General Villegas tiene hoy más o menos la misma población que tenía hace cincuenta años, cuando Manuel Puig lo retrató en sus novelas La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969). Pero si en aquella época alguien nombraba a Puig en su ciudad natal, era para decir: “Ese puto mentiroso”. Hoy, en cambio, a la entrada de Villegas hay un gran cartel con una hermosa foto suya y una leyenda que dice “La ciudad del escritor Manuel Puig”. Más significativo aun: hasta mediados de los años 80, en la Biblioteca de Villegas no había un solo ejemplar de La traición ni de Boquitas, hasta que empezó a ocurrir una silenciosa e impresionante movida: una mujer (la bibliotecaria de la ciudad) empezó a dar talleres de lectura sobre esas dos novelas en las escuelas, y poco a poco, año tras año, sucesivas generaciones de jóvenes de Villegas empezaron a leer a Manuel Puig.

Esa mujer se llama Patricia Bargero y supimos de ella por el excelente documental Regreso a Coronel Vallejos. Carlos Castro, el director del documental, nació y se crió en Villegas. Como Patricia, oyó desde chico lo que se decía en voz baja sobre Puig, pero también vio desde chico a Patricia Bargero pasar en su silla de ruedas a motor rumbo a la biblioteca o a dar un taller sobre Puig en alguna de las escuelas de la ciudad. Patricia Bargero quedó cuadripléjica en un accidente que tuvo, muy jovencita, pocos días antes de casarse: volvía a Villegas manejando el auto de su padre, traía el vestido de novia en el asiento de atrás, el auto volcó. En algún momento de su lenta recuperación leyó por primera vez a Puig y sintió que esos libros le hablaban de tal manera, que podría decirse que ha dedicado su vida a ellos (“La identificación con sus historias y personajes fue total, empecé a hurgar en su vida, a buscarme adentro de las novelas, terminé viviendo en una de las casas donde vivió, dando talleres de lectura de sus novelas por las escuelas y escribiendo un libro interminable sobre él”). Como le pasó al resto de los villeguenses, Patricia Bargero no pudo leer esas dos novelas de Puig como si fueran ficción; para ella eran pura realidad. Pero en lugar de escandalizarse, vio en ambos libros un espejo y una herramienta para entender y entenderse.

El problema de Villegas con Puig no fue por el modo en que retrató, en Boquitas pintadas, a Danilo Caravera, un joven que era una leyenda por su despampanante apostura, su gentileza y cordialidad, y su despiadada y prematura muerte, de tuberculosis. Al tocar a Danilo, decían en Villegas, Puig había manchado al pueblo y a su gente. La verdad de la milanesa es, en realidad, la imagen de sociedad libertina e inmoral que daba Puig de Villegas. “Acá hay muchos cuernos y todos hablan de eso. Pero ¿escribir un libro? No, eso no se hace”: ése fue el veredicto. Lo que sorprendió a Patricia Bargero fue que Villegas se escandalizara por eso e hiciera la vista gorda, en cambio, a lo que Puig denunciaba de verdad en sus novelas: la violencia silenciosa practicada contra niños y mujeres, en especial de clase baja.

Puig rechazó desde chico el mundo masculino por la carga de violencia que tenía: “En el colegio primario descubrí los primeros brotes de una violencia que nunca entendí ni dejé de odiar. Esa sistemática humillación de todo lo que fuera débil o sensible me aterró siempre. El problema de defenderse fue una fuente de angustia para mí, porque yo rechacé siempre la fuerza, el prestigio que tenía la fuerza en mi pueblo”. Esa autoexclusión lo volvió muy observador: un chico molesto, que veía toda la cadena de la violencia, que sabía entender ese silencio de las víctimas, porque de eso no se hablaba. Que Puig haya elegido voces de mujeres y de niños para contar la historia no es casual, ni inocente. Su genio consiste en eso: todo ocurre camuflado en sus novelas, debajo de la aparente banalidad y simpleza de lo que dicen sus personajes.

En suma: Puig, el puto mentiroso, el frívolo chimentero, el superficial sin remedio, como lectura indispensable, e invalorable, para quienes viven en Villegas. Patricia Bargero lleva años transmitiendo esto, porque en cierto sentido Puig ha dictado su vida: además de sus talleres sobre él en las escuelas, Patricia participó activamente en la investigación que sacó a la luz los ocho desaparecidos que hubo en Villegas durante la dictadura, y desde hace años mantiene una incansable labor feminista, para que las cosas cambien en Villegas.

Porque está bueno ese cartel en la ruta que dice “La ciudad del escritor Manuel Puig”, pero no alcanza con eso. Los memoriosos quizá recuerden un video que hace años circuló como una plaga, primero por General Villegas y después por todo el país: tres adultos abusando de una menor. Lo que no se supo es que, cuando estalló la cosa, amigos y familiares de los victimarios convocaron a una marcha por las calles de Villegas. ¿Cuánta gente podía asistir a una marcha en favor de tres abusadores? Las imágenes de archivo del noticiero local muestran una apretada aglomeración de más de una cuadra. Lo más tremendo es que hay más mujeres que hombres en la marcha y la encabeza la pareja de uno de los abusadores. La escena podría perfectamente figurar en una novela de Puig, contada a través de las voces de distintas mujeres y niños que ven la escena desde la calle o en el noticiero, por la televisión.

 

La relación de Patricia Bargero con Puig se manifiesta también en el terreno más profundamente literario: aquella idea de Stendhal, de que el autor va construyendo con sus libros a su futuro lector, a su lector ideal. No hay fanático de Puig en el mundo que no haya peregrinado a Villegas para hablar con Patricia Bargero y todos ellos esperamos con igual ilusión el libro que ella lleva años escribiendo, un libro en forma de cartas, que trata de abarcar todas las facetas de su relación con Puig. Mientras tanto, cuando le preguntan cómo interpreta ella misma ese vínculo, prefiere despojarlo de toda resonancia épica: “Si se sigue creyendo que él era un resentido, se me puede considerar a mí también una resentida que mira desde su silla de ruedas a los bípedos que siguen viviendo su vida felices. Quienes prefieran el lado melodramático pueden verme como la pobre tullida tratando de hacerse un espacio en este pueblo donde todos son siempre los mismos desde tiempo inmemorial. Y a quien le guste lo rimbombante puede decir que le debo mi feminismo y mi conciencia social a Puig. Lo único que yo sé es que solamente reconociendo cuánto hay de sus libros en nosotros podremos comprendernos y transformar el Villegas que habitamos y que yo sigo eligiendo para vivir porque es el lugar donde puedo trabajar, puedo soñar y puedo además reírme mucho de mí misma”.