El Luna Park tambaleó en el primer round. Poco menos de tres minutos le alcanzaron a Wos para que su público pidiera tregua. Salió al escenario con ese cross a la mandíbula que es “Luz delito” -un rap furibundo montado sobre el riff ricotero- y escupiendo versos con tanta fuerza que apenas podían distinguirse: Preguntan quién llegó, el motherfucker / El que aguanta los trapos con las manos rotas / El que descoca, llega y te emboca. Lleva y va a buscar, porque sabés cómo es la nota." Fueron tres minutos en los que estuvo cantando y saltando con las rodillas por el pecho, como si arriba del escenario la ley de gravedad se hubiese vuelto una presencia dócil. Apenas terminó, se abrió un espacio entre el público para que pudieran alejarse hacia los costados algunos pibes y pibas con la presión baja. “Guacho, esta es una noche para cuidarnos entre todos", dijo Wos mientras repartía botellas de agua para todos lados. "Recién arranca la caravana, y vamos a pasar por paisajes muy distintos”.

Esa invitación al abismo dejaba en claro que el rapero más famoso del país tiene la intención de abrir cada vez más el abanico. En la noche del jueves, durante las casi dos horas que duró su segundo recital en el Luna Park -cuyas ocho mil entradas se agotaron en cuestión de horas, al igual que el del miércoles-, Wos se convirtió en un catalizador de universos (no tan) lejanos. Rimas filosas y de alto calibre, la potencia de una banda que tiene mucho más de grunge y de jazz que de sintetizadores, freestyle al palo, guiños rockeros por todos lados, beat box, sonidos tribales a cargo de La Bomba del Tiempo -comandada por su padre, Alejandro Oliva-, trap camuflado de balada y una fuerte impronta política que se iría apoderando del estadio. Todo ese cóctel agitado por un pibe de 21 años que se contorsionaba arriba del escenario y lo recorría de lado a lado vestido apenas con un short deportivo y una camisa de pinceladas multicolores.

“Si tienen un demonio adentro, loco, hagan canciones, vayan a jugar al fútbol, salgan a bailar, escriban un cuento. Siempre es mejor que esté afuera. Adentro se hace más grande”, dijo Wos antes de seguir con “Okupa”, otra de las siete canciones que conforman Caravana, su único disco, lanzado a mediados de este año. Luego vendrían “Terraza” -un rap psicodélico en el que canta "Ya no sé muy bien lo que me pasa / Encontré la llave y me olvidé donde es mi casa / Creo que hace tiempo vivo en una carcasa / Vamos a quemar a la terraza"- y un bloque junto a la banda Banzai FC . “Están pasando cosas muy oscuras que pensamos que no iban a volver a pasar en la región. Fuerza al pueblo de Chile, de Bolivia”, dijo Wos antes de emprender “Protocolo”, cuando detrás del escenario, en una pantalla gigante que se desplegaba desde un extremo al otro, se repetían imágenes de dictadores latinoamericanos y ex presidentes como Mauricio Macri. “Lo bardeamos tanto al gato que se fue de La Rosada”, cerró ovacionado y con su público cantando “Alberto presidente”.

Promediaba el recital y Wos ya mostraba las habilidades de un experimentado anfitrión de estadios. Cabía preguntarse cómo había alcanzado ese manejo del público con apenas un puñado de simples -de los que aparecieron la peleadora “Andrómeda” y “Animal”-, un disco -del que relucieron “Pantano” y la frenética “No va a bajar” junto a un quinteto de vientos- y poco más de diez recitales sobre sus espaldas. Quizás no resultaba tan extraño sabiendo que sobre el escenario del Luna Park, en 2017, Wos se había coronado campeón nacional de la Batalla de los Gallos, que en 2018 consiguió el campeonato internacional venciendo al mexicano ACZINO, que a los trece años rapeaba en los escalones del Parque Rivadavia contra pibes que casi lo doblaban en edad. En ese cruce entre las canciones y las batallas parecía comprenderse su rol incorporado de maestro de ceremonias. Un cruce que hace poco entró en cortocircuito.

En noviembre pasado, después de perder en los octavos de la Red Bull Batalla de los Gallos Internacional, Wos anunció su retiro: “Si vuelvo a las batallas, solo va a ser para presentar mis canciones”. No había espacio para los dos y en el Luna Park pareció condensarse su nuevo rumbo. La llegada del rapero Acru al escenario fue para intercambiar inteligentes versos sin veneno que dejaban el sabor de una despedida afectuosa. Luego Wos invitó al trapero Ca7riel -su ex guitarrista, quien en la noche del viernes tenía su propia celebración en Obras junto a Paco Amoroso- para el trap mutante “Klapaucius”. Apenas terminaron, volaron entre el público dos inmensas pelotas gigantes de la cadena de grows Cultivo Urbano y Wos repartió desde el escenario filtros y papel para armar cigarros; subió La Bomba del Tiempo e improvisó con ellos en las rimas y en los timbales y finalmente se despachó con una versión flamígera de “Canguro”, ese inapelable sopapo a la cultura de la meritocracia.

“Este es el último show del año, y vamos a hace algo que venimos haciendo. Apaguen todas las luces del estadio y ustedes enciendan las de sus celulares”, dijo Wos antes de la melancólica “Melón Vino”. En ese pedido se condensaba también lo que reluce en el centro de sus canciones: su capacidad de poner en juego emociones profundas a través de canales digitales. La explosión de Wos es la de un artista que se construyó a sí mismo con el poder que se obtiene del lanzamiento de un simple pensado desde la coyuntura -“Canguro” como previa a las últimas elecciones PASO o la reciente “Bolivia”, a dos semanas del golpe de Estado a Evo Morales-, de impecables producciones audiovisuales apuntalando cada canción y de la eficacia para el tendido de redes de las plataformas virtuales (hoy acumula, por caso, 4.5 millones de seguidores en Instagram y 2.8 millones de oyentes mensuales en Spotify). Todo mediado por un pibe atrevido que hace gala de su rostro anfibio y su conciencia social. Un pibe que aún sigue buscando su camino.

“Hagamos todos un grito deforme”, pidió Wos al público luego de cerrar la noche con “Púrpura” y que todo el estadio -desde la inmensa pantalla hasta los miles de papeles que volaban-, quedara teñido de ese color. “No importa cómo les salga, pero que sea bien deforme”. Ese grito final, que deformó todo el Luna Park, fue también el preámbulo de un futuro incierto. Un tiempo que se avecina con la pregunta de cuánto persistirán sus rimas al frente de su generación.