Argentina 1920. Gobierna Hipólito Yrigoyen, la desocupación está en baja, nace la radiofonía y en Buenos Aires se construye el edificio más alto de entonces: el Pasaje Barolo que hoy sigue en su sitio sobre la Avenida de Mayo. El fútbol se encuentra dividido en dos. De un lado la Asociación Argentina y del otro la Asociación Amateurs. La primera es reconocida por la FIFA. Boca gana su campeonato oficial de trece clubes. A la segunda se la denomina la disidente. River sale campeón en ésta después del cisma de 1919 en un torneo de diecinueve equipos. La actual AFA, tributaria de las dos organizaciones, conserva en su biblioteca las memorias y balances de ambas. Esos biblioratos bien conservados nos hablan de un pasado convulsionado de instituciones desafiliadas, expulsadas y en tránsito continúo hacia una etapa superadora: el blanqueo del profesionalismo que ya existía ocultado por lo que se llamaba amateurismo marrón. Si algún desprevenido se asombra hoy por el conflicto entre la Superliga y la Asociación que conduce Claudio Chiqui Tapia, debería repasar la historia de hace cien años.

La Asociación Argentina Amateurs (desde ahora la llamaremos AAAF) se había constituido con la mayoría de los equipos grandes de entonces (River, Racing, Independiente y San Lorenzo) menos Boca y Huracán que se quedaron en la Asociación Argentina (AAF). Todos superan con holgura su centenario, pero hay otros clubes que desaparecieron o cambiaron de nombre. Jugaban en las dos entidades que se disputaban la hegemonía del fútbol nacional. Son Argentinos del Sur, San Isidro, Liberal Argentino, Sportivo del Norte, Del Plata, Sportivo Almagro y Palermo entre otros de una larga lista que competían en las distintas divisiones donde ya no quedaban rastros de los representantes británicos. De los cuarenta que integraban los registros de la AAAF en 1920, veintiuno ya no existen. También el mítico Alumni de los hermanos Brown había desaparecido en 1913 de los registros de la AAF.

En aquella organización incipiente del fútbol argentino, el interior estaba más invisibilizado que ahora. Había ligas amateurs que tenían vinculación con las dos asociaciones principales. Las memorias y balances de la AAF y la AAAF en el ’20 son radiografías de alta precisión sobre los conflictos que dividían al mundo de la pelota. La primera sostenía que “el Consejo Superior se ha visto obligado a dictar diversas medidas de emergencia, consultando la situación creada por la existencia de otra asociación de football que disputa a la Asociación Argentina la legítima dirección de ese deporte”.

En su memoria de 1920, esa bitácora que recoge las costumbres de hace un siglo, la AAAF pregona “los triunfos morales, materiales y financieros” que enumera en ese orden. Sus dirigentes liderados por Adrián Beccar Varela – de una familia patricia que tuvo fuertes lazos posteriores con el rugby – llevaban una contabilidad detallada hasta en los mínimos detalles. Contaban la correspondencia recibida y despachada, a razón de 1.678 piezas y 3.593 respectivamente. El Tribunal de Penas actual era el de Protestas y el Consejo Deliberante de Buenos Aires aportaba dinero para la AAAF como lo hacían las grandes empresas privadas de la época. La tienda Harrods Gath & Chaves era una de ellas.

Había un “Consejo de neutrales” de aparente prescindencia en las decisiones y ya se escuchaba el concepto de “clubs (sin la letra e) militantes”. Al mundo periodístico se lo subsidiaba con algún “match a beneficio” como ocurrió en el ’20 con el Círculo de la Prensa. De las memorias que guarda la AFA se desprende que ese año jugaron un amistoso Racing y un combinado de futbolistas de otros equipos en el desaparecido estadio de River. Los gastos que demandaban este tipo de partidos se mencionan con detalle: porteros y boleteros, lunch de jugadores, servicios de toallas, la gratificación a la banda de música y el costo de la policía. Pasaron cien años y el pago al personal de cancha (hoy nucleado en UTEDyC) y a la seguridad no se modificó. La industria del fútbol creció tanto que ahora la contratación del servicio de policía adicional es un costo fijo de los más onerosos. Los comisarios suelen fijarlo a discreción de acuerdo a cada partido.

El periodista Carlos Aira, autor del libro Héroes de Tiento (Historias del Fútbol Argentino 1920-1930) señala en un artículo titulado ¿Existió el amateurismo? ¿Todo fue profesionalismo? Una mirada integral sobre un debate, que “aparecieron los empresarios ligados al fútbol. Durante la década llegarán a nuestras canchas una docena de equipos europeos. No venían gratis. Barcelona FC, Chelsea, Real Madrid, Genoa, Roma, Torino, Plymount Argyle (de Inglaterra) y Third Lanark (de Escocia) entre otros, cobraron un excelente dinero para mostrar su fútbol mediocre en nuestras canchas. Los empresarios hicieron notables fortunas con la visita de cada uno de estos equipos. Ergo: existía una determinación económica que ordenaba el fútbol porteño”.

1920 fue un año de anclaje para las transformaciones que se vendrían. Once años más tarde se instauraría el profesionalismo formal que ya regía a escondidas. Argentina llevó sus diferencias internas a un Congreso en Valparaíso, Chile, donde tuvieron que interceder los anfitriones y Uruguay. La política ya cruzaba al fútbol de una manera notoria, sentando las bases del panorama que conocemos hoy. El intendente de la ciudad de Buenos Aires entre 1919 y 1921, José Luis Cantilo, simpatizaba con la AAAF, la institución que se vanagloriaba en su memoria de que “la mayor parte de los clubs de la Amateurs, de anterior y antigua figuración en la otra Asociación, han percibido por concepto de porcentajes, sumas nunca alcanzadas en aquella entidad, comportando ese aumento de ingresos, no solo un control auspicioso de la mayor afluencia de público, sino también una solución a muchas necesidades primordiales emergentes del progreso de los clubs y de la consolidación definitiva de su régimen financiero”.

El presunto amateurismo del fútbol argentino ya era permeable a ese tipo de elementos que traía consigo el profesionalismo. Parece haber más continuidades que rupturas en el último siglo de su agitada organización que nos remite a 1920.

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