Cada vez que pienso en Lea no puedo evitar recordar aquel invierno berlinés de 2017,  cuando ella (en ese momento: él, ya que entonces aún se identificaba con una masculinidad) era una de mis pocas compatriotas en esa cosmopolita ciudad. Y más precisamente me acuerdo de ir juntxs, bajo la nieve, a la proyección de la película protagonizada por Genesis Breyer P-Orridge, le transgénero (a nivel humano pero también musical y artístico) más interesante de las últimas décadas. En la película en cuestión, "Bight of the twin", la Genesis viaja a África con la idea de iniciarse en un ritual vudú que le permita tomar conexión con su jóven y amada esposa muerta: Lady Jaye, con quien habían comenzado un proceso de cirugías con el fin de parecerse cada vez más le une a le otre para así llegar a un estado de neutralidad genérica que dieron en llamar algo así como pandroginia.

En esa época Lea todavía no hablaba con (casi) nadie de ese deseo de transicionar que, como me enteraría tiempo después, ya empezaba a aflorar por dentro aunque por fuera no hubiera aún ningún rastro visible. Y si bien en la historia de Lea & Clara, que narra la novela en cuestión, el proceso que vive la protagonista no es tan complejo como el que vivieron Genesis y Lady Jaye (más bien todo lo contrario), hay algo que se emparenta en la búsqueda de un género genuinamente nuevo para sí. Uno que escape sistemáticamente a cualquier pre-concepto sobre lo que significa  una transición.

EN ALEMANIA NO SE CONSIGUE

"Cuando yo empecé a plantear la posibilidad de transicionar, a principios de 2016, fue todo un proceso hasta que realmente pude empezar a principios de 2018", me dice Lea en un mensaje de audio desde su residencia berlinesa. También me cuenta que lo primero que tuvo que hacer fue acercarse a "TrIQ" o "TransInterQueer" e.V. (eingetragener Verein en alemán, es decir: literalmente una asociación registrada que recibe fondos del Estado siendo una entidad legal cuya existencia jurídica está separa de la de sus miembros humanos).  Y aquí empieza el verdadero contraste conceptual entre transionar en Alemania y hacerlo en América del Sur. Como bien explica Ese Montenegro en el corto y efectivo prólogo de la novela, a la fecha sólo en Uruguay y en Argentina (ahora en Chile)  es posible acceder a una documentación que contemple la identidad autopercibida sin tener un diagnóstico previo de disfóricx y por lo tanto cierta patologización médica a la vez. En el resto del mundo, llegado el caso, queda impresa la figura de disforia de género en las historias clínicas correspondientes a le trancisionantx. Montenegro al respecto, reflexiona y dice que: "Clara nos impone la incomodidad política de bajarnos del pony y abrazar las herramientas de subjetivación que tienen nuestrxs pares alrededor del mundo."

LA CARNE DE LA NOVELA

En ese contexto de terapia y acompañamiento en su proceso de transición, amparado en "TrIQ", es que Lea también dió con un taller literario que intentaba cruzar el queerness con algunas instancias de la ciencia ficción. "La idea central era ver cómo podíamos tramitar nuestras trancisiones a través de nuestros estados de ánimo hechos escritura.", me sigue contanto en un mensaje de audio. Una de las técnicas que apareció fue la de los morning papers (algo así como un diario personal matutino), es decir: escribir cada mañana cómo me siento hoy, no para leerlo de inmediato si no como simple registro de un estado de ánimo diario y personal, sin remitente más que unx mismx. En el caso de Lea los morning papers asumieron la forma de la auto-escritura de e-mails, quizás por deformación profesional (Lea es periodista, además de escritora). Eso le permitió escribir con cierta celeridad este tipo de materiales que luego formaron la materia prima de la novela en cuestión. Los morning papers fueron, entonces, el disparador principal para que "Clara" saliera a la luz.

