Las siete potentes obras/instalaciones que se exhiben en las salas de la Fundación Proa generan efectos que van de lo misterioso a lo sorprendente e inquietante. Son estados que atraviesan los visitantes por efecto de la realización, los materiales, el trabajo sobre las superficies, el uso del color y el movimiento, entre otras causas.

Anish Kapoor (que nació en Bombay en 1954 y vive y trabaja en Londres), es uno de los artistas contemporáneos más reconocidos internacionalmente. En 1990 representó a Gran Bretaña en la 44ª Bienal de Venecia (1990). Fue distinguido con premios muy prestigiosos, para nombrar solo el primero y el último: el Premio Turner en 1991 y el Premio Génesis en 2017. Presentó su obra en varios de los principales museos y bienales del mundo. En 2017 vino a Buenos Aires para su exposición Desierto, en el Parque de la Memoria. Kapoor es un activista del arte y la política.

Sus obras modifican la relación entre lo que percibimos, lo que parece y lo que es; entre el cuerpo y el entorno, entre una cosa y su contexto inmediato. Formalmente trabaja sobre la relación interno/externo, liviano/pesado, duro/blando, movimiento/quietud, lleno/vacío, adición/sustracción, volumen/plano, presencia/ausencia.

En Kapoor, lo binario no supone un polo “negativo”. En todo lo positivo/negativo suponen la trama y su revés, que no resulta peyorativo sino descriptivo, como podría postularse, por ejemplo, entre lo cóncavo y lo convexo.

El color también juega un papel clave. Y todo ese acabado perfecto sobre las formas, los materiales, las superficies y los colores, a su vez pone en juego conceptos como el vacío, el rito, la violencia, la transformación. Su obra atraviesa varios campos y géneros artísticos y también la arquitectura.

La muestra que presenta en la Fundación Proa lleva por título “Surge”, cuenta con la curaduría de Marcello Dantas, e incluye obras que van de 1992 a 2019.

En la entrevista incluida en el catálogo, realizada por el curador, Kapoor da cuenta de su posición estética: “No me importa lo que sé, ni creo que interese. Me importa lo que no sé. El trabajo del artista, creo, es ser intrépido, aventurero, ir a un espacio desconocido”. Ese camino hacia el no saber es el salto que el espectador detecta de inmediato, porque es su tema: cómo y qué se percibe. A veces el efecto se produce por el uso que hace del color. Sobre este punto, el artista explica en la entrevista que “el pigmento es tanto un material como un no material. Está obviamente conectado con la tierra. Es físico y, al mismo tiempo, no puedes evitar mirar el color con algo de ensueño”… “Un día, trabajando en el estudio, me encontré con la idea del objeto ahuecado y, por alguna razón que no puedo recordar, lo pinté de un azul muy oscuro. Sucedió algo extraño: se llenó. No era un objeto vacío, era un objeto colmado. ¿Cómo es posible? El color juega un papel fundamental y perceptivo en la comprensión de un problema filosófico como es el del horror al vacío: lo llenamos de inmediato”.

Las dos obras de un azul profundo que presenta en esta muestra son Dragón (1992) y El origen del mundo (2004-2019). La primera, en la sala 1, consiste en un conjunto de siete enormes piedras tomadas del lecho de un río en China, que el artista pintó con un pigmento intenso. El efecto que logra es que la piedras parecen tener una superficie aterciopelada y al mismo tiempo lucir livianas. El color genera un efecto de transformación y levedad.

La segunda obra, en la sala 4, es una estructura que ofrece un plano inclinado al tope del cual hay una cavidad ovalada que da la sensación contradictoria de estar llena y vacía. ¿Es una superficie o un hueco? El título no parece inocente, y podría jugar con el célebre cuadro homónimo de 1866 Gustav Courbet (que entre sus propietarios tuvo a Jacques Lacan). La relación femenino/masculino está muy presente en la poética de Kapoor y en varias obras de esta exposición.

Si seguimos por la secuencia organizativa del color, hay que hablar del rojo. El artista dice que “hay dos materiales rituales y solo dos. La tierra y la sangre. Y están profundamente conectados entre sí”.

La primera obra roja de la muestra es la enorme instalación Svayambhu (2007, del sánscrito, “autocreado”), en la sala 2, que consiste en un gigantesco bloque escultórico recubierto de una cera color rojo sangre, montado sobre un riel, que se desplaza muy lentamente y a presión, de un modo casi imperceptible, entre dos hileras de columnas, de modo que el bloque, en su movimiento y su paso apretado, está sometido a un continuo ajuste de sus límites y en estado de transformación permanente. Es una obra de una enorme violencia contenida, por la misma idea de la autogeneración. A su paso, lento y sin pausa, el bloque va dejando residuos de cera y manchas rojas sobre las columnas.

La segunda obra donde el rojo ejerce un fuerte (y literal) impacto es Shooting into the Corner II (2008, Disparando en la esquina II) compuesta de un cañón y cera, en la sala 3. Cada hora, una performer carga y dispara el cañón, en evidente alusión a lo masculino y femenino y también a la guerra. La violencia de ambas obras rojas funciona de un modo diferente en cada contexto. En América latina, estas obras resuenan de un modo particular, en relación con las repercusiones semánticas del título de la exposición. Lo que “Surge” convoca a lo urge, y lo urgente a lo insurgente.

Por otra parte y para seguir en la senda del rojo, el pigmento que utiliza Kapoor combinado con su país de origen, hacen pensar en algunas lecturas de autores indios y de escritores viajeros. Cuentan que en muchas ciudades, como en Delhi, pero podría ser casi en cualquier otra ciudad india, está extendida la costumbre de mascar la hoja y la nuez de betel (del mismo modo que en el Norte argentino y en toda la región del altiplano se hace con las hojas de coca). Por efecto de la mezcla de esa hoja y esos frutos, en relación con la saliva, los pisos, las calles y veredas, y mucha veces también las paredes, exhiben manchas y salpicaduras rojas (en distintos grados, cuanto más antiguas, más ennegrecidas) como resultado de los escupitajos con betel. Un conjunto de miles de pequeños estallidos tapizan las ciudades por la contribución de sus habitantes. Costumbres ancestrales que a cada paso acumulan pigmento en capas urbanas y castas humanas.

Las obras de acero espejado son también dos: Double Vertigo (2012), en la sala 3 y No object (2008), en la sala 4, cuyas perfectas realizaciones, tamaños, volúmenes y potencias, producen un efecto de parque temático/filosófico, entre el juego de las apariencias, el mareo y la puesta en cuestión de nuestro lugar en el contexto.

Finalmente, la obra Cuando estoy gestando (1992) se trata de una forma que entre lo escultórico y arquitectónico emerge preñando la pared y, de acuerdo con la posición, el movimiento y la distancia relativa del que mira, aparece o desaparece.

* En la Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, de martes a domingo, de 11 a 19 (lunes, cerrado), hasta marzo de 2020. Entrada $100. Los martes, estudiantes y docentes, gratis.