Hay varias fuerzas en pugna en The Cave, el documental del realizador sirio Feras Fayyad que es uno de los favoritos a ganar el próximo domingo el Oscar de la Academia de Hollywood en su categoría y que la señal de cable National Geographic (coproductora del film) estrena hoy lunes a las 23 horas.

Por un lado están los permanentes ataques –con lanzamisiles, bombardeos aéreos y armas químicas— que el régimen de Bashar al-Ásad lanza sobre la población inerme de la ciudad de Guta, en las afueras de Damasco, en el marco de la guerra civil que desde 2011 continúa desangrando a Siria.

Y por otro, está “la cueva” como se conoce al improvisado hospital subterráneo que dirige la joven doctora Amani Ballour debajo de los restos de una instalación sanitaria devastada y que lucha en desigualdad de condiciones, con los mínimos elementos indispensables, para preservar la vida de aquellos que logran llegar hasta allí, heridos con esquirlas de las bombas o intoxicados con el gas sarín. Niños especialmente, considerando que Amani es médica pediatra.

El de The Cave es uno de los tantos ejemplos que hay de films hechos “a control remoto” por cineastas que están exiliados por razones políticas fuera de su país de origen. Nominado al Oscar de Hollywood por su documental anterior, Last Men in Aleppo (2017), el cineasta Feras Fayyad vive y trabaja en Copenhague, Dinamarca, desde donde condujo via skype a tres camarógrafos sirios a quienes les pidió que siguieran día y noche a la doctora Amani en su “cueva” sanitaria, mientras él iba recibiendo pequeños archivos diarios del material y editando y poniendo en orden esos registros.

Considerando esa dificultad, es notable la unidad de tono que mantiene la película durante sus 107 minutos de duración, un mérito que debe ser compartido por los cameramen Muhammed Khair Al Shami, Ammar Sulaiman y Mohammed Eyad, pero sobre todo por la decisión de Fayyad de pedirle a sus colaboradores que no salieran de “la cueva”, por lo cual esa unidad de tono está dada esencialmente por la unidad de lugar. Salvo por alguna escapada ocasional de Amani a una casa donde viven media docena de niños desnutridos con su madre, The Cave transcurre casi íntegramente en ese laberinto bajo tierra, donde además de la doctora (a quien le celebran allí su cumpleaños número 30, aunque parece más joven aún) cobran valor de personajes cinematográficos algunos de sus compañeros y colaboradores.

Uno es el veterano cirujano Salim, fumador empedernido, fundador de “la cueva” y quien impulsó a Amani a dirigirla. Y que a falta de anestesia opera a sus pacientes con algún tema de música clásica de fondo que tiene guardado en la memoria de su celular. Otra es Samahar, una joven enfermera de sonrisa permanente, pero que se destaca como cocinera para todo el staff, haciendo milagros con unas bolsas de arroz y algún trozo de margarina.

Además de las fuerzas en pugna arriba y debajo de la ciudad de Guta, hay otras en el interior mismo del mismo documental. Prescindente de cabezas parlantes, entrevistas a cámara u otros recursos del documental televisivo, The Cave tiene la urgencia y la tremenda inmediatez de esos registros cotidianos donde es incesante la llegada de niños y adultos en estado crítico, en una suerte de experiencia inmersiva en el infierno.

Pero como si a los productores daneses o los coproductores de NatGeo no les pareciera suficiente semejante drama, se diría que le han pedido a la doctora Amani algunas reflexiones en cámara o fuera de ella sobre la guerra (“¿De verdad Dios nos observa? Hagan lo que hagan nunca nos daremos por vencidos”) o sobre su condición de mujer en una cultura como la siria donde se supone que ella no debería estar al frente de un hospital, ni de nada que no sean sus hijos y su casa, que por otra parte no tiene. A la lacerante verdad de algunos momentos se suceden, entonces, otros donde se puede inferir quizás cierta “puesta en escena” para ganarse el favor del público (le dio resultado en el Festival de Toronto, donde The Cave fue el documental más votado por los asistentes) y, por qué no, también de los miembros de la Academia de Hollywood.

Gracias a ingentes esfuerzos de todas las partes involucradas, el director Fayad y la doctora Amani (actualmente exiliada en Turquía) consiguieron sus respectivas visas a pesar de estar en la lista de ciudadanos de países interdictos por la administración Trump. Ya están alojados en Hollywood participando de entrevistas de prensa y listos para enfrentar el domingo próximo la alfombra roja del Dolby Theatre. Paradojas de la vida.