La novela, entonces, es la historia de amor y desamor que Lea (una mujer en transición), vive y narra en primera persona con Clara, la primera mujer que vio a la protagonista como mujer y se acercó para darle amor. Clara, según Lea, se parece a un soldado noruego y es quien da nombre a la primera novela de una pontencial lista de otras futuras: tituladas con nombres propios y que en su materialidad, dice la voz que narra, se parecerán a aquellos cuyo nombre lleven como título. "Algunos serían largos y lindos, como el libro de Florchu, que es el nombre de mi mejor amiga. Otros serían largos y tristes, como el libro de mi mamá. Otros cortos y malos.", se puede leer en el primer capítulo. Y vaya si "Clara", se parece en lo corta y potente al soldado noruego al que Lea le cuenta a Florchu que su persona amada le hace acordar. La novela termina siendo un relato de iniciación amorosa queer y en apenas 80 páginas nos hace ir de la euforia del nuevo amor a la decepción que el mismo puede provocar por lo multiforme, libre y colorido del mismo. Las dos caras de una misma moneda se nos presentan intermintentemente sin solución de continuidad. 

Un tema que se hace carne metafórica a lo largo de la novela es la búsqueda (literal en el caso de la protagonista) de la propia voz. Lea nos habla de cierta técnica llamada Randschwingung, que básicamente busca con el fin de feminizar la voz: trasladarla detrás de la nariz y hablar con el borde superior de la cuerdas vocales. Y al respecto agrega: "Igual hay que encontrar la voz. Y sacar al padre del lenguaje. O sea que en el fondo hacemos lo mismo e invito a todxs -trans o no- a hacerlo también. Nuevas formas de hablar, nuevas voces, no conformarnos con las voces que heredamos."

LA NOVELA DE LA CARNE

En varios momentos, la novela se convierte en el escenario de fructíferos encuentros eróticos entre la protagonista y Clara. Y no sólo eso, en función de la inminencia de esos encuentros la protagonista reflexiona, a menudo, sobre el propio cuerpo en transición. "¿Cómo va a ser mi sexualidad de mujer trans a partir de ahora? Si me gustan los hombres o las mujeres, les no binaries...¿Quién me gusta? ¿Me gusta alguien? ¿Me gustará alguien alguna vez? ¿Voy a seguir disfrutando de excitarme sin referencias, sin que nadie -ningún rostro, ningún cuerpo- aparezca? ¿O hay lugar para otrxs en este cuerpo que es un campo de batalla hormonal?", se pregunta sola en su departamento. Y cuando esas preguntas desaparecen y los cuerpos se encuentran, también la trama de la novela avanza. "Me metés mano en la piel entre los huevos y el culo. Creo que se llama pirineo. Me pajeás ahí mientras me mordés y me dan escalofríos de placer. En un momento desconecto y me voy a Buenos Aires. Tengo un vestido blanco barato, como de seda. Tengo rosas en la mano. Hay gente. Es mi cumpleaños de quince y siento a la loba Clara debajo de la pollera mordiéndome y lamiéndome toda." Quizás sea este el pasaje que mejor define el vaivén que hace la novela: entre una corporalidad antigüa y una nueva, entre un viejo lugar de residencia y uno actual (eternamente alienígena a pesar de dominarse su idioma) entre la realidad y el sueño. Al respecto: el capítulo VIII (un relato detallado de un sueño que Lea confiesa haber sido práctimente de manera íntegra el contenido de uno de sus morning papers) puede ser una clave para poder amalgamar del todo el tono de la novela: "Cuando llego al mostrador, muestro mi tarjeta de embarque y mis pasaportes. Muestro como cuatro: pasaporte con nombre actual del país actual, pasaporte con nombre anterior del país actual, pasaporte con nombre anterior del país anterior, pasaporte con nombre actual del país anterior." Este tono kafkiano que toma prestado sólo este capítulo de la novela, que en su totalidad está escrita con una simpleza y un tono directo que nos hacen ingresar en su mundo sin ninguna vuelta, nos da la clave para seguir el rumbo de esta historia que parece estar transitando una transición permanente en el paisaje mismo que es la estructura de su relato.