“Y no hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas, que sin oportunidades esa mierda no funciona”, Wos

“La Argentina está muy cerca de lograr el ‘hambre cero’”, aseguró Juan Carr en septiembre de 2013. Desde entonces, mucha agua corrió debajo del puente. En particular, la gestión macrista provocó una debacle productiva y social.

El 22,2 por ciento de la población urbana redujo sus porciones de comida (intensidad moderada) y/o atravesó episodios de “hambre” (intensidad severa) en el último año, según datos del Observatorio de la Deuda Social de la Argentina de la UCA.

Es el mayor registro de “inseguridad alimentaria” de toda la década. El ranking es encabezado por el conurbano bonaerense con el 27,4 por ciento.

En ese contexto, el Plan Argentina contra el Hambre es una de las prioridades del gobierno de Alberto Fernández. El objetivo de corto plazo es repartir 1,4 millones de tarjetas alimentarias que cubrirán a dos millones de chicos. Las madres beneficiarias deben reunir una doble condición: percibir la AUH y tener a su cargo a menores de 6 años.

La tarjeta tendrá una carga mensual de 4 o 6 mil pesos, según la cantidad de hijos, que sólo podrá usarse para la compra de alimentos en supermercados y almacenes. El gobierno planea inyectar 60.000 millones de pesos anuales con este programa. El jueves 19 de diciembre, el ministro Daniel Arroyo lanzó el Plan en la ciudad entrerriana de Concordia. La elección no fue casual: la Capital Nacional del Citrus registra el mayor índice de pobreza del país.

La lógica indicaría que un programa de este tipo cuenta con el apoyo unánime de la población. Las primeras reacciones sociales y dirigenciales fueron positivas más allá de alguna crítica puntual.

Sin embargo, la frase “continúan manteniendo vagos” aflora en algunos círculos sociales. Nada muy distinto de lo ocurrido cuando se implementó la Asignación Universal por Hijo (AUH). En ese momento, los sondeos de opinión revelaban la existencia de un rechazo cercano al 30 por ciento para la AUH.

Lo cierto es que este tipo de programas está muy lejos de ser una ocurrencia de gobiernos “populistas”.

Por caso, los Estados Unidos cuentan con diversas herramientas destinadas a cubrir las necesidades básicas alimentarias de la población más vulnerable. Una de ellas es el SNAP (Programa de Asistencia para la Nutrición Suplementaria) que funciona bajo la órbita del Departamento de Agricultura. El SNAP transfiere a los beneficiarios un monto mensual para que compren comida en la red de comercios autorizados.

En “Tarjeta alimentaria- SNAP ¿Cómo hace Estados Unidos para reducir su pobreza?", el equipo de Invenómica explica que “son elegibles para este programa familias que tengan ingresos brutos por hasta el 130 por ciento de la línea de pobreza. En 2018, 40,3 millones de personas fueron beneficiadas del SNAP, es decir, el 12,3 por ciento de la población estadounidense. Cada persona recibió en promedio 126 dólares por mes por esta vía (4,2 dólares por dia)”.

Las autoridades estadounidenses estiman que el SNAP extrae de la pobreza a 3,4 millones de personas. De ese total, 1,5 millones son niños.

“Por otra parte, el programa tienen su efecto multiplicador sobre el Producto Interno Bruto. Estimaciones privadas norteamericanas estiman que, por cada dólar aplicado a beneficios del SNAP, se genera 1,7 dólares adicionales en la actividad económica”, concluye el informe de Invenómica.

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@diegorubinzal