Nada nuevo bajo el haz de luz de los proyectores: las diez películas más vistas en este 2019 que ya se apaga fueron dominadas por los designios de la animación infantil, las sagas súper heroicas y un único largometraje de origen nacional de prosapia mainstream. La cuarta entrega de la más exitosa creación de los estudios Pixar, Toy Story 4, encabeza la lista con 6.700.000 espectadores (ver abajo), seguida relativamente de cerca por Avengers: Endgame, con casi 4 millones. En el resto de los escalones descendientes se ubican títulos como El rey león (la versión remozada, con animación “realista”), Capitana Marvel, Aladdin, Spider Man: lejos de casa y La vida secreta de tus mascotas 2. En el cuarto puesto, con casi tres millones de espectadores, Guasón –que se mantuvo en cartel, primera en recaudaciones, durante varias semanas– ostenta orgullosa su lugar en el ranking: tratándose de una película tan poco frecuente en términos de estructura y tono, el casi bronce de sus logros no resulta nada desdeñable. Finalmente, La odisea de los giles, el film del argentino Sebastián Borensztein, se acomodó en el quinto lugar con 1.800.000 tickets cortados en salas de todo el país. En el listado oficial publicado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), sólo las películas ubicadas en los primeros trece puestos superaron el millón de espectadores. Lo dicho: figurita repetida desde hace un buen tiempo.

Este año la crisis económica se hizo sentir, en particular durante el segundo semestre; paradójicamente, el mes de octubre fue el mejor de la historia reciente en términos de recaudación, en gran medida gracias al éxito del film de Todd Phillips. Además de Joker, un puñado de títulos hizo salir a la gente de la comodidad de sus sillones: la concentración de títulos elegidos a la hora de sacar los pesos de la billetera del caballero o la cartera de la dama continúa profundizándose y el film-evento sigue siendo amo y señor de las preferencias generales. En ese sentido, la idea de apuesta, del acercamiento a títulos que no llegan a las pantallas con una pesada maquinaria publicitaria detrás, está cada vez más lejos de ser una práctica común. Un ejemplo posible, entre tantos otros: por portación de apellido, por sus aires afrancesados, por varios factores ligados al concepto de “cine arte”, un film como Amante fiel, de Louis Garrel –ganador del Premio a Mejor Director en la última edición del Bafici– hubiera llevado hace un par de décadas a una buena cantidad de espectadores, pero debió contentarse con apenas 8052.

Los números, sin embargo, no lo explican todo. Las preferencias a la hora de ver cine han cambiado (y mucho) en los últimos años y la tendencia al consumo hogareño, por vía de las plataformas de streaming o medios menos convencionales (o legales), sigue en alza. Más allá de la explosión de las series como formato favorito de una parte de la audiencia, las películas originales producidas por el gigante Netflix y, en menor medida, Amazon dominan la conversación a la vieja usanza, en persona, y la virtual en redes sociales. El último trimestre del año estuvo marcado por tres películas que llevan la N roja delante de la secuencia de títulos: la magnífica El irlandés, de Martin Scorsese, la notable Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach, y la muy mediana Los dos papas, de Fernando Meirelles. Luego de varias idas y vueltas, la primera y la última tuvieron un lanzamiento acotado en salas de cine del país, una o dos semanas antes de su aparición online. En ambos casos, la ciudad de Buenos Aires tuvo sólo una sala de cine dedicada a su exhibición; el resto del país, en total, entre 30 y 40. A pesar de ello, la saga gangsteril del director de Buenos muchachos sumó más de 20.000 espectadores, un número espectacular si se tienen en cuenta la escasez de salas y la disponibilidad casi inmediata con un simple click. Evidentemente, todavía hay una porción del público que prefiere la oscuridad, la proyección comunitaria y la pantalla grande a la soledad del televisor. Tal vez ese éxito relativo haga revisar a las cadenas de cine de origen local su reticencia a la hora de proyectar películas cuya “ventana” de exhibición exclusiva es tan breve.

