tal vez? “Siempre imaginé que el tipo, con esa forma de pensar muy ética y siguiendo las reglas, podía en algún momento dar un giro total. Cuando comencé a pensar en La Gomera me preguntaba qué podía pasar con ese personaje diez años después de Policía, adjetivo. No es el mismo personaje en un sentido estricto, pero perfectamente podría serlo. Alguien que ha dejado de creer en todo aquello en lo que creía en el pasado”. Como en muchos film noirs clásicos, la delgada línea que divide el bien del mal se ha hecho demasiado fina y para Cristi –investigado por su propia jefa en la fuerza– no hay posibilidad de volver atrás.

Una historia en espiral

“La historia de la película en sí misma es muy sencilla: un tipo viaja a una isla y aprende un lenguaje nuevo que, al final del día, se transforma en algo esencial para él. Con esa estructura de base comencé a pensar en la división en capítulos y a jugar con los diferentes tiempos”. Lo alambicado de La Gomera, a diferencia del trabalenguas narrativo de películas como Al borde del abismo, no es la historia en sí misma sino su estructura espiralada de flashbacks y regresos al presente, la cual le permite a Porumboiu jugar con el estado presente de los personajes y divertirse con la imagen de un rompecabezas que va armándose de a poco. El realizador afirma, además, que esa estructura fue variando durante la escritura del guion, una primerísima vez en su filmografía: la cronología y temporalidad lineales habían sido hasta ahora una marca de estilo clara en su obra, a tal punto que varias de sus películas transcurren en lapsos reducidos, de apenas algunas horas o días. Rodada en su Rumania natal y, desde luego, en la isla que le da nombre al film, el reparto de La Gomera se completa con la actriz ítalo-rumana Catrinel Marlon (perfecta en su rol de Gilda, bomba sexual y víctima ideal) y, entre los actores españoles, se destaca la participación del director Agustí Villaronga, responsable de esa película mítica llamada Tras el cristal y la más reciente Pan negro. “Era muy importante que ese papel tuviera algo crudo y, al mismo tiempo, aristocrático. Y Agustí era perfecto para eso”. Usualmente acostumbrado a moverse con presupuestos más reducidos, Porumboiu confió en la posibilidad de la coproducción para conseguir el dinero necesario para financiar su última película. Un riesgo relativo, ya que logró rodearse de financistas ligados a un concepto de cine autoral, sin presiones comerciales ni restricciones creativas a cambio de euros. Entre otros, la compañía alemana Komplizen, codirigida por la realizadora Maren Ade, quien para rodar su última película, Toni Erdmann, en Rumania pidió ayuda logística de Porumboiu. “Creo que la coproducción es un camino interesante para lograr tener un presupuesto acorde a lo que se desea hacer. Diría que es casi la única manera. Con Maren Ade somos amigos. Por supuesto, cuando vino a rodar en Rumania Toni Erdmann me envió el guion y me hizo consultas respecto de ciertas cuestiones de la sociedad rumana. Por mi lado, le envié uno de los borradores del guion y conversamos sobre algunos temas. Supongo que si alguna vez tengo un proyecto para filmar en Alemania le consultaría a ella, sin dudarlo. Y si tuviera algo para filmar en Argentina lo llamaría a Lisandro Alonso. Es bueno poder hablar con gente a la que uno respeta y con la cual se tienen afinidades creativas”.