“Esta es la clase de lugar donde todos tus sueños se vuelven realidad”, sugería Michael Scott –protagonista de la emblemática The Office– sobre ese ámbito dividido en módulos, dedicado a la venta de papel, en el que sus empleados se destripaban de 9 a 18, y lo odiaban el resto de las horas. Nadie puede amar un empleo así. Tampoco lo hacían en Workaholics, que doblaba la apuesta de la aquella,  abrazando la máxima de Rodolfo Zapata con su “No vamo’ a trabajar”. El modelo toma sus desvíos en dos estrenos que por estos días llegan a la TV: I live with models (mañana a las 21 comienza su segunda temporada por Comedy Central) y El chiringuito de Pepe (arriba hoy a las 22 por Europa Europa). Diferentes en formato, tipo de humor, origen, clase de protagonistas y ámbitos de desarrollo profesional, pero tienen un punto en común: la búsqueda de una familia en tanto se intenta ganar el pan. 

I live with models es una estricta sitcom que se adentra en el mundo del modelaje... de manos. El protagonista es Tommy Bishop (David Hoffman), un tipo común y corriente que de buenas a primeras pasa a codearse con el glamour de la alta costura. Tommy no posee la mirada “Blue Steel” de Zoolander, pero encontrará una vocación cuanto menos singular: mostrar sus falanges anatómicamente extraordinarias. “Lo toma como una creencia ya que en realidad está desesperado, es lo último que tiene”, dice Hoffman en entrevista con PáginaI12. En la primera temporada, su personaje vivía en Miami pero ahora se ha mudado a Nueva York, epicentro del fashion. Comparte su departamento con una compañera que hace publicidades (“la chica insegura a la que ama en silencio”), una imponente modelo británica plus size (“es de una fortaleza que te da miedo”) y una millenial de pasarela (“aunque sea odiosa querés ser su amigo, es imposible no hacerlo”). 

El acento del humor pasa tanto por los castings, las interminables jornadas en pose, y el paseo de Tommy en un contexto del que todos querrían ser parte. En ese sentido, el protagonista se convierte en los ojos de la audiencia: “Es como una pileta exclusivísima a la que de pronto lo han invitado. Toda su vida quiso nadar ahí y ahora tiene la chance de tirarse de bomba. De por sí es muy raro vivir con gente hermosa, pero lo más extraño es que piensan que pueden ser más hermosos aún. Son muy competitivos y hay una gran falta de confianza”, confiesa el actor al que le ha quedado un tic de su encarnación. “Ahora le miro más las manos a la gente. Si son buenas les digo que podrían dedicarse al modelaje, y si no me callo la boca pero por adentro pienso: ‘¡esas sí que son unas manos horribles!’”.

En El Chiringuito de Pepe, Sergi Roca sería la contracara del suertudo de Tommy. “Doce veces ganador de la Estrella Michelin, un metrosexual... un genio”, se lo define en la apertura al chef obligado a manejar un ruinoso local en la costa Valenciana. ¿Cómo es que éste rockstar gastronómico acaba en Peñíscola oliendo a pescado y aceite quemado? “El personaje está en un momento vital y complicado, de plena expansión laboral, está separado, es muy exitoso y conocido en todo el mundo pero tiene un hijo al que ve poco. Está volcado a su restaurante y el que creía que era su padre, le confiesa en su lecho de muerte, que su padre biológico atiende un bar de fritangas. La última voluntad es que salve ese lugar porque le debe un gran favor”, cuenta Santi Millán. Los condimentos de la serie pasan por una historia reconocible sobre rastrear los orígenes, ubicar a un personaje en un ámbito enrarecido, la ferocidad de la comedia ibérica y destripar la cultura foodie.

Roca, afamado por extraer la esencia de cada comida con platos que son minúsculos y carísimos (“del asado te entregaría su aroma”), tendrá que aprender a lidiar con Pepe y su nueva familia jugándose todo su prestigio. “Si algo lo define es la crispación en lo personal y profesional. Lo sacan de quicio, realmente. Es gente antagónica a él, su vida es el trabajo y para ellos la vida es la vida, el trabajo implica no matarse mucho. No van a resignarse a eso. Sergi está muy solo y, claro, esto lo hará evolucionar”, apunta el actor español. Uno de los deleites de Roca en su lujísimo restaurante madrileño era hacerle escuchar música clásica a las especias y ahora deberá “ponerle tonada pachanguera” a sus recetas, tampoco faltará el interés romántico, en definitiva,  para cambiar a tiempo irá dorando su persona. “Yo creo que al final, su nueva comunión se reflejaría en una croqueta, algo simple y con sustancia, la esencia del chiringuito, una croqueta de calidad superior, ¡qué croqueta!”, completa Millán.