 

Hollywood (en castellano)

La oferta de grandes y súper producciones paridas en la otrora llamada Meca del Cine comenzó el pasado 3 de enero con el estreno de Wifi Ralph y terminó hace un par de semanas con el lanzamiento del esperado Capítulo IX de la saga espacial creada por George Lucas. Los doce meses de 2019 vieron pasar la secuela de Maléfica (cuya popularidad en términos comerciales sólo puede comprenderse por cuestiones extra cinematográficas, vinculadas a los conceptos de fidelidad a la franquicia y al potente marketing) y la segunda parte de It, la extensa adaptación de la novela de Stephen King dirigida por Andrés Muschietti. Rápidos y furiosos: Hobbs and Shaw volvió a confirmar la enorme base de fanáticos del universo cinemático-fierrero y Terminator: destino oculto intentó, sin demasiado éxito, rebootear la historia del robot futurista que viene a asesinar al futuro líder de la resistencia humana. Un repaso veloz por la lista de estrenos confirma otra tendencia harto evidente desde hace años: las secuelas, precuelas, trilogías, nuevos comienzos, segundas, terceras y enésimas partes y relucientes entradas de los multi-universos están a la orden del día, dominando las carteleras de casi todo el mundo, con las consabidas excepciones: India, Corea del Sur y, cada vez más, China. La Argentina, en tanto, sigue a pie juntillas la lógica del mercado cinematográfico global.

El 3 de enero de 2019 también fue el día de estreno de La mula, penúltima entrada en la filmografía de Clint Eastwood, una tradición de cada Año Nuevo que se repetirá el jueves 2 de 2020 con la llegada de El caso de Richard Jewell, esta vez sin el viejo Clint delante de las cámaras. El que se va también fue el año del regreso a las pantallas de Quentin Tarantino, con una de las mejores películas –una de las más inteligentes y sensibles– de su carrera. Había una vez… en Hollywood dista de ser un “tanque” hollywoodense y su relato de más de dos horas y media no ofrece ni la velocidad ni las acciones-reacciones constantes de la narración neoclásica, pero supo defenderse bastante bien en la taquilla local, ubicándose en un cómodo vigésimo puesto. Hablando de números y de duraciones, el lanzamiento de El irlandés en Netflix, luego de su paso por festivales de cine (aquí se la pudo ver en Mar del Plata) y de su reducido estreno, generó una particular e imprevisible discusión acerca de su duración, de 209 minutos. Como si la historia del cine no estuviera salpicada por largometrajes bastante largos –de El nacimiento de una nación a Doctor Mabuse, de Lo que el viento se llevó a Ben Hur; y la lista podría ocupar dos o tres párrafos más–, las redes sociales se llenaron de comentarios al respecto, incluida una serie de insólitas recomendaciones para ver el film “como si fuera una serie”, es decir, en capítulos. Nuevos tiempos, nuevas sensibilidades, nuevas concentraciones (o faltas de esta).

Para el cinéfilo, y también para el simple espectador habituado a prácticas culturales afianzadas durante décadas, la proliferación cada vez mayor de copias dobladas al español se ha transformado en una pesadilla de la cual resulta difícil despertar. Ya no se trata sólo de films infantiles o destinados a una audiencia joven: cada vez son más las copias de películas para un público mayorcito que se exhiben con la pista de audio pisoteada en un estudio de doblaje. La discusión respecto de si fue primero el huevo o la gallina ya no tiene sentido, pero lo cierto es que los hábitos de las nuevas generaciones se han amoldado a la idea de preferir las voces en español neutro a tomarse el trabajo de “leer esas letritas de abajo que pasan demasiado rápido”. Otra batalla que parece perdida, la del respecto a la diversidad lingüística que, en el caso del cine, implica además una pérdida insalvable: la de la pista sonora original.

