Dora Magueño Machaca y sus compañeras: Lidia Huayllas Estrada, Analía Gonzáles Magueño, Cecilia Ilusco Alaña y Elena QuispeTincuta son “las cholitas escaladoras de Bolivia”, las que encumbran en pollera. Las cinco juntas sueñan con la cima del Everest mientras le muestran al mundo que llegaron a la cumbre del Aconcagua vistiendo su pollera aymara. Amor en corriente nocturna que crece agudo embalando voces de fábula para que la aguja al cielo las escuche llegar. Esa punta alta, la más alta del planeta Tierra, es un sueño intervenido, un lugar suspirado donde Junko hizo pie en mayo de 1975.

Aquel día Junko Tabei se convirtió en la primera mujer en llegar a la cima del Everest. La nadadora del aire contrampolín propio hacia arriba dejó abajo que el sonido hueco hablara de un latrocinio alpinista, amenazas guturales de una tormenta que nunca ni siquiera silbó. Mientras las voces de los varones montañistas dudaban de ella como habían dudado siempre desde que escaló su primera montaña a los diez años, Junko mejoraba el viento que su cuerpo le inventaba al aire y trepaba. Qué iniciación, qué tropilla de iniciativas con el piolet al hombro y a las órdenes de pies curiosos.

Quinta hija de siete, Junko creció en el campo sufriendo las secuelas de la Segunda Guerra que el cuerpo evidenciaba y era, como casi todos lxs niñxs de su edad, una nena pequeña, "escuálida" según decía el maestro que la llevó de excursión al Monte Nasu y donde Junko descubrió su vocación por las alturas. Pero la vocación iba a tener que esperar, como no tenía dinero para practicar montañismo y era una mujer, se abocó a estudiar (inglés y literatura) en una universidad para mujeres. Años después, y mientras trabajaba, se unió a clubs alpinistas que no solo no la consideraban sino que decían que iba a buscar marido. Las voces huecas apenas pudieron tragar la saliva agria de sus bocas cuando en 1969 Junko fundó el primer grupo de montañistas mujeres con un emblema determinante: “¡Vayamos de expedición al extranjero nosotras solas”! Un año después, quince mujeres subieron los casi ocho mil metros del Annapurna II, en el Himalaya. Las voces huecas ahora no solo la llamaban loca sino que la criticaban por no quedarse en casa cuidando a su hija.

En 1971 se anotó para el ascenso al Everest, cuatro años después, le concedieron el permiso. Un sponsor, varios, un furor mediático y otras yerbas lograron que Junko consiguiera los recursos para el intento. La expedición soñada pudo haber sido trágica porque ella y sus compañeras quedaron sepultadas en una avalancha de nieve; cuando la razón parecía abandonarla, sus pies intrépidos comenzaron a sobresalir en el cementerio blanco y se convirtieron en el mojón que le permitió a uno de los sherpas, rescatarla. Pero eso no había sido todo, antes de llegar a la cumbre un acantilado traicionero casi la divide en dos. Felizmente el 16 de mayo cumplió la hazaña que repitió unos años después cuando logró ser la primera mujer en llegar a las siete cimas más altas del mundo, Kilimanjaro (1980), Aconcagua (1987), Denali (1988), Mt. Elbrus (1989), Mt. Vinson (1991) y Puncak Jaya (1992).

Conquistó otras y, cuando al ras del suelo lo trascendental se volvía anecdótico, se unió a organizaciones protectoras del medioambiente, especialmente a una dedicada a la limpieza de la basura que los escaladores dejaban en el Himalaya. Unos meses antes de morir realizó su última ascensión junto a un grupo de niños de Fukushima, cuatro años antes le habían diagnosticado cáncer de estómago.