Diana Bellessi cuenta que llegó por primera vez a Estados Unidos pudiendo decir tan sólo una canción de Bob Dylan en inglés. Venía viajando por América latina con su mochila al hombro. Así consiguió pasar desde México a Texas, luego a California y al fin, a Illinois. Vivió en Chicago y meses más tarde, entró a trabajar en una metalúrgica al sur del Bronx, en Nueva York. Todas las obreras eran negras sureñas o latinas sin documentación, como ella. Diana afinaba el oído. Las calles donde comenzaba a encresparse la segunda ola feminista, sus fábricas y sus bares que no desdeñaban a clientes afroamericanos fueron la escuela mestiza donde ella aprendió a hablar inglés en los setenta. “Fui incorporando el idioma con una mezcla de interés, necesidad y afecto que nada tiene que ver con una academia. La poesía tampoco tiene que ver con una academia. Quizás ni siquiera tenga que ver con la literatura sino con un centro más propio”, desliza Bellessi. Ella, continúa, se sentía a gusto en esos bordes donde la lengua se llenaba de rumores singulares. Con un pequeño diccionario y un manual de gramática elemental, Diana seguía el curso de ese río que una tarde la dejó a los pies de Muryel Rukeyser, la poeta y activista feminista que sería una referencia esencial para Adrienne Rich y June Jordan, entre tantas otras.

“Ocurrió en un bar de Broadway, donde se anunciaba una lectura de Rukeyser. Cerveza en mano me acerqué hacia la tarima donde la voz extraordinaria de esta mujer, que tenía un porte muy elegante, leía poemas. En un momento escuché ‘Answer me, dance my dance’ y no lo podía creer. ‘Contéstame, baila mi danza’, parecía ser un llamado. Podríamos decir que le respondí, acepté la invitación al baile comprando todos sus libros y leyéndola noche tras noche. Así la empecé a traducir, para entender sus palabras, para compartirla”, cuenta Bellessi por teléfono. Tiene la voz firme y dulce, sedimentada por la serenidad de quien, aún autora consagrada de más de 25 libros, sigue escribiendo, publicando y participando de lecturas, muchas veces con poetas emergentes. Es un mediodía de luz enceguecedora y ella está veraneando en su casa de Zavalla, el pequeño pueblo donde nació en 1946, al sur de Santa Fe.

Las geografías, los nombres, las poéticas, se mezclan en su conversación para trazar una coreografía que explique cómo se fue armando, a lo largo de décadas, ese milagro editorial que es la flamante publicación de Contéstame, baila mi danza. Se trata de una antología, con selección y traducción de Bellessi, que reúne a trece poetas norteamericanas: Rukeyser, junto a Rich, Jordan, Denise Levertov, May Sarton, Ursula K. Le Guin, Diane Di Prima, Mary Oliver, Lucille Clifton, Judy Grahn, Irena Klepfisz y Olga Broumas. Algo así como el dream team con las voces más prestigiosas de la poesía estadounidense escrita por mujeres durante la segunda mitad del siglo XX.

El libro tiene una historia mítica. Fue publicado en 1984 por Último Reino, con la inclusión de una extensa cantidad de poemas pero sólo de seis autoras, en una tirada reducida que los coleccionistas buscaban con ahínco. Diez años después, la editorial Angria, de Caracas, realizó una edición aumentada. De este modo, el público de habla hispana pudo acceder a estas poetas, que nunca antes habían sido traducidas al castellano. La edición actual de Salta el Pez reúne lo mejor de las iniciativas anteriores. Es decir, multiplicó el número de poetas, incluye una selección de más de veinte textos de cada autora en formato bilingüe y además, recupera un ensayo que se había podido leer en la edición de Último Reino sobre género y escritura de la activista Barbara Deming (símbolo de la resistencia antibelicista y la escritura lésbica desde los sesenta hasta su fallecimiento, en los ochenta).

El resultado es un compendio de casi 650 páginas, una polifonía de voces y estilos que desbordan cualquier inventario temático pero que no son ajenos a una especificidad: la búsqueda de una pertenencia identitaria que reivindica la diferencia. Y allí, también, la escritura como desafío a la idea de que la poesía es sólo un ripio del lenguaje, un juego de niños, un pasatiempo sin compromiso. Ya en 1949 Rukeyser confrontaba esta idea a través de su ensayo The life of poetry (La vida de la poesía) al escribir: “Un poema invita, interpela. ¿A qué invita? A sentir. Más que eso: a responder. Y mejor que eso: un poema invita la entrega total, de cara a la memoria”.

Es eso que Bellessi llama en el prólogo un “fuera de la ley”. ¿En qué sentido? En su revisión del mundo cultural otorgado, reivindicando a quienes quedan en los márgenes del poder: “Voces alertas al pulso de la historia, a la delicada humanidad que se despliega en construcciones culturales diferentes; es decir, por fuera del discurso canonizado”, propone. Esta doble voz, personal y política, incluye también una organización renovada del discurso poético que no renuncia al lirismo ni a la búsqueda de imágenes capaces de conmover el sentido común. Sin embargo, además de poner su oído en las herencias clásicas (aquí hay poemas que rescatan a pioneras como Safo, Emily Dickinson o Dorothy Wordworth) estas poetas recuperan el registro coloquial, sus giros, sus balbuceos como forma de pertenencia a lo humano y su singularidad. Un espíritu rebelde que, como señala la traductora, vincula a las autoras con Whitman, Thoreau, Melville y William Carlos Williams.

Rukeyser contesta desde las primeras páginas: “Cuando hablé de las mujeres bailando, salvajes, fue una máscara,/ en la montaña, a la caza de los dioses, cantando, orgiásticas,/ fue una máscara; cuando hablé del dios/ fragmentado, exiliado de sí (…)/ era yo, desgajada, sin habla, en exilio de mí”. Y proclama “¡Basta de máscaras! ¡Basta de mitologías!”. En ese sentido, Diana reflexiona al otro lado de la línea: “Los acontecimientos sociales y la poesía han sido, y aún son, una sola cosa para mí. En una tradición abrumadoramente mayoritaria de varones, quería crear familia y linaje, quería oír las voces de las mujeres. Supongo que allí centré y construí lo que supe llamar ‘mi propia comarca de traducción’, a la que siempre he regresado”.

Ella explica que Contéstame… fue creciendo por voluntad propia. Al comienzo eran un montón de papeles y traducciones mientras Nueva York se encendía en las calles por las luchas contra la guerra de Vietnam, a favor de los derechos civiles. Por debajo de esa efervescencia, y aún con resistencia al interior de estos activismos, el amor lésbico comenzaba a buscar una zona propia de enunciación y orgullo. Todo ese magma, que sólo llegó mucho después aquí, cercenado antes por la dictadura militar, se tradujo con el tiempo en nuevos viajes a Estados Unidos e intercambios con las poetas. Ellas estaban maravilladas por una muchachita que les devolvía el eco de sus voces en castellano. Con el tiempo, esos papeles lograron ser reunidos, transformados en libro. “Bueno, tampoco fue tan fácil”, aclara Diana. “Rukeyser se mostró muy interesada en las traducciones porque era conocedora de poetas como Octavio Paz o Antonio Machado. Así que ella misma supervisó lo que yo iba haciendo. Denise, por el contrario, no era muy feminista que digamos y casi era antilesbiana. Pero debajo de esa coraza dura, había un corazón blando y bello, como se puede ver en estos poemas y en su obra, que es genial. A la larga, las autoras comprendieron que no solo se trataba de difundir su obra sino que las poetas aquí, estábamos buscando también una nueva zona de enunciación, nuestra propia comarca”, agrega.

En el libro y en esta conversación, Bellessi se ocupa de presentar a cada una. Y de ofrecer algunas perlitas. En 1966, visitó a Adrienne Rich y se transformarían en grandes amigas. Ella le contó cómo su vida había cambiado al militar en el feminismo: “Por eso necesitaba, poéticamente, otras formas que manifestaran ese cambio. Empieza a ser posible para una mujer decir la verdad sin tener que codificarla”. Diez años después, publicaría en su libro El sueño de un lenguaje común, la serie “Veintiún poemas de amor” (varios fragmentos están incluidos en este libro). Se trata del primer abordaje abierto al amor lésbico en la historia de la literatura norteamericana. A su modo, responde además a Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, confrontando aquella exhortación al silencio femenino de “me gusta cuando callas”.

Puede ser que no todas las intertextualidades sean evidentes pero sí es un goce conocer algunos detalles. Diana trató a June Jordan, la poeta criada en ghettos, que junto a Audre Lorde, Alice Walker y otra de las incluidas en la antología, Lucille Clifton, incorporó al inglés un horizonte mítico y un coloquialismo afroamericano riquísimos. También compartió charlas con Irina Klepsif (nacida en Varsovia, sobreviviente del nazismo) en bares de Chelsea y el Village, allí donde había estado Di Prima con sus compañeros de la generación beat. En algún viaje, la traductora estaba decidida a encontrar el jardín que cultivaba May Sarton en Maine pero nunca lo logró. Tras leer el poemario de Ursula K. Le Guin, Wild Angels, Bellessi le envió a la autora una cajita que encerraba unos capullos crecidos en los plátanos del Delta, en el Tigre. La respuesta llegó pronto: fue otra cajita que contenía una pequeña rama de Oregon, donde Le Guin vivía. Así se inició una amistad que se tradujo en el libro Gemelas del sueño, publicado a fines de los noventa, donde cada una traduce poemas de la otra.

