Primeras medidas, las que salieron como por un tubo el primer día: suspensión de los fondos reservados para los espías, protocolo para la interrupción legal del embarazo, reposición de la paritaria nacional docente, anulación del aumento del 25 por ciento de la electricidad en el distrito bonaerense y recepción de Evo Morales como refugiado político. No son las más importantes que habrá, pero dan el primer perfil de la gestión Fernández. El país respira como el ahogado que resurge a la superficie. El lenguaje, los primeros gestos, crean la atmósfera, son el nuevo oxígeno que reaviva cuando ya no se aguantaba más.

La frase en el Congreso de que no se permitirá a nadie que mate por la espalda se opone al disparo de Chocobar contra el ladrón herido en el suelo. La solidaridad con los más vulnerables confronta a la hipocresía del discurso meritocrático. La defensa del trabajo cuestiona a la cantilena insidiosa contra la vagancia popular. La recuperación de las riquezas propias se rebela contra el servilismo y la resignación de la entrega permanente.

Una sociedad enfermada

Son conceptos sanadores para una sociedad enfermada. Una sociedad es un tejido. Lo que enferma destruye esa trama y lo que sana, la reconstituye. El discurso que ha sido hegemónico estos cuatro años era enfermante, buscaba fragmentar porque un entramado social fuerte es más difícil de doblegar en función de intereses y privilegios para las elites.

Es un discurso que enferma porque produce pequeñas rupturas en los vínculos, disocia, distancia a las personas que comparten la Nación, un barrio, el planeta. Y esa pequeñas rupturas se suman y crean un individuo que también se desestructura, se enferma con esos muñones que antes eran vínculos, brazos que abrazaban.

El suspiro de alivio de la mayoría de los argentinos se tiene que haber visualizado hasta en los mapas. Y el alivio llegó también para muchos macristas y radicales que habían sido ganados por esa narrativa alienante que los arrastraba en contra de su naturaleza y de sus intereses. Pero hubo un sector que reaccionó con resentimiento y solamente pudo instalarse en el insulto y la mentira inoculadas por el ímpetu fragmentador que deriva necesariamente hacia la violencia.

Los fines de los medios

Los medios hegemónicos le dieron menos importancia a los anuncios, a la alegría y masividad de los festejos, a la nueva semiótica, y fijaron su atención en las reacciones de Cristina Kirchner, en la influencia de La Cámpora, en las disputas en el PJ, en la suciedad que quedó en la Plaza, o en las caídas de la Bolsa, que en realidad se produjeron en todo el mundo y ayer se recuperaron.

Empieza a haber espacios que antes no existían en esos medios para publicar o difundir los problemas de la pobreza y la carestía de la vida. En pocos días más convertirán a Alberto Fernández en responsable de ese drama que dejó el macrismo y al que trataron de ocultar con tanto empeño en estos cuatro años.

En otras épocas, los medios hegemónicos trataban de blanquearse después de apoyar a gobiernos nefastos, entre ellos las dictaduras. Esta vez son conscientes del poder que acumularon con el esquema de concentración que prevaleció en este tiempo y no se ha producido el más mínimo indicio de que ahora fueran a cambiar.

Los medios hegemónicos han justificado el ”periodismo de guerra” contra los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner por el maltrato que ellos consideraban que habían soportado.

El presidente ha enviado señales desde antes de asumir de que mantendría relaciones diferentes con los medios hegemónicos. Asistió a todos los programas que lo invitaron y trató de mantener la ecuanimidad ante las mentiras y las distorsiones, las alusiones personales humillantes, las mentiras presentadas como verdades indiscutibles y en general de las iniquidades del sentido común que emanó de esa práctica mediática.

En contrapartida no hubo el más mínimo indicio de que fueran a cambiar esa postura de “periodismo de guerra”. Alberto Fernández denunció en su discurso de asunción el lawfare sostenido también por una pata mediática, además de la judicial y la de los servicios de inteligencia. Así como anunció el fin de los fondos reservados de la agencia de espionaje, también informó que “no habrá pauta del Estado para financiar programas individuales de periodistas”. Los que dejarán de recibir ese dinero fueron fácilmente identificables por la forma como reaccionaron.

Espías y mercenarios

Desde cierta cultura política, puede verse a esos anuncios sobre cesar el financiamiento de periodistas como un rasgo de hipocresía o de inocencia. Igual que con la suspensión de los fondos reservados a los espías. La tradición es que los gobiernos tiendan a negociar con los espías y con los mercenarios del periodismo.

Es lo más fácil. Aunque esa práctica enturbia y degrada lo político, la información y las instituciones, se ha tomado como un mal necesario. La política tradicional la concibe como una especie de catacumba necesaria de la democracia. Por eso puede ser visto como inocencia desprenderse de esa herramienta cuando el adversario no muestra señales de jugar con la misma limpieza. Y en el caso de los gobiernos populares, ese adversario es el que tiene acceso a los servicios de inteligencia y al control de los medios concentrados.

Un problema fundamental del gobierno de Alberto Fernández es la necesidad de gobernabilidad para afrontar el desastre económico y social. Es una tarea monumental que se puede frustrar si no logra gobernabilidad, estabilidad y sostén durante un tiempo crítico, hasta que vuelvan a moverse los engranajes del sistema productivo.

Sin embargo, no hay forma de negociar ni con los medios concentrados, que a esta altura del proceso económico están entre las principales empresas del país y sin ninguna duda constituyen un poder fáctico desequilibrante del juego democrático, ni con los servicios de espionaje, que siempre han conspirado contra los gobiernos populares, como quedó expuesto en las crisis sucesivas que tuvieron los gobiernos kirchneristas con el mandamás de los espías de ese entonces, Jaime Stiuso.

Son organismos que tienen vida propia a partir de esos fondos reservados y otras actividades económicas encubiertas que sirven para pagar salarios a agentes variados, entre los que se incluyen funcionarios judiciales y periodistas.

La necesidad del pluralismo

Tendría que existir un sistema público que garantice la pluralidad de voces en la actividad informativa. A los medios que se inscriben en una línea editorial que va a contrapelo del sentido común y de la agenda que instalan en gran medida los medios hegemónicos les resulta muy difícil conseguir publicidad privada, lo cual conspira contra el pluralismo.

Por otra parte, la publicidad estatal no tendría que depender de los gobiernos de turno. Y tampoco existe una normativa para regular los medios electrónicos que han tomado una importancia decisiva en la construcción de subjetividad, usados cada vez más como fuente de información por los más jóvenes.

Las dos anuncios de Alberto Fernández en su discurso de asunción sobre acabar con financiamientos turbios no terminan de ser valorados en toda su dimensión por propios y ajenos como un acto de valentía y fortalecimiento institucional. Porque se trata de un mandatario que afronta una crisis económica que no ha estallado en protestas sociales solamente por la expectativa de cambio que provocó la campaña electoral y su llegada junto a Cristina Kirchner.

Esa expectativa es el hilo finito que impidió el incendio. Y se mantendrá en la medida en que la expectativa comience a resolverse, aunque sea lentamente. Pero en ese tiempo, lo que menos necesita es pelearse con esos periodistas y con los espías.

Por eso las decisiones de cortar el financiamiento revelan convicción democrática. Son el equivalente de la famosa frase de Néstor Kirchner cuando dijo que no iba a dejar los principios en la puerta de la Casa Rosada. Deberá soportar las críticas que le lloverán desde esos periodistas y las conspiraciones de los espías, muchas veces en conjunción.