“El no es el Mesías, es un pibe muy cochino”. Terry Jones era la mamá de Brian. En el circo desquiciado de Monty Python, Jones solía aparecer vestido de mujer y, con una voz chillona, ejercía naturalmente su don para la comedia. Sin forzarse nunca, sin romper la cuarta pared, sin subrayados innecesarios ni sobreactuaciones. Terry Jones era de los que aparecía en pantalla y ya en su actitud corporal desataba el instinto de la risa.

Lo que nos hiciste reír, Terry. Lo que nos hiciste pensar.

En Monty Python and the Holy Grail (innecesariamente traducida como Los Caballeros de la Mesa Cuadrada), Jones era uno de los ácidos franceses que dejaban en ridículo a Arthur, Lancelot y Galahad; pero también Sir Bevedere, el caballero que, justo en el ataque final, era arrestado por la policía acusado del asesinato del historiador al comienzo de la película. Esa clase de humor siempre imprevisible, desencajado, que fue la marca en el orillo de los Python; Netflix tiene una oferta abundante, pero entre las que no se pueden rechazar están los episodios del Flying Circus que, entre 1969 y 1973, convirtió a la BBC en el patio de juegos de un grupo de genios del delirio.

Pero Terry Jones fue también el director de El sentido de la vida (un título esta vez bien traducido), donde el humor es igualmente efectivo e inspirado pero mucho más profundo, al hueso, capaz de desnudar lo rancio de la sociedad. La escena en la que deja caer el enésimo bebé de su útero sin abandonar las tareas hogareñas, mientras un coro de decenas de niños en la miseria exalta lo sagrado de la concepción con la canción "Every Sperm is Sacred", resulta igualmente subversiva 37 años después, cuando los defensores de “las dos vidas” sostienen argumentos idénticos para obturar la ley del aborto legal, seguro y gratuito. Y sí, es el explosivo Mr. Creosote del final de la película que presentó a los seis jinetes del Apocalipsis juntos por última vez. Y el director de esa perla oculta llamada Erik el Vikingo, injustamente ninguneada, con un jovencísimo Tim Robbins como el nórdico al que no le apetecía violar mujeres ni saquear pueblos y terminaba enfrentado a crueles dioses personificados en niños caprichosos.

Se dice a menudo de mucha gente, pero Terry Jones fue único en su clase. No, no nos reveló el sentido de la vida. Pero dejó pistas para que su absurdo fuera motivo de risa. Y hoy el circo es un poco más triste.