En la última semana, Gustavo Cordera volvió a expresar sus ideas misóginas ante un medio de comunicación uruguayo. Lejos del supuesto arrepentimiento y pedido de disculpa al que recurrió luego de la ya tristemente célebre entrevista que dio en TEA, el cantante acudió a una reversión de sus dichos, y, simultáneamente, se apoyó en el recurso de la autoridad del autor: el contenido de lo dicho es verdad porque lo dijeron Freud y Lacan (omitimos del análisis la remisión a la novela de las sombras).

Probablemente, para decir esto haya tenido cierto tipo de asesoramiento. Y en algún punto, el pasaje de una frase a otra (“hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo”; “Hay mujeres que tienen la fantasía de violación para llegar a un orgasmo”) implica algún grado de mayor sofisticación. Por eso, es importante aclarar algunas cuestiones de la segunda frase (de la primera ya se ha dicho suficiente y le ha valido una condena social acorde) y, así, asumir la interpelación a nuestra disciplina.

Antes de comenzar, no queremos dejar de señalar que el artilugio argumentativo no dista lo suficiente del que nos tienen acostumbrados los grandes medios de comunicación en el tratamiento de la violencia de género: se desdibuja el sujeto responsable de la acción violenta, y se lo sustituye por la supuesta responsabilidad de la víctima. Esta cuestión ya fue ampliamente abordada en diferentes artículos.

Ahora sí, pasemos a nuestro cometido. Para empezar, queremos plantear que una frase que expone conceptos nucleares de una teoría colocados fuera de su contexto de significación se presta –de mínima– para la charlatanería, y –de máxima– para la legitimación de -otras– ideas que no están presentes en la teoría (esto es lo que hace Cordera). Por eso, es importante recuperar dicho contexto en dos sentidos. En primer lugar, en relación al decir de Cordera, y en segundo lugar, intentando aclarar mínimamente las ideas que el músico intenta utilizar del psicoanálisis.

En relación al decir de Cordera, no es posible separar y aislar sus dos dichos. Ambos constituyen una cadena, en la que la temática que propone es la de la justificación de las relaciones de dominación –específicamente en el campo de la sexualidad– entre hombres y mujeres a partir de señalar que “hay mujeres que gozan al someterse”. De cierto modo, establece así una relación de causalidad donde –si aceptamos que esa condición puede existir– la violación y el abuso son efecto inevitablemente.

Vayamos por lo segundo, decíamos que seguramente el susodicho obtuvo algún tipo de asesoramiento para introducir como discurso legitimador al psicoanálisis. El armado argumentativo del exBersuit, entonces, se sostiene en la tergiversación de un concepto psicoanalítico nodal.  Lo decimos porque en el último planteo se intenta poner en juego uno de los postulados centrales de Freud, que luego Lacan reelabora bajo el nombre de “goce” (cuyo sentido se aparta del uso común del término como veremos). Lo que Freud encuentra es que la sexualidad no está regida –unívocamente– por la búsqueda de placer. De algún modo, lo que el creador del psicoanálisis establece es que la sexualidad humana tiene la particularidad de vivirse de manera sintomática, lo que conlleva, las más de las veces, sufrimiento psíquico. Es por eso que sería posible verificar clínicamente que en algún caso para una mujer particular existe gozo en el ejercicio de su sexualidad a partir de una fantasía de violación. Aun así, lejos estamos de suponer que esa mujer anhela por ello ser violada, de modo tal que esa suposición nos haría derivar en un oxímoron: ya que la violación implica por definición que determinada persona no quiere someterse a determinada práctica sexual, así como requiere que otra persona accione de manera violenta, vulnerando dicha voluntad. Lo que de algún modo se dice, entonces, en los dichos que estamos analizando, estriba en dos posibles sentidos: uno, sedimentado en cierta acepción chabacana del masoquismo que dice que hay personas a las que “les gusta” padecer; otro, más propio de la sofisticación de la cultura patriarcal (en su versión más siniestra) en la cual el victimario supone un disfrute en la víctima. Y lo que de ningún modo se dice –o mejor dicho queda velado– es que hay hombres cuyo goce se asocia a la vulneración que mencionamos.

El psicoanálisis es una praxis que no apunta meramente a la descripción y la explicación de la conducta humana, sino que supone la indagación de las significaciones particulares con el fin de producir condiciones para actuar, sentir, pensar de otra forma (o no, para agenciarse en los modos de actuar, sentir y pensar habituales de esa persona particular). En otras palabras, en un análisis se ponen en cuestión esos síntomas sexuales como parte del devenir terapéutico, con el horizonte de una ética que lleve a la institución de un sujeto capaz de renunciar a esos goces.

En este punto, es fundamental que los psicoanalistas puedan incorporar a su reflexión elaboraciones de otros campos científicos que se ocupan de tales temas. Nos referimos a los estudios queers, de género, entre otros. Estos posibilitan despojar al discurso psicoanalítico de cualquier vestigio naturalista y/o esencialista en lo referido a estas temáticas, y permite reflexionar sobre el origen histórico de las formas de relación entre hombres y mujeres, así como de la construcción de la masculinidad y la feminidad. Entre otras cosas, nos permite responder por qué fantasías como la mencionada son más comunes entre mujeres que entre pacientes varones, y advertir que tales mecanismos de poder son performativos hasta de aquello que se supone más íntimo: los modos de gozar de cada quien.

* Licenciado en Psicología, Psicoanalista. Psicólogo en CSM N°3 Ameghino y miembro del Grupo de Trabajo sobre Diversidad Sexual y Psicoanálisis, Colaborador del Programa ESI Nación, integrante de Encuentro Psi-Psicólogxs con perspectiva de Género.

** Licenciada en Psicología. Operadora en Consejo Nacional de las Mujeres. Integrante de Encuentro Psi-Psicólogxs con perspectiva de Género.