Otros cines, otros mundos

Más allá de las luces y sombras del cine nacional (territorio analizado in extenso hace algunos días, en estas mismas páginas , por Ezequiel Boetti) y de la producción llegada desde los Estados Unidos, la oferta cinematográfica de otros orígenes tuvo su cuota relativamente cubierta en los últimos 365 días. Aunque en muchos, demasiados casos, se vio obligada a pulsear mano a mano para lograr acceder al circuito de salas comerciales en tiempo y forma. Fue el caso de Sinónimos, la extraordinaria y particularísima película del israelí Nadav Lapid, que luego de un estreno anunciado para el mes de octubre debió retrasar su llegada a los cines casi dos meses. Algo similar ocurrió con Dogman, del italiano Matteo Garrone, otro de los grandes estrenos internacionales del año, que vio frustrada su fecha de lanzamiento original en el mes de junio y debió esperar varias semanas para encontrarse con su público. Lanzadas ambas por distribuidoras independientes, al menos llegaron a proyectarse sobre una pantalla. En otros casos, ligados a empresas extranjeras con mucho mayor poder de fuego a la hora de competir por su tajada de queso, las sedes centrales decidieron cancelar el estreno de títulos anunciados con anticipación. Tal vez el caso más notable sea el de La noche de las nerds (horrible título local para Booksmart), notable comedia adolescente y debut como realizadora de la actriz Olivia Wilde que, luego de anunciarse para el mes de agosto, fue cancelada sin demasiadas razones, aunque sin duda la falta de figuras en el reparto tuvo bastante que ver en la decisión. La venganza de las nerds, sin embargo, tuvo lugar poco tiempo después: las dos “pasadas” en el Festival de Mar del Plata, a sala llena, tuvieron una coda final con un puñado de proyecciones, al estilo evento limitado, en cines de Caba. A veces el público, por pequeño que sea, tiene la razón.

2019 también fue el año del regreso a las salas argentinas del turco Nuri Bilge Ceylan con El árbol de peras silvestre y el del rumano Corneliu Porumboiu, cuya La Gomera cerró el calendario de estrenos el jueves pasado. Leto, de Kirill Serebrennikov, se impuso como un raro ejemplar de cine ruso conocido por estos pagos y High Life acercó a la audiencia al particular abordaje a la ciencia ficción de la francesa Claire Denis. Esa mujer, de Jia Zhangke y Somos una familia de Hirokazu Koreeda fueron algunos de los escasos ejemplos de cine asiático que pudieron conocerse a lo largo del año, una cinematografía continental que año tras año se ve más y más invisibilizada. Del otro Oriente, aquí cerquita, aunque con coproducción argentina, se vio Así habló el cambista, la última película del uruguayo Federico Veiroj, un ejemplo de reinvención sin traicionarse a sí mismo. Sin abandonar la región, también tuvieron una salida comercial films brasileños más que destacables como Arábia, de João Dumans y Affonso Uchoa, Chuva É Cantoria Na Aldeia Dos Mortos, de Renée Nader Messora y João Salaviza y el documental Bixa Travesty, de Kiko Goifman y Claudia Priscilla, todos ellos dirigidos, curiosamente, a cuatro manos. Del brasileño-colombiano Alejandro Landes, finalmente –y luego de su paso por el Bafici–, pudo verse la multipremiada Monos.

Las listas de fin de año que pueden leerse en publicaciones y sitios especializados consignan otros títulos que la falta de espacio impide sumar en estas líneas. Y las guerras del cine continúan: la falta de salas para las películas más arriesgadas, el abuso de las superproducciones a la hora de acaparar cada vez más pantallas la semana de estreno, el desamparo de las distribuidoras pequeñas frente a los tiburones blancos, el cada vez más limitado circuito independiente de salas. Pero, a pesar de que muchas de las batallas parecen perdidas o a punto de estarlo, la guerra aún no ha terminado: todavía es posible encontrar una cierta diversidad, que habrá que defender con uñas y dientes. Próximo capítulo, el primer mes de 2020, en el cual se lanzarán con bombos y platillos Frozen 2, la adaptación del musical Cats y la tercera parte de Bad Boys, pero también la extraordinaria película del brasileño Kleber Mendonça Filho, Bacurau, y la esperada Parasite, del coreano Bong Jooh-ho. Salud y feliz año cinematográfico.

 

Top Ten del año

Según estadísticas del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), las películas más vistas en 2019 fueron las siguientes:

1.Toy Story 4  6.698.610 entradas

2. Avengers: Endgame 3.933.461 entradas

3. El Rey León 3.672.179 entradas

4. Guasón 2.953.276 entradas

5. La odisea de los giles 1.831.328 entradas

6. Wifi Ralph 1.608.717 entradas

7. Capitana Marvel 1.383.188 entradas

8. Aladdin 1.366.267 entradas

9. La vida secreta de tus mascotas 2 1.327.464 entradas

10. Spider Man: lejos de casa 1.301.160 entradas