¿Dónde estarán aquellas conversaciones, larguísimas (y caras, tomabas whisky), en Pasaporte, en Faulkner, en La buena medida? ¿Dónde la máquina de escribir eléctrica que te regalé cuando vivías exiliado en el Sindicato de Prensa? Sospecho que nunca aprendiste a usarla, ni te interesó, por supuesto. ¿Y dónde el CD original de Bill Evans vivo en Tokio, 1973, que te regalé y nunca más pude conseguir...? Sospecho que al poco tiempo, los dos lo perdimos para siempre. ¿Y dónde aquella charla en Augustus con la Bea Suárez, tan locamente bella en sus textos de los viernes...?
"Ustedes dos son el futuro de Rosario/12..." ¿1999? ¿Y dónde tus micros en El Clan, en la tele, a fines de los 70, que me
hacían soñar con ser como vos...? Si los cerebros se clonaran, si los
espíritus... ¿Dónde tus programas de radio con Horacio Vargas, tus discos de
jazz y todos tus work in progress? ¿Dónde las lecciones de literatura de café
con Marcelo Costa, de madrugada por la 8, solitarios, insomnes, bebedores en
Pichincha? Y esa noche que leíste en La Muestra, un Finnegans rosarigasino,
mitad en criollo, mitad en inglés, mitad en Gary. Gary Ortíz. Y tu devoción por
Joyce, por la Woolf, por Aldana, por
Giribaldi, por Raúl Gustavo Aguirre.
¿Y dónde tus whiskys, tus seducciones, tus ternuras con los poetas jóvenes? Tu
generosidad con los amigos… Recuerdo una charla en inglés con Mario Trejo, en
El Ancla, sobre Dylan Thomas: esa noche, un whisky más, y se morían los tres
del coma etílico, o poético. Y la anécdota de Levrero con el pan y queso en el
bolsillo del saco, caminando por Rosario, con Eduardo D'Anna.
Yo tendría 16 años, apenas, y un día te escuché hablar de León Bloy en la tele,
en El Clan. Nadie hablaba, ni habló (creo) de León Bloy. Y escribiste varias
veces sobre León Bloy. Es poca la gente que aún hoy conoce a León Bloy, uno de
los escritores favoritos, pero ocultos, de Borges, a quien tantas veces recibiste
en Rosario. Una vez me contaste conmovido que por años viste a Borges venir a
Rosario (al Hotel Italia, hoy UNR), con los mismos zapatos botines escolares,
negros, y la misma gabardina. La decencia, la sencillez, y después la
desmesura, la tuya.
No me importa si al final conseguí o no aquel destino de jovencito enamorado de
Gary, de imitarlo, de admirarlo, de quererlo: a los devotos nos alcanza con ir
a la procesión, no necesitamos ver el milagro. Gary será siempre un camino de
ida, una cita en el bar, un work in progress, el aliento de una contratapa de
Página/12...
"Mirá Horacio, hay un pibe que escribe... de Tablada, pero bien... fijate que
el chico cita nada menos que 'La mujer pobre', de Bloy, no debe haber
más de diez tipos en Argentina que conozcan ese libro".
Y yo lo conocía por él, claro.