Lo inverosímil de la realidad genera perplejidad. Ese estado de vacilación, de asombro sostenido, no siempre tiene una dimensión profunda. Eduardo Alvarez Tuñón es uno de los más grandes cuentistas de la literatura argentina con un vuelo emocional y poético que son su marca de estilo. Nadie escribe como él, con el oído puesto en los latidos de lo que cuenta. Ser un clásico quizá sea encontrar el pulso secreto o la melodía escondida de un texto. Los siete cuentos que integran El tropiezo del tiempo, publicado en una edición conjunta por Libros del Zorzal y Edhasa, pueden ser narrados, como si preservaran una suerte de “resto” de oralidad. El muchacho que cuida a un viejo apasionado por el juego descubre “otro” mundo en las recorridas por los garitos de Catalunya y por momentos cree que le pagan “por vivir”. Un violinista en el París ocupado de la Segunda Guerra Mundial está convencido de que si desafina cada noche una nota podrá impedir que las obras de Brahms y de Schubert sean escuchadas tal como fueron concebidas y así aportará su granito musical para liberar a la ciudad de los nazis. Unos adolescentes que juegan a ser otros, durante la Guerra Civil Española, terminan fusilados por sus disfraces.
Todos los cuentos de El tropiezo del tiempo –libro magnífico de principio a fin- están basados en historias reales, excepto el último, “El regreso en abril”, donde imagina un encuentro con su padre, el actor Mirko Álvarez, que murió cuando Eduardo tenía dos años. “Me gusta mucho escribir sobre historias que pasaron y bordean lo inverosímil, a las cuales les agrego una coloratura de literatura”, explica el escritor, sobrino nieto del poeta Raúl González Tuñón. Aunque parezca “mentira” –o una fabulación- cuando el Príncipe de Gales estuvo en Argentina en 1925 pidió que lo acompañara en el itinerario por las calles y burdeles de Buenos Aires el peor alumno del Colegio Militar. “Este relato es una historia real, vinculada a un tío político mío. Al Príncipe de Gales le ofrecieron comer con el mejor alumno del colegio Militar y él aceptó en la medida en que le organizaran también una cena con el peor. ¿Qué es lo que me interesó de ese cuento al que le puse ‘Historia real’? Mi tío político es el peor alumno del cuento. Lo que me pareció interesante de esa historia es dos personas que pasan la noche juntas, más o menos de la misma edad, y tienen una sola certeza que los hace sincerarse y hablar de todo porque no se van a volver a ver en la vida”, explica el autor de las novelas El diablo en los ojos (1994), El desencuentro (1999), Las enviadas del final (2009) y Los siete cuentos que integran (2016).
“’Disfraces’ es una historia real de la Guerra Civil Española; la escuché en un reportaje que le hicieron a Antony Beevor, el historiador inglés –recuerda Álvarez Tuñón en la entrevista con Página/12-. Me pareció muy terrible que mataran a unos chicos que estaban disfrazados de curas y monja. Quizá no sea un cuento políticamente correcto, pero eso ocurrió”. Para lectores a prueba de incredulidad el relato “El tropiezo del tiempo” es la historia de los abuelos del músico Daniel Barenboim. “En Nueva York escuché cuando contó la historia de sus abuelos, que llevaban cinco años de casados sin saberlo, cuando se conocieron en Buenos Aires. La figura del capitán del barco me interesa porque me pareció un acto de bondad extraordinario que en vez de mandar de nuevo a los tripulantes solteros decidió casarlos para que pudieran desembarcar en Buenos Aires. Yo inventé el nombre del capitán, que era su último viaje, inventé cómo se conocieron después los abuelos; pero la historia es esencialmente real. Me gustan mucho las historias de inmigrantes porque tienen cosas muy mágicas”.
--El narrador de “El regreso en abril” confiesa que siente tristeza por haber olvidado cómo era la voz de su padre. La voz es lo primero que se olvida de un muerto, ¿no?
--Sí. Mi padre era un actor de teatro independiente bastante conocido, Mirko Álvarez, que murió cuando yo tenía dos años. Entonces no lo conocí. Cuando me casé y tuve a mi hija, me fui dando cuenta de que mi hija se iba acercando a la edad de mi padre y que si yo me encontraba con mi padre ahora en los hechos sería como si fuera mi hijo. Mi padre me iba a preguntar a mí sobre la vida, cuando en verdad uno le pregunta a los padres. Mi padre no viajó, no conoció París, no conoció Nueva York, no vio crecer a los hijos, no vio lo que significa envejecer, no vio cómo cambian los miedos… Si hoy me encuentro con mi padre yo voy a ser el padre de mi padre. Yo no recuerdo cómo era su voz. En el cuento mi padre me plantea que quiere sacar un crédito y poner un teatro por el Abasto y me da miedo. Estar vivo y ser joven es ser vulnerable. La muerte hizo que mi padre nunca tuviera un hijo y yo nunca tuviera un padre. Yo iba a ver a los amigos de papá, por ejemplo a Sergio Renán, para que me contaran cómo era. De pronto Renán me decía: “¡ese gesto es de tu papá!”. Una vez me contó que mi papá pedía el café muy caliente en el pocillo y lo dejaba enfriar. Yo tengo libros subrayados por papá y muchas veces pensé que los estaba subrayando para mí. Para que lo encontrara en los subrayados. Como son libros de teatro –y algunos subrayados eran signos de admiración- no lo podía seguir. Yo empecé a tener noción de lo terrible que era la muerte de mi padre a medida que crecí y tuve una hija. Ahí me di cuenta de lo joven que murió. Yo lo sobreviví treinta años.
--¿Por qué preferís tomar como disparador de tus cuentos historias reales?
--No me gusta la ficción pura porque en cuanto a creación no puedo competir con Dios. Él es mejor narrador y tiene mejores historias. Lo que puedo hacer es seleccionar esas historias que rozan lo inverosímil y sacarles alguna dimensión poética. Yo trabajo sobre la estructura clásica del relato, siempre me he sentido muy lejos de las vanguardias; por eso le hago decir a mi personaje, que soy yo: “todo cambia en el mundo, salvo el teatro de vanguardia”. Me gusta contar historias que tengan principio y final, el estilo de narración de Las mil y una noches, prefiero interrumpir y que alguien me pregunte ¿cómo sigue? a escribir textos caóticos que nadie entiende o que cuesta entender.
--¿Hay una voluntad de ser comprendido?
--Sí, de ser comprendido y ser puro narrador. Me gusta enfrentar al lector con algo que sea inverosímil, pero que sucedió. Me gustaría vivir en un mundo donde todo fuera un poco inverosímil (risas).