A la vez, la primera edición de este libro tuvo un alto impacto en la voz de otras poetas argentinas que comenzaron a consolidarse a partir del retorno democrático. Esta constelación incluye a Bellessi, pero también a Mirta Rosenberg (otra traductora fulgurante), Irene Gruss, Tamara Kamenzsain, María del Carmen Colombo y más acá en el tiempo, Alicia Genovese, Susana Villalba, Sonia Scarabelli, Gabby De Cicco y Andi Nachon, entre otras. De hecho, Scarabelli —con quien Bellessi tradujo a Mary Oliver en un volumen aún inédito — señala en la contratapa que la reedición de Contéstame, baila mi danza es una “celebración”: “Hay libros que se hacen esperar. Viajan como tesoros ocultos en un pliegue del tiempo en cuyo reverso, se diría, siempre aguarda el presente. Así ocurre con esta antología que inició su camino en los ochenta y que hoy regresa”.

Estos poemas parecen escritos ayer por su frescura, belleza y desparpajo. A la vez, retornan con toda la fuerza de voces que debieron abrirse paso en medio de un conservadurismo intelectual, en Estados Unidos y aquí. Muchas líneas de esta antología podrían responder a esos prejuicios. Como Judy Grahn cuando advierte: “y fui muchas veces una abuela malvada/ y seré muchas veces una hija malvada”. La poesía de estas mujeres se implanta, entonces, como parte de un linaje común que acorta la distancia entre idiomas, épocas y geografías. Esa es la victoria del lenguaje, su canción crítica pero esperanzada aún en momentos de intemperie, su danza compartida.

>POEMAS DE LA ANTOLOGÍA CONTÉSTAME, BAILA MI DANZA

Esta mañana (Muriel Rukeyser)

Despierto esta mañana,

una mujer violenta en el violento día

riendo.

            Tras la línea de la memoria

a lo largo del largo del cuerpo de tu vida

donde se mueven infancia, juventud, la vida del tacto,

ojos, labios, pecho, vientre, sexo, piernas, con las olas de la sábana.

Miro a través de la plantita

sobre el alféizar de la ciudad

hacia las altas torres como libros, entrechocándose voraces,

el río centellea, fluye corroído,

el intrincado puerto y el mar, las guerras, la luna, los planetas, todo lo que puebla el espacio

en el sol visible invisible.

Violetas africanas en la luz

palpitando en un universo palpitante. Quiero una paz arraigada, y deleite,

las riquezas salvajes.

Quiero hacer mis poemas sensitivos:

encontrar mi mañana, encontrarte entero y

vivo moviéndote entre la gente anestesiada.

                            Te digo en las ráfagas del aire:

hoy una vez más

intentaré ser no violenta

un día más

esta mañana, despertando sin cesar al mundo

en el día violento.

 

Novedades (Denise Levertov)

i. América la Dadivosa

Después que el hotel de beneficencia

se derrumbó repentinamente (luego de reiterados avisos)

sobre la calle,

los adventistas del Séptimo Día trajeron

ropa a los sobrevivientes.

“‘Mira esto’, exclamó

Loretta Rollock, 48 años,

mientras sostenía un vestido verde

y ropa interior. ‘Nunca tuve

cosas tan lindas. Me siento como

cuando era pequeña y mamita

me traía algo’. Entonces
empezó a llorar”.

ii. En los escombros

Para algunos el colapso del hotel significó

que la vida tendría que empezar

de nuevo.

El sexagenario Charles, bajo beneficencia

como tantos otros, el que dijo,

‘Somos la gente sin raíces’, y

‘No tengo hogar, ni lugar en el que pueda decir

que realmente vivo’, y

‘Me había acostumbrado a esto’,

También dijo:

‘Perdí

todo lo que tenía

en los escombros.

Perdí mi ropa,

perdí la foto de mis padres

y perdí el televisor.’

 

Nota a pie de página (Ursula K. Le Guin)

No solamente tengo halcones

en mi familia, y torres

sobre las colinas doradas, sino también

cangrejos:       sobre la orilla chata y ruidosa

bajo los negros acantilados, cangrejos

pavoneándose en la sombra

de impetuosas algas encalladas.

Y hay muchos murciélagos

en mi herencia; el murciélago

quiebra la copa del crepúsculo junto a la casa

de búhos y acacias, escribe

mi nombre en el Almanaque

de Gotha: Ostrogotha.

                                       Y la polilla

es una especie de prima, y algunas noches

de otoño la lluvia es mi hermano mayor.

 

Una observación (May Sarton)

Los jardineros auténticos no usan guantes

Entre el roce gentil y la raíz tierna,

Deben dejar sus manos anudarse mientras se mueven

Con áspera sensibilidad

Bajo la tierra, entre la roca y el retoño.

Nunca magullar o herir la fruta oculta.

Vi así las manos de mi madre cubrirse de cicatrices.

Ella, que podía sanar al amigo o a la planta herida

Con el mismo vulnerable pero riguroso amor;

Una vez me inquietó ver su rugosa belleza,

Pero ahora me es dada su verdad para vivir,

Mientras aprendo a solas que debemos ser firmes

Si queremos movernos entre lo tierno con una mano abierta,

Y seguir sensitivas hasta el fin

Pagar con algo de dureza por un mundo gentil.

 

La extranjera (Adrienne Rich)

Mirando como antes he mirado, directamente al corazón

de la calle hacia el río

caminando por los ríos de avenidas

sintiendo el temblor de las cuevas bajo el asfalto

contemplando las luces encendidas de las torres

caminando como he caminado antes

un hombre, una mujer en la ciudad

la ira visionaria despejando mi visión

y las detalladas percepciones de merced

floreciendo de esa ira

Si entro a un cuarto fuera de la luz áspera y brumosa

los oigo hablar un lenguaje muerto

si me preguntan la identidad

qué puedo decir sino que

soy el andrógino

la mente viva que no logras describir

con tu lenguaje muerto

el nombre perdido, el verbo sobreviviendo

sólo en infinitivo

las letras de mi nombre están escritas bajo los párpados

del niño recién nacido

 

Singapur (Mary Oliver)

En el aeropuerto de Singapur,

una oscuridad fue barrida de mis ojos.

En el baño de mujeres, un compartimento permanecía abierto.

Una mujer estaba de rodillas allí, lavando algo

en la pileta blanca.

 

El disgusto argüía en mi estómago

y palpé, en mi bolsillo, mi pasaje.

Un poema debería tener siempre pájaros en él.

Alciones, dije, con sus ojos temerarios y sus alas llamativas.

Los ríos son agradables, y por supuesto árboles.

Una cascada, y si eso no es posible, una fuente

que se alce y caiga.

Una persona quiere estar en un lugar feliz, en un poema.

 

Cuando la mujer se dio vuelta no pude resolver su cara.

Su belleza y su molestia peleaban entre sí, y ninguna ganaba.

Ella sonrió y yo sonreí. ¿Qué sinsentido es éste?

Todo el mundo necesita un trabajo.

 

Sí, una persona quiere estar en un lugar feliz, en un poema.

Pero primero debemos observarla del mismo modo en que ella está absorta en su trabajo,

lo que es bastante monótono.

Está lavando las tazas de los ceniceros del aeropuerto, tan grandes como

llantas, con un trapo azul.

 

Sus pequeñas manos hacen girar el metal, frotan y lavan.

No trabaja despacio ni rápido, sino como un río.

Su cabello oscuro es como el ala de un pájaro.

No dudo por un momento de que ama su vida.

Y deseo que se levante del sarro y el cieno

Y vuele sobre el río.

Esto probablemente no sucederá.

Pero quizá suceda.

Si el mundo fuera sólo dolor y lógica, ¿quién lo querría?

 

Por supuesto, no lo es.

Ni tampoco quiero decir nada milagroso, sino sólo

la luz que puede irradiar vida. Quiero decir

el modo en que ella plegaba y desplegaba el trapo azul,

el modo en que su sonrisa fue sólo para mí; quiero decir

el modo en que este poema se llenó de árboles, y de pájaros.

 

No obstante… (Lucille Clifton)

No obstante

era bonito

cuando el afilador llegaba

deslizando su rueda

girando su rueda

y las chispas saltaban

en la oscuridad

cruzando el terreno

hacia el sector de los blancos

 

no obstante

era bonito

en la luz del almacén de maizie

mirar la rueda

y atrapar la rueda–

fuego girando en el aire

y nuestras hojas

y nuestras puntas

tan afilables como las de cualquiera

 

Soy la pared en el filo del agua… (Judy Grahn)

Soy la pared en el filo del agua

Soy la roca que se niega a ser golpeada

Soy la maricona en la materia, la otra

Soy la pared que se balancea femenina

Soy el dragón, soy la daga dañiña

Soy la machona y el machete

 

y fui muchas veces una abuela malvada

 

y seré muchas veces una hija